El juramento del alma

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El fresco viento invernal comenzó su recorrido desde el norte al sur. A inicios del otoño un aroma de nostalgia inundaba aquella habitación, arropando al pobre ser esquelético que se encontraba arrodillado observando fijamente aquel altar. Sus ojos aguados luchaban por mantenerse abiertos y no perderse ante tal locura. Jugándole una mala broma, su mente reflejó a su ser amado, parado ahí, justo frente a él. La cálida sonrisa que siempre le esperaba en casa al volver del duro trabajo, la misma y sólo esa quedó tatuada en su alma y corazón; débilmente con su mano temblorosa acarició su mejilla, sus dientes rechinaron dando un último suspiro y nuevamente como si ese mar de sentimientos no tuviera fin, entró en un profundo estado de negación. La imagen se desvaneció. Sin poder contenerse más, dejó a la deriva sus lágrimas, dándoles la libertad de vagar sin convicción. 

Su amado, aún vestido con el traje tradicional de bodas chino, permanecía inerte dentro de aquél frío ataúd. El velo cubría completamente su rostro y la fragancia del incienso disfrazaba el pútrido hedor que emanaba el cuerpo en reposo. Pronto, el atardecer lo condenaba y le brindaba de un majestuoso panorama del templo "El huerto del alma" en la cima del Monte Laojun. Una vez que posicionó su vista al horizonte, sus recuerdos lo atormentaron, carcomiendo lentamente su ser. No podía comprender la secuencia de los hechos; donde en su pasado sería su más horrenda pesadilla, hoy se convertía en su cruda y dolorosa realidad. 

Apenas un diecisieteavo día, en el año del tigre, recién daba su auge el tan esperado festival primaveral, donde las provincias eran adornadas con linternas y sumergidas en un mar completamente rojo. Sin embargo, de igual manera, llevarían a cabo la fiesta de compromiso del emperador. Así que, durante tres semanas consecutivas, las calles se llenaron de un agradable bullicio, el exquisito aroma de la comida callejera y el ambiente animado persistió. Una vez que el compromiso fue oficial, convivieron en diversas aventuras juntos, viajando de un lugar a otro sin dejar las obligaciones y responsabilidades. Después de un largo y armonioso periodo de ocho meses, la luz de sus ojos comenzó a enfermar. A consecuencia de ello, terminó por quedar postrado en cama, lo único a lo que se podía dedicar era a respirar, comer y realizar sus necesidades con el sumo cuidado, ya que cualquier otro movimiento brusco desataría un desagradable final. No comprendía cómo comenzó el deterioro de su salud, al punto de verlo como un vegetal, luchando por sobrevivir.

—Acércate...

Sentándose lentamente, el débil joven se inclinó hacia su buró y dentro del pequeño cajón se hizo ver una hermosa horquilla que adornaba su magnífica cabellera, la misma que el emperador le dio en el día su compromiso... Hoy regresaría a él.

—No creo poder sobrevivir hasta el día de nuestra boda, estoy cansado y mi cuerpo me pide renunciar. Ruego porque puedas comprender a este sucio ser que ahora se convirtió en una tortuosa y preocupante carga para tu corazón, no quiero llevarlo conmigo hacia una profunda depresión, un lugar oscuro y lúgubre. Si usted me da el permiso de hacer una última petición, estaría sumamente agradecido antes de partir—tomó la mano de su prometido, posicionando en medio de esta el objeto y cubriéndolo. Dio un ligero apretón con una tierna sonrisa enmarcada en su rostro pálido—. Guarde esto por mí, sé que más adelante ya no podré acompañarlo en cuerpo, pero sí en alma, siempre a un costado suyo estaré ahí para usted, en cualquier momento que me necesite, yo le asistiré. 

Su amado estaba deshecho por las palabras tan crueles que salían de la boca de su prometido, no podía creer que lo dejaría solo, era muy egoísta. Él replicó: "¡No puedes irte, no ahora cuando la fecha está muy próxima, todo está listo, los invitados y los arreglos! ¡Todo! ¡No me dejes ahora! Te lo suplico... Eres todo lo que tengo... No te vayas... Resiste un poco más, por favor... Hazlo por mí... Por tu emperador". La última oración rugió de lo profundo de su ser dejándolo derrotado, su alma estaba siendo desgarrada. Se arrodilló y cubrió su cara llorando desconsoladamente. La persona que se encontraba frente a él, finalmente sucumbió.

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