PRÓLOGO

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La primera vez que Ryss mató a alguien fue el día de su decimotercer cumpleaños. La segunda vez fue una semana más tarde. A estas alturas ya había perdido la cuenta de a cuantas personas les había quitado la vida, eran demasiadas, y eso lo hacía sentir terriblemente culpable. Si bien era cierto que en realidad no era culpa suya, eran sus manos las que ejecutaban la sentencia, era él quien estaba presente en el momento en el que esa pobre gente dejaba ir su último aliento, mirándolo fijamente a los ojos, suplicando una silenciosa clemencia que nunca llegaría.

Lo que más detestaba de su trabajo, si es que podía llamarse así, era que a la hora de acabar con la vida de alguien dejaba de ser él mismo. Siempre era igual, oía la voz de su hermana en su mente, pronunciando siempre las mismas palabras que tanto odiaba, y perdía la capacidad total de controlar su cuerpo. Se convertía en una simple marioneta. Al principio también era capaz de controlar su mente, pero con el pasar de los años Ryss había aprendido a deshacerse de ello y Lyssa ahora era sólo capaz de controlar su cuerpo. Era una sensación atroz y aterradora estar atrapado dentro de sí mismo, incapaz de hacer nada mientras veía como sus propias manos se movían sin que él diera la orden, como veía la sangre derramarse cada vez sin ser capaz de detenerla. Lo peor era cuando había terminado todo y recuperaba el control. Podía oír la suave risa de Lyssa en su mente mientras le decía que había hecho un gran trabajo y que se encargase del resto él mismo. Su cuerpo volvía a pertenecerle, sus manos hacían lo que él les ordenaba, pero eso daba igual, el daño ya estaba hecho. Siempre era lo mismo, ella lo usaba como a una simple marioneta para matar a todas aquellas personas y, después le decía que se encargase de los cuerpos él, personalmente. Sabía que era su forma de hacer que se sintiera culpable, de tenerlo bajo control; y funcionaba a la perfección.

Normalmente su hermana lo mandaba a por gente que se oponía a su reinado o a gente que se había exiliado a los reinos vecinos. Pero esta vez el trabajo que tenía que hacer era distinto. Esta vez lo había mandado a la Tierra y no era él quien se encargaría de los cuerpos, sino la mano derecha de su hermana. Y las personas a las que tenía que asesinar no eran simples rebeldes, eran alguien de un calibre mucho más importante y eso preocupaba a Ryss. Sabía que tenía que hacerlo sí o sí -no es como si tuviera otra opción-, pero sabía que estas muertes cambiarían para siempre el destino de Alyras y que, de esta forma, su hermana acabaría de hundir las esperanzas de aquellos que todavía tenían fe en que algún día llegaría alguien para destronarla.

† ҉ †

Dando un suspiro de cansancio Ryss se acercó a la casa que tenía frente suyo. Era de noche y estaba en alguna ciudad de la Tierra cuyo nombre ni sabía ni tenía intención en averiguar; cuanto menos supiera mejor para él. Era verano, pero aun así el aire era húmedo y algo frío. Acercó la mano al pomo de la puerta y se sorprendió al ver que no había ningún hechizo de protección ni rastros de magia en general. Murmuró unas palabras y la puerta se abrió lentamente, sin hacer ruido.

El joven entró y cerró con cautela. Echó un vistazo alrededor pero no vio nada que le llamase la atención. Cerró los ojos y se centró en buscar rastros de magia dentro de la casa, pero tampoco había nada. Volvió a abrir los ojos y se dirigió hacia las escaleras y empezó a subirlas. Se acercó a la puerta de la derecha y la abrió con sumo cuidado. Allí estaban, durmiendo tranquilamente, ajenos a lo que se avecinaba.

"Ya estoy aquí", pensó, sabiendo que ella le oiría. "Es tu turno". Casi pudo verla sonriendo, sentada en su preciado trono rojo.

Esta vez ella no dijo nada, pero no hizo falta. Ryss enseguida notó la desagradable y familiar sensación que le recorría el cuerpo cada vez que Lyssa se hacía con su control. Sabía que, pasase lo que pasase ahora, estaba a completa merced de su hermana y no podía hacer nada para evitarlo.

Primero fue hacia el hombre. Alzó el cuchillo, se hizo un corte en la palma de la mano y dejó que unas gotas de sangre cayesen encima de su mano, que reposaba de forma tranquila en la almohada. Luego se acercó a la mujer e hice lo mismo.

Apenas unos segundos más tarde vio como la sangre emitía un tenue brillo y luego desaparecía bajo la piel de la pareja. Ambos abrieron los ojos de repente y soltaron un grito ahogado. Lo miraron un durante un instante, pero antes de que pudieran entender que era lo que estaba sucediendo ya habían fallecido.

"Ya está, están muertos" pensó. Sabía que no hacía falta comprobarlo, este método nunca fallaba. Una vez más, su hermana lo felicitó por su gran trabajo y se fue tan pronto como había venido, permitiéndole recuperar el control de su cuerpo otra vez.

Sacó su pañuelo y se limpió la sangre. Podría haberse curado el corte, pero nunca lo hacía; era su forma de castigarse a sí mismo, dejar la herida abierta y que se curase sola. Estaba acostumbrado a hacer lo que hacía, sí, pero eso no lo convertía en algo menos terrible. Odiaba matar, odiaba matar de esta forma tan cobarde y sobre todo odiaba tener que usar su propia sangre para ello. Era algo demasiado cruel. Pero no tenía otra opción, no podía elegir no hacerlo. No podía elegir y punto.

Se quedó allí unos minutos más, aun sabiendo que era arriesgado hacerlo, finalmente murmuró unas disculpas y se fue, dejando atrás los cuerpos de los antiguos reyes de Alyras.




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⏰ Última actualización: Dec 05, 2023 ⏰

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