21 de mayo 1843.
En la provincia de Francia, cerca del muelle donde trabajan los pescadores y personas del bajo mundo, vive un niño de ojos azules, tan cristalinos como el cielo despejado, de apariencia delgada mas no desnutrida o descuidada, su piel nívea ligeramente bronceada de brazos y piernas, a pesar de tener una apariencia tan bella, sus ropajes rotos y sucios le desprestigiaba de una vista decente ante los ojos de los demás. Su madre, una italiana de cabello rubio y ojos marrones, vivía como una prostituta para poder mantener a su hijo, más que a sí misma; a menudo, alguno de los pescadores cercanos la costeaba para poder pasar la noche con ella y en otras tantas de esas ocasiones su hijo la había descubierto. Esto, por supuesto, no era algo del agrado de su querido hijo, a sus ojos, su madre era una dama bastante bella y educada como para tener un trabajo tan banal y asqueroso, pero su hijo no tenía idea, de que una mujer viuda y con un niño era difícilmente desposada, mucho menos teniendo un trabajo como ese; todo el mundo la veía como una pordiosera necesitada.
A pesar de la humillación y las críticas, la dama italiana siempre tenía a su mayor orgullo a su lado, su querido hijo, Jerome Russo, el niño compartía los mismos ojos azules de su difunto marido, con un precioso cabello rubio rizado como el suyo, con una cara tan bonita y unos cachetes regordetes que lo hacían ver tan adorable, sin embargo, el niño a la edad de 8 años, tenía la apariencia de una niña más que la de un niño de su edad, un chico algo bajito, flaco y de una cara tan pulcra, ojos grandes y largas pestañas. Ya había pasado, que varios de sus vecinos habían confundido a Jerome con una niña y debido a esto varios hombres se habían interesado en él. Su madre, bastante ofuscada, se dedico a su hijo completamente, con la misión de protegerlo de todos aquellos hombres asquerosos, deseosos de poner sus sucias manos sobre su inocente niño.
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¡Atención, Atención! ¡El paraíso ha llegado a ustedes! – se escucha desde muy temprano el anuncio, entre el bullicio de la capital se logra divisar fácilmente a un gran tumulto de personas que rodean a un hombre vestido de arlequín, con sus ropajes coloridos y una sonrisa encantadora, parecía tener hechizados a todos con sus malabares y trucos de magia – Una maravillosa función que los dejara asombrados, el circo les dará la bienvenida a personas de todas las edades – el público, completamente embobado se alza hacia el artista, quien lanza listones y tarjetas con el anuncio del supuesto maravilloso circo.
Jerome observa intrigado desde la distancia, aferrado a las faldas de su madre, quien mira capciosa al hombre, a pesar de su maquillaje, se podía notar fácilmente que era un tipo bastante apuesto y de buenos modales, demasiado para ser un simple actor de un circo "Vamos Zinerva, deja de ser tan desconfiada" se regaña a sí misma la mujer, mientras se lleva al pecho su canasta de costura, aunque se reprende no puede evitar fruncir ligeramente el ceño, no es que fuera su culpa ser tan desconfiada de todos modos; su hijo, mientras, parece igualmente hipnotizado por los colores y trucos del hombre, hacia tanto tiempo que no había salido de la finca que casi olvida lo que era llegar a la capital y ver algún cirquero dando un breve espectáculo. Pero de nuevo, solo era observar lo que ofrecía, jamás en su vida había podido ver el verdadero espectáculo de un circo.
Mamá, ¿Qué es lo que está haciendo mamá? – pregunta con inocencia, cuando ver al arlequín ofreciendo regalos, cajitas y premios a los niños cercanos, cargándolos y besándoles sus mejillas de una forma cercana, demasiado para ser considerado algo normal, a los ojos de Zinerva.
Esta haciendo un espectáculo cariño, parece que otro circo llego a la cuidad. – dice, acariciando suavemente la melena rizada de su querido hijo, tratando de restarle importancia al asunto, porque realmente nadie, parecía prestar atención – Será mejor que regresemos a casa, aun tengo cosas que hacer.