Babycenter sin duda alguna había sido la salvación a sus días. Bueno, a las siguientes cuatro horas del día. La página web tenía miles, quizás millones, de consejos de cómo tratar a un niño de dos años (en este caso a una nena) y juegos interactivos con los cuales entretenerla sin que se aburriera. Sus minutos en el auto gastando datos del celular habían dado frutos. El que la pequeña Lanita (como había decidido llamarle) fuera callada y curiosa hacía las cosas mil veces más fácil. La chiquita sólo molestaba cuando quería alguna cosa en específico y ya, que aún usara pañales facilitaba mil veces las cosas. Definitivamente no sería quien enseñara a la niña a ir al baño, aunque esta había dicho que podía hacerlo sola en una ocasión.
Acababa de terminar la llamada con la madre de la chiquita y se encontraba más que tranquilo de saber que no tardarían más de un día y unas cuantas horas en volver a L.A. con ellos. Eso significaba que Cloe no tardaría en irse, aunque tampoco es como si la estuviera echando. Era una linda chiquita, y diciendo eso de alguien que no tenía cariño para con los niños era demasiado. Samuel había salido dejándolo solo en el departamento para ir a comprar cosas para la cena, la castaña estaba en el piso jugando con una muñeca Barbie que parecía haberse quedado sin cabello. Quizás había sido mala idea dejar un par de tijeras por ahí, Cloe tenía delirios de estilista con su muñeca rubia.
—Cuando tu madre pregunte le diremos que ella quería el corte —murmuró más para sí que para la menor, sin embargo esta rio fuerte.
— Lo quería —contesto la menor en un adorable inglés chillón. Pocas veces se podía escuchar su voz, pero cuando la pequeña hablaba era demasiado tierno. A veces sólo era balbuceos.
— Yo creo que no —replicó con una sonrisa en el idioma nativo de la niña dando por terminado su trabajo en la computadora. En realidad sólo miraba otra vez la página de Babycenter.
Jamás había pensado terminar revisando esa página casi toda una tarde entera. Pronto sería de noche nuevamente, eran las cuatro de la tarde en punto y aunque el sol seguía en lo alto los tonos naranjos del cielo le hacían saber que pronto anochecería. Dios, ni siquiera sabía qué coño iban a cenar, o cómo debería bañar a Cloe porque según Lana ella siempre tomaba un baño en su tina rosa antes de ir a dormir. ¡La noche anterior había dormido perfectamente bien sin tener que bañarla! Aunque bien, lo que Lana decía eran ordenes, después de todo era su madre.
— ¡Tío! —escuchó de fondo y levanto la mirada del teclado portátil en el cual se había enfrascado para ver a la nena que intentaba llamar su atención.—¿y mamá?
— Llegará pasado mañana, linda —respondió con pesar. Quitó el computador de sus piernas y finalmente se puso de pie para alzar a la niña en sus brazos. Sería mejor dejarla en la caminadora. Con dos años todos los bebés eran curiosos, según la página web, y ya que Cloe sabía mínimamente caminar no sería buena idea dejarla por ahí si iba para la cocina.
Dejó a la niña en su puesto y caminó a la cocina buscando aun sea algo de comer para la pequeñita. Ahora que recordaba tenía más o menos desde la tarde que habían ido al restaurante a comer sin probar bocado. Y en el almuerzo tampoco es que hubiese comido mucho. Para cuando tuvo una papilla en manos escuchó la puerta principal abrirse, se asomó sólo para confirmar que fuera su pareja y no un asesino serial sacado de una película de terror de esas que solía ver antes de ir a dormir cuando aún vivía en la casa de sus padres. Oh, ahora que lo pensaba no había llamado a su madre ese día. Mierda.
— Estoy en casa —avisó el recién llegado castaño cerrando la puerta casi en un malabar perfecto para que las bolsas que cargaba en ambas manos no fueran a pasar en el piso.
La pequeña castaña no hacía más que observar divertida con una pequeña sonrisa en sus labios, como quien espera expectante al momento en que algo salga mal. Para cuando el mayor y recién llegado pudo por lo menos descansar de un par la niña rió y aplaudió con ganas. Definitivamente su tío Samuel no era como su padre.