Cera derramada sobre el tinto

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Quizás fueron los dientes de león que crecieron en su jardín los que anticiparon la llegada de la primavera, aquella fresca mañana la cual le permite vestir con prendas delgadas y detenerse bajo el rayito del sol próximo a la sombra del limonero. O tal vez el hecho de que ese día despertó más contento de lo usual. Su cuerpo se percibe ligero, el tacto de sus pies desnudos sobre el suelo de madera y esos repentinos escalofríos que le erizan los brazos son suficientes para alegrarle; sin mencionar esa forma tan maravillosa que tiene la luz de colarse por la amarilla tela de sus cortinas, el perfume de los jazmines o el exquisito sabor del té de manzanilla y cítrico.

Incluso, en el silencio de su hogar, risillas austeras se escapan y su sonrisa se ensancha por la simple sensación tan placentera de disfrutar la rutinaria mañana de primavera. Mininos se acercan a su persona con el fin de saludar y desearle una buena jornada, de colas pomposas y largos bigotes, algunos de vocecillas memorables y otros de mudos ronroneos. Incluso, en su parcial ceguera que no le deja apreciar plenamente los colores, ese día quedó encantado por las radiantes tonalidades de las flores de los árboles y enredaderas que encontraba en el camino.

Pero no fue hasta que llegó a la librería cuando supo que todo valió la pena. Ese cortito cabello dorado, ojitos curiosos ante la nueva llegada y esa sonrisa que nació apenas vislumbró su presencia. Cuando logró fundirse en los brazos del mayor, conmoverse por las guturales risitas que acarician su mejilla y enroscarse en ese melifluo sonido; fue en ese exacto momento.

Las fresas pintando los labios del adverso, los azahares decorando el lugar y el fresco de la menta endulzando sus oídos.

«Por fin llegaste, WonWoo».

frutillitas con limón y mentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora