Principios de verano. Las vacaciones casi habían llegado definitivamente, pero aún faltaban unos pocos exámenes rebeldes. No quedaban más que quince días más y ya podríamos disfrutar del merecido verano, aunque sería muy corto, porque el comienzo del siguiente curso estaba anunciado para principios de septiembre. De todas formas, en aquellas fechas todavía no pensábamos en eso. Como el verano se pasó en lo que dura un suspiro, no dio tiempo a disfrutarlo mucho, pero al menos pude conseguir quedar con Blanca un par de veces. Con Sofía no, porque esa mujer viaja más por el mundo que un piloto de aerolínea, pero es que ella es un espíritu libre, qué le vamos a hacer.
Era junio del 2014. En nada serían las fiestas populares de Torrejón y quería que Blanca experimentara algo así al menos una vez. En aquella época yo no tenía un móvil moderno y muchos menos un servicio de mensajería instantánea, por lo que no había más remedio que establecer comunicación mediante el correo electrónico. Ya suplicándole que viniera, le mandé un correo con tono desesperado, y de ninguna manera podría faltar en este relato el dibujito con símbolos de código ANSI que hice. Fueron necesarias varias invitaciones y mucha insistencia por mi parte para que accediera, pero al final lo hizo.
Tuvo que viajar unas dos horas en tren, las mismas que tenía que hacer yo siempre para ir a su pueblo, por cierto. Nada más llegar, dijo que lo que había visto a su alrededor llegando a la zona del Corredor del Henares le pareció muy chungo. La verdad es que no me extraña, con todas esas fábricas y muros plagados de grafitis, pero es lo que hay. El primer objetivo era enseñarle el Parque Europa, la joya de la corona de Torrejón, del que se dice costó doscientos millones de euros. Como era zona de nueva construcción no había muchos árboles, y los que había eran de poca estatura y no daban sombra. Eso hizo que Blanca se resintiera, así que fuimos al bar del parque a tomar un rico granizado y refrescarnos. Lo malo de tener una piel tan bonita como la suya es que a nada que le diera el sol se ponía roja, aunque no dejaba de ser adorable en cierta manera. Allí le hablé un poco sobre mi grupito de amigos del instituto para que no se llevara una sorpresa como a mí me pasaría en un futuro no muy lejano con los suyos.
A continuación fuimos a pasear por la zona del río. Cabe destacar que yo iba con una americana negra bajo el ya despiadado sol de junio, y si a eso le añadimos que llevaba un paraguas por si nos caía tormenta y que Blanca insistió en abrirlo para no quemarse, ya tenemos el cuadro perfecto. La gente debió pensar cosas raras sobre nosotros. En serio, ¿cómo pude hacer tal cosa? Supongo que es porque entonces todavía era un crío. En mi opinión no deberían dejar participar a los chavales de dieciocho años en cuestiones tan importantes como las elecciones y todo eso, al menos hoy en día. Creo que a esa edad aún no se ha alcanzado la madurez suficiente, aunque puede que solo fuera yo.
Volviendo ya a la civilización nos encontramos con un hombre paseando un perro de esta raza que es famosa por ser la más grande del mundo, el Gran Danés. Se conoce que Blanca le tiene cierto respeto a los perros, y más si son tan grandes como este, así que se escondió detrás de mí por el lado contrario al que estaba el perro y se agarró a mi brazo. Ah, qué delicioso momento.
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Quercus, Peones y una Taza de Té Blanco
RomanceEsta es una carta de amor que escribí con formato de novela ligera a la primera chica que me gustó realmente, cuando estudiábamos en la universidad. Es una historia basada en hechos reales y narrada desde mi propio punto de vista. Algunos nombres de...