—Debes pasar desapercibido, ¿entendido? —dijo su madre con firmeza, su voz resonando en la estancia como un eco ominoso.
El joven asintió, sintiendo la mirada penetrante de su madre clavándose en él como afiladas garras.
—Entiendo —respondió con voz serena, tratando de ocultar la tensión que lo invadía.
En el amplio salón, apenas habitado y desprovisto de vida, su madre le dio la espalda, sus hombros erguidos como una muestra de su orgullo inquebrantable.
—Bien, puedes irte —dijo con un tono seco, indicando que la conversación había llegado a su fin.
El joven forzó una sonrisa, tratando de ocultar la montaña de emociones que bullían dentro de él.
—Me marcho, madre —se inclinó con cortesía, deseando que la fachada de normalidad no se desmoronara frente a ella.
Sus pasos apenas producían un susurro en el suelo de mármol mientras se deslizaba por los corredores sombríos de la mansión. Trece años de vivir entre esas paredes frías y hostiles le habían enseñado la importancia de la discreción.
Cada mirada que recibía de los sirvientes y parientes era como un cuchillo en su piel. Como hijo de la segunda esposa, siempre se había sentido como un intruso en aquel lugar de linaje y prestigio, un recordatorio constante de su posición inferior en la jerarquía familiar.
La presión de ser un Alpha en una familia de Alphas Dominantes, lo había consumido desde su nacimiento, dejándolo sintiéndose inútil e insignificante. A pesar de haber nacido con todos los privilegios, se encontraba atrapado en una jaula de expectativas y prejuicios.
Al mirarse en el espejo de la ventana, observó las ojeras bajo sus ojos, marcadas por noches de insomnio y preocupación. Era un Alpha, sí, pero uno que no cumplía con las expectativas de su madre ni de la sociedad que lo rodeaba.
Una lágrima solitaria surcó su mejilla, un símbolo de su dolor y desesperación. Se apresuró a secarla, consciente de que mostrar debilidad solo alimentaría el desprecio de los demás.
Con pasos cuidadosos, se dirigió hacia el salón principal, donde la familia Beaumont se reunía en solemnidad. Sabía que debía pasar desapercibido, como siempre, pero una parte de él anhelaba ser reconocido, aceptado por aquellos que lo consideraban un extraño en su propio hogar.
Sin embargo, sabía que eso nunca sucedería. Era un Beaumont solo de nombre, y mientras cruzaba el umbral del salón, se prometió a sí mismo encontrar su lugar en el mundo, lejos de las expectativas y prejuicios de su linaje.
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enRut
RomanceAmar es como el veneno, una vez que entra se adhiere a tu cuerpo, te marca, no olvida, no perdona... El amor es como el dulce y la miel, es como el vinagre y, la sal... amargo e inamovible al punto de querer arrancarte la piel hasta llegar al corazó...