8. "La boda"

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Esa mañana no había ni una nube en el cielo, siendo raro ese tipo de climas en el húmedo Londres, y quizás por eso, a pesar de haber pasado varios días con una leve melancolía, Saori miró por la ventana y esbozó una sonrisa, mientras un quinteto de criadas le ponían su vestido de boda. Era increíblemente pesado, y jamás en su vida había usado un corset tan apretado; sus senos, aunque no eran prominentes, saltaron a la vista en un escote pronunciado e increíblemente sensual, pero disimulado con una cubierta del más fino encaje de París. Su cabello negro fué recogido en un moño extravagante y muy elaborado, adornado con perlas y lazos a juego con su atuendo, y en sus manos delicadas, preciosos guantes con vuelos en las muñecas.

Era una visión divina la futura reina, y esperaba que al estar tan arreglada, el rey al menos le dedicara algunas palabras. Sin embargo, y debido a la reciente distancia, ese pensamiento se alejaba de su realidad.

Bajó acompañada de su madrastra, Temari y toda una procesión de servidumbre que la ayudaban con la cola de su traje, cinco metros de capas de seda marfil enjoyada. Si ese no era un vestido de una monarca, no sabía cual podía ser. Su vida era y sería tan diferente, a aquellos días tranquilos junto al lago, o a los paseos que con su yegua, que sentía mucha nostalgia. Pero era extraño, tampoco quería regresar al pasado, aunque no sabía a ciencia cierta lo que le deparaba el futuro.

La subieron a un carruaje elegante y tras una hora de camino, llegaron a la Abadía de Westminster. Afuera había una multitud enorme, pero por alguna razón, casi un batallón de soldados mantenían al público muy lejos del templo. En contraste, cuando llegó la hora de entrar, casi ningún banco estaba ocupado. La boda real, la más importante, solo tenía menos de cuarenta invitados. Saori sentía todas las miradas sobre ella, pero supo como mantener la cabeza alta y un paso lento y elegante hasta llegar a su padre, quien la tomó del brazo y así la guió a atravesar la hermosa alfombra del pasillo nupcial, donde al final, de lado y con la cabeza baja, estaba el rey vestido con un traje blanco de galeras doradas.

—Esta boda me abrirá tantas puertas...— murmuró el marqués, mostrando una sonrisa aristócrata a los pocos invitados.

—¿Qué quiere decir, padre?— preguntó la novia en tono gélido, sin apartar la vista del monarca.

—Mi hija, la reina de Inglaterra.

—Es una lástima que mi título venga con lastres— siseó.

—¡¿Qué significa eso?!— protestó muy bajo.

—Lo que escuchó— afirmó la joven y al llegar al altar, se desprendió del agarre firme de su enojado padre.

No importaba lo molesto que el ambicioso marqués pudiera llegar a ser, ese sentimiento de desprecio que sentía se borró al verlo a él. ¿Nadie lo notaba? ¿Nadie era testigo del estado de ese hombre que tenía delante? El rey lucía una expresión extragulada, petrea, con grandes ojos abiertos que miraban a la nada, su frente estaba empapada de sudor y su mandíbula contraída de lo duro que apretaba sus dientes. El corazón de Saori se rompió en pedazos cuando a la orden del obispo debieron tomarse de las manos y Naruto no respondió. Los cuchicheos solo empeoraron la situación, y para evitar mayores, fué ella quien alcanzó su agarre, encontrándose con notables temblores en las manos del rey. Fueron mencionados sus nombres, palabras en latín que apenas entendía a pesar de sus lecciones en la infancia, luego aplausos, unos que hicieron al monarca tensarse más y observar a varios lugares en el suelo de manera errática.

—No me miren... No me miren... No me miren...— murmuraba entre labios.

—Majestad, debe besar a la novia— repitió el obispo, y Saori se dió cuenta de que ni siquiera ella lo estaba escuchando.

El rey cayó en la realidad y por fin la miró, pero otra leve negativa de su cabeza le hicieron temblar las piernas escondidas en tan ancha falda.

—Naruto...— susurró ella con voz quebrada y tras captar su atención, cerró los ojos y esperó. Esperó a que él respondiera o caería en las peor de las vergüenzas

En medio de la oscuridad y el nerviosismo, sintió un roce de labios fríos secos sobre los suyos, y luego más aplausos que provocaron que el monarca apretara el agarre de sus manos hasta que se tornó doloroso. Pero ella no se quejó, colocó su mejor expresión a pesar de todo y cuando menos lo esperó, estaba montada otra vez en el carruaje junto a Izumi y Temari.

—Saori...— llamó su madrastra en tono preocupado, al verla derramar lágrimas mientras miraba por la ventana.

—Ya es muy tarde... y tampoco tenía como evitarlo.

—Serás muy feliz, ya verás— alentó.

—¿Con un hombre que sufre al darme un sí en el altar?— preguntó desconsolada —Tampoco tenía que hacerlo tan evidente. No sé que diablos le pasa, pero odio todo esto, y tan solo es el inicio.

Tras la dolorosa confesión, ninguna de las dos mujeres se atrevió a decir algo más, hasta que llegaron al palacio principal. Ahora viviría allí, junto a su esposo y mayores lujos de los que ya le prodigaban, pero que en ese momento para ella no tenían el mínimo valor.

Bajó del carruaje a la vez que su esposo, quien viajó aparte en otro, y de nuevo luciendo la misma expresión de desagrado, caminó junto a ella hasta que pasaron el umbral. Los aplausos de los sirvientes al recibirlos fueron cortos, pues el chambelán del rey despejó el lugar con un par de exclamaciones. Y sin dirigirle palabra, Saori notó como el monarca se alejaba por uno de los pasillos.

—Majestad...— llamó, él se detuvo, pero no volteó a verla —¿Me dejará sola?— no temió en preguntar.

—Esta es... es tu casa ahora. Pu... puedes hacer lo que te plazca.

—¿No me acompañará?— insistió, notando como su orgullo resbalaba por el suelo.

—Yo tengo mi citio— secundando la hiriente frase, se escucharon sus pasos en el corredor y luego una gran puerta cerrarse.

La joven miró su espalda hasta que desaparició y después a su alrededor, donde las grandes paredes llenas de adornos finos y molduras intrincadas, parecían caerse y querer aplastarla con su peso. El eco de sus sollozos solo le hicieron lucir aún más lamentable, pero entonces una mano delicada tocó su hombro. Saori miró a Izumi esperando encontrar una expresión de condescendencia, pero en su lugar notó ojos severos y orgullosos.

—Recuerda que ahora eres la reina— murmuró en su oído —Eso vale más que cualquier romance absurdo al que quieras aspirar.

Mad KingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora