9. "El rey cobarde"

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Su habitación era aún más grande y lujosa de la que le habían asignado en el palacio de descanso. Saori dormía en una cama gigantesca ella sola, y si al inicio esperó nerviosa a que esa puerta se abriera y fuese su esposo el que entrase, después de par de meses ya no le importaba. Se había acostumbrado a su vida solitaria en el palacio, caminando por corredores y jardines casi vacíos, asistiendo a fiestas de té de cortesía con damas que nunca había visto, pero que solo se acercaban a ella para pedir su intervención con el rey para sus propios maridos. Internamente, todo le parecía un mal chiste, pues ella misma, quien se suponía era la más cercana al monarca, en el par de ocaciones que lo había visto de lejos, no fué digna de su interés. Leer libros, escuchar a esos músicos talentosos que eran invitados al palacio, posar para cuadros largas horas...

Las cenas eran lo peor de todo, porque si bien siempre había sido una persona distante, estaba acostumbrada a comer con acompañantes en la mesa. Con Izumi de vuelta en la hacienda, solo le quedaba Temari cerca, y la dama se limitaba a pararse en una esquina del comedor junto a la procesión de criados. Los brillos de los candelabros de cristal danzaban sobre la vajilla mientras ella removía con una cuchara un puré de papas con guisantes, no habían tocado la carne para nada, y encontrándose sin epetito una vez más, como un pájaro hermoso y enjaulado.

Levantó la vista y miró la silla, lejos, en el otro extremo de la mesa. Ahí estaba su plato, sus cubiertos y sus copas, y la rabia repentina le hizo golpear la superficie y sobresaltar a los sirvientes. Cuando se puso de pie torpemente a causa de su aparatoso vertido verde esmeralda, Temari se acercó con rapidez.

—Majestad...— murmuró.

—¡¿Dónde está?!— bramó y la servidumbre se miró entre sí.

—¿Disculpe?

—¡Mi esposo! ¡Llévame con él!— ordenó.

—Mi reina, el rey ahora no...

—¡¿Acaso tengo que buscar en cada maldita habitación de este palacio por mi cuenta?! ¡Porque lo haré!— inquirió, provocando que la mujer bajara la cabeza en una reverencia y empezara a caminar.

No sabía como sería su encuentro, o lo que le diría en realidad al verlo, pero no podía seguir soportando esa situación. Si el rey quería hacer como si ella no existiera, que se lo dijera personalmente. Y le dolía, porque en el fondo, durante aquellos cortos encuentros, imaginó una relación llena de romance y complicidad, justo como esas novelas que le gustaba leer.

Siguió a Temari por largo rato, otra vez notando lo inmenso de la construcción, y luego comenzaron a subir escaleras hasta pequeñas habitaciones, donde en una en particular, vió a Shikamaru sentado en una silla frente a la puerta. El chambelán se incorporó inmediatamente al verla, y tras notar su expresión severa, buscó a Temari con la vista antes de dirigirse a la reina.

—Su majestad, ¿qué hace aquí?— preguntó.

—¿Por qué tengo que darte explicaciones de lo que hago o dejo de hacer en mi propio palacio?— exclamó —Hazte a un lado— mandó Saori

—Disculpe, majestad, pero no puede...

—Apártate— volvió a pronunciar, esta vez muy lentamente y en un tono tan amenazante, que Shikamaru, al igual que su compañera con antelación, hizo una reverencia y la dejó entrar.

La estancia era pequeña y bastante oscura, a excepción de una mesa de trabajo iluminada por velas donde él estaba sentado. Antes de acercarse, Saori miró al rededor; estantes llenos de barcos e incluso maquetas de faros, ocupaban cada esquina, a excepción de la del final, donde había un catre con cojines y una mesa con algunos alimentos. El aspecto austero del lugar la sobrecogió, casi tanto como ver al rey de Inglaterra usando las mismas ropas simples que usaría uno de los mozos que cuidaba el ganado de su padre.

Naruto volteó, colocando una expresión algo aterrada al notar que era ella, y después regresó a su hacer, pero ligeramente más encorvado.

—¿Aquí es donde te ocultas?— retó Saori, sin obtener respuesta —¿Prefieres dormir en ese sucio lugar, que con tu esposa?

—¿Qué... qué quieres?— el tono ronco y las palabras desinteresadas la hicieron apretar con fuerza su abanico.

—Dime si hice algo que te desagradó... ¿Soy fea? ¿Es porque vengo de un apellido de mala fama? ¡Yo también me ví obligada a casarme, pero intento dar lo mejor de mí! ¿Por qué no recibo nada a cambio? Siquiera un poco de atención— añadió, maldiciendo que ya tenía lágrimas en los ojos sin desearlo, sin embargo, sus ruegos parecían no traspasar la barrera de hielo que había entre ellos.

—¡Vete!— lo escuchó gritar —¡Disfruta de la riqueza... de los tés del demonio... de... de los vestidos lujosos! ¡Tienes el mundo a tus pies! ¡¿Qué más quieres?!

—¡¡Que me mires!!— gritó con bravía, pero retrocedió un paso cuando el rey se acercó a ella rápidamente, imponiendo toda su altura.

—¡¿Tan acostumbrada estás a ser el centro de atención, que te desesperas... cuando alguien no cae en tus encantos?!

—¡No es eso...!

—¡¿No?!

—Solo quiero un matrimonio donde...

—¡¿Dónde qué...?! ¿¡Una historia de amor?! ¡Eso no va a pasar! ¡No soy ese tipo de hombre! ¡No puedo darte más de lo que tienes!— la furia y la impotencia era tan viva en los ojos del monarca, que Saori temió por su seguridad estando tan cerca —Vive como quieras, si... deseas irte, ¡vete! Yo al contrario de tí, si pudiera... borrarme de este mundo y no ver a nadie nunca más, ¡lo haría!— confesó y tras tomarla del brazo con brusquedad, la sacó de la habitación y cerró tras ella de un portazo.

La reina se quedó de pie, inmóvil, sin comprender con seguridad lo que había acabado de pasar, mientras Temari y Shikamaru la miraban con lo que obviamente era lástima. A causa de eso, las palabras de Izumi el día de su boda, volvieron a repetirse en su cabeza, y fueron motivo de que enderezara su pose y secara sus lágrimas con mucho orgullo.

—Bien, si eso es lo que quiere...— exclamó con decisión.

—Majestad, intenté explicarle. El rey a tenido semanas muy difíciles...

—Lo entiendo perfectamente. Me ocuparé de no molestarlo en un futuro— sentenció y tomó el camino de regreso, sin preocuparse de que Temari la siguiera.

—¡¿Por qué rayos está así?!— murmuró la dama de forma apresurada.

—Un hombre tan cobarde que no puede ni cumplir con sus obligaciones maritales, ¿de qué otro modo va a estar?— respondió frío el chambelán, en tono muy bajo, y tras Temari negar con la cabeza, corrió para alcanzar a su reina.

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