Capítulo 10. Guerra.

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Azirafel temblaba; el Metatrón había declarado la guerra al Infierno nada más volver al Cielo tras el secuestro de Miguel y él debía comandar a todo el ejército celestial como nuevo General, y aunque nunca le había temblado el pulso a la hora de blandir su espada llameante contra los demonios, una cosa era hacerlo en el Cielo o en páramos desiertos y otra, muy distinta, librar las batallas en ciudades llenas de humanos. 

—Quizá deberíamos buscar un lugar más... apropiado, su beatitud. No es buena idea librar una batalla tan cruda en las ciudades.

—¿Pero es que no te das cuenta, necio? Los demonios ya están arrasando la Tierra. Debemos bajar a defenderla. —El Metatrón estaba rojo de ira—. ¿O acaso no quieres proteger a los humanos?

Azirafel supo que las motivaciones de Metatrón por librar la batalla en la ciudad estaban muy lejos de ser por defender a los humanos. Necesitaba averiguar qué estaba pasando realmente, pero se quedaba sin tiempo. En ese momento deseó con todas sus fuerzas tener cerca a Crowley; el demonio siempre le aportaba la paz interior que tanto necesitaba ahora y tomó la decisión de bajar a buscarlo en cuanto pudiera. Esperaba encontrarlo en sus sitios habituales, aunque la última vez no acudió a su cita en la glorieta del parque.

—Claro que deseo proteger a los humanos, señor. Solo pensaba que estarían más seguros si alejábamos la batalla de sus ciudades.

—¡Nada de eso! Debemos bajar de inmediato. Comanda al ejército. Da instrucciones precisas para que libren a las ciudades de todos los demonios y que empleen toda la fuerza que sea necesaria para ello.

Azirafel asintió con un nudo en la garganta; sabía que aquello no estaba bien, pero no podía desobedecer una orden tan directa sin arriesgarse a sufrir las consecuencias.

—Como desee, excelencia —y salió hacia la Sala de Guerra, donde el ejército esperaba sus órdenes.

Con un sabor amargo en la boca transmitió las órdenes del Metatrón como si fueran suyas e hizo marchar a todo el ejército celestial hacia la batalla. Él bajó a la Tierra liderando al escuadrón de Londres.

Las calles de la ciudad estaban llenas de demonios. Apenas salieron por la puerta del ascensor, se encontraron con un grupo que intentaba llevarse a una chica arrastrándola del pelo. Azirafel lanzó un grito y en un instante había cortado la mano del demonio que sujetaba las trenzas de la muchacha. Sin apenas tiempo ni de analizar la situación, cuatro demonios más lo habían rodeado, aislándolo del grupo. Azirafel giró sobre sí mismo, lanzando un tajo circular que partió por la mitad a los atacantes.

Vio cómo los miembros de su escuadrón también luchaban aislados unos de otros. Por cada ángel armado había al menos cuatro demonios dispuestos a atacarle.  «¿De dónde había salido tanto demonio?», pensó Azirafel mientras despachaba un contrincante tras otro. Necesitaba ayuda, y solo confiaba en un ser en todo el Universo para que luchara a su lado. Con todo el dolor del mundo, abandonó a su escuadrón y se refugió en lo que un día había sido la tienda de discos de Maggie. Necesitaba un momento para intentar localizar a Crowley. Lo percibió en su apartamento e hizo un milagro para llegar allí.

Un penetrante olor a especias le golpeó nada más aparecer. Pasó junto a la estatua de dos ángeles luchando que tanto le gustaba cuando una sensación de urgencia lo invadió. Corrió por todo el apartamento hasta que llegó al dormitorio de Crowley. Era la segunda vez que entraba, y allí el olor a especias era más fuerte. Cientos de botellas vacías estaban tiradas por todo el suelo y Crowley dormía plácidamente en su cama. Azirafel sintió una punzada de enfado. ¿Cómo era posible que estuviera durmiendo con todo lo que estaba pasando? Hasta que se dio cuenta de que el demonio no se había despertado con su presencia. Probó a zarandearle, le gritó, incluso le golpeó con fuerza un par de veces, pero Crowley no respondía. Azirafel cogió una de las botellas y se la llevó a la nariz.

—¡Láudano! Maldita sea, Crowley, ¿quién te ha hecho esto? —porque si de una cosa estaba seguro, era que el demonio no lo había consumido por voluntad propia.

No sabía cuánto tiempo llevaba dormido, aunque estaba convencido de que por eso no acudió a su cita en el parque. Solo le quedaba esperar que el efecto le pasara pronto. Con el corazón encogido, dejó al demonio y volvió a la batalla.

Las calles del Soho recordaban a una película humana de catástrofes. Había edificios ardiendo y cuerpos humanos por todas partes. La cantidad de demonios había aumentando considerablemente en los pocos minutos que había estado fuera y cada vez había menos ángeles. Vio a Muriel pelear contra un grupo de Eriks que la tenían acorralada contra el muro de la librería. De un salto, Azirafel se interpuso entre la escriba y los demonios lanzando estocada tras estocada contra ellos, chispas de colores verdes estallaban cada vez que descorporizaba a uno de ellos. Cuando los hubo liquidado a todos, una especia de calma se apoderó de la zona.

—¡Rápido! ¡Agrupaos en la librería! —gritó Azirafel.

Todos los ángeles que quedaban en pie se metieron en la tienda, agotados por la batalla.

Una piedra rompió una de las ventanas y Shax se asomó por el hueco.

—Vaya, vaya. Parece que aquí hay un grupo de angelitos cansados y acorralados. Sería demasiado fácil mataros ahora. Será más divertido si esperamos a mañana a que os hayáis recuperado. —Y con un gesto ascendente de su mano se fue, llevándose a todos los demonios con ella.

Azirafel hizo un milagro tras otro hasta que todos los ángeles se hubieron recuperado de sus heridas. Los acomodó lo mejor que pudo entre sus amadas estanterías y, cuando estaba seguro de que todos descansaban, hizo una llamada.

—Soy Crowley. Ya sabes qué hacer, hazlo con estilo.

—¡Crowley, por favor, despierta! —intentó disimular la desesperación de su voz, pero sabía que no lo estaba logrando—. Sé que no acudiste a nuestra cita porque estabas durmiendo y temo que sigas igual. No he conseguido averiguar quién te lo ha hecho, pero debes despertar ya. Estoy atrincherado en la librería con un pequeño grupo de ángeles, pero temo que no seremos suficientes para lo que viene. De verdad te necesito. ¡Despierta!

Colgó con la esperanza de que el demonio no tardara en despertar. En un intento de calmar los nervios que sentía se dedicó a pasear entre las estanterías que tanto había amado. Debía reconocer que Muriel había hecho un excelente trabajo manteniendo sus libros intactos, además había conservado su sistema de organización por lo que no le costó reconocer que todo estaba tal y como lo había dejado a excepción de su pequeña colección de cuentos de aquellos hermanos alemanes que tanto éxito habían tenido; no era grave, solo faltaba uno de esos cuentos, seguramente lo habría estado leyendo ella misma antes de la guerra.

Se encontró con la escriba en el centro de la librería.

—Oh, querida, ¿estás bien?, ¿no quieres descansar un poco?, ¿o quizá prefieres una taza de té? —dijo sonriendo mientras rememoraba aquel primer encuentro en ese mismo lugar.

Muriel sonrió con ternura ante el recuerdo.

—No, gracias, excelencia.

—No, por favor, nada de formalismos. Además, soy yo el que debería darte las gracias por haber cuidado tan bien de este lugar. Está impecable. Se nota que lo has tratado con mucho amor.

—No tiene mucho mérito, la verdad. Es lo que siempre me inspiró este lugar, es como su esencia. —Muriel vio cómo los ojos de Azirafel se humedecieron de emoción—. ¿Sabe algo de él?

—No mucho —dijo Azirafel apenado—, pero sigo convencido de que acudirá a mi llamada. Crowley nunca me ha dejado, ¿cómo es la expresión?, colgado. Si hay alguien en quien puedo confiar ciegamente es él. Sé que encontrará la forma de llegar a mí. —El ángel sonrió sin que la sonrisa pudiera borrar de todo el dolor de su mirada—. De todas formas, tenemos problemas más acuciantes: esos demonios vendrán en unas horas y tendremos que hacerles frente y no seremos suficientes. Debería subir a por refuerzos. ¿Me ayudas con las velas, por favor?

Muriel asintió y trajo las velas mientras Azirafel quitaba la vieja alfombra circular que cubría el sello de invocación de las puertas del cielo. Dispuso las velas en el orden correcto y activó el circulo. Ahora que era el Arcángel Supremo no necesitaba que nadie abriera la puerta desde arriba, podía hacerlo el mismo. Se despidió de la escriba y volvió al cielo.

Soy un demonio. Mentí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora