CAPÍTULO 25: Amancay.

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Se dice que las flores de amancay son las gotas de sangre que derramó una mujer ante un gran amor imposible que había en su tribu, Quintral, el hijo de un gran cacique.

Ese amor quedó marcado cuando él enferma y Amancay encuentra como remedio, según la leyenda, una flor en lo alto de la montaña. Un despiadado cóndor le dice "esto tiene que ser un sacrificio: yo te doy esa flor, pero tú tienes que dejar tu corazón".

Cuando se lleva el corazón de la joven, las gotas que fueron cayendo de su sangre llenaron estos valles de esas flores amarillas testimoniando el amor que ella sentía.

La casa, que hacía escasos minutos bullía de actividad, ahora está sumida en un escrupuloso silencio, tan sólo roto por el ruido de algún radiador oxidado.

Assane ha salido al porche, a pesar del frío, para despejar las ideas. No tiene muy claro cómo se siente en estos momentos. Una parte de él está eufórica por esta nueva aventura, y otra parte está temerosa. No sabe del todo cómo interpretar las señales que ha recibido por parte de Min-ho esta noche, pero al menos ahora sabe que tiene mucho más tiempo por delante para tratar de acercarse a él y averiguar si entre ellos es posible que nazca algo.

Cuando el frío le ha calado hasta los huesos, Assane decide que es suficiente y vuelve a entrar, pues el muy valiente ha salido sin su abrigo y no ha durado ni diez minutos bajo la nieve.

Al abrir la puerta, trata de hacer todos sus movimientos a oscuras, pues no recuerda dónde está la luz de la entrada ni tampoco ha cogido su móvil. Así que, a tientas y de la manera más silenciosa posible, Assane avanza a ciegas guiado por la poca luz que las farolas de la calle arrojan a través de las ventanas. Por eso casi se muere de un infarto cuando choca con algo que claramente es una persona.

Putain! —Murmura de manera inconsciente.

Mianhae! —Susurra alguien con una voz dormida.

—¿Min-ho? —pregunta Assane con el corazón a mil revoluciones.

—¿Eh? —Min-ho parece estar aún medio dormido.

Él, que sí que lleva su móvil, enciente la linterna, enfocándose sin querer a sí mismo, y entonces Assane puede ver su expresión somnolienta. Min-ho que se ha apuntado a los ojos con esa luz cegadora sin querer, deja caer el móvil del susto y termina de despertarse.

Aigo! —dice ahora más espabilado, maldiciendo porque el teléfono le ha caído en el pie. —Lo siento. Sólo quería agua, no encuentro la cocina, he olvidado dónde está.

Assane, que siente que no tiene el control de ninguno de sus sentidos, tiene la certeza de que, en estos momentos, no hay nadie en todo el planeta tierra que le pueda parecer más entrañable que Min-ho. Tiene los ojos hinchados por el sueño y el cansancio, la marca de la almohada en un moflete y los labios fruncidos por la frustración de no encontrar la cocina desaparecida. Como si esa cocina fuera la culpable y no su propia memoria y desorientación.

—Ha debido moverse para que no la encuentres, —bromea estúpidamente Assane.

Cuando está delante de él las ideas desaparecen de su cabeza y pierde la capacidad de hacer o decir cosas coherentes. Min-ho, que, a pesar de estar más espabilado, sigue aún con el cerebro en la cama, le mira sin comprender de qué le está hablando.

—Sígueme, anda, te llevaré —termina diciendo Assane, agachándose para recoger el móvil del suelo, y rogando porque Min-ho olvide su estúpido comentario y no perciba cómo le arden las mejillas.

EL JARDÍN QUE DIBUJAMOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora