CAPÍTULO 26: Tulipanes rojos (parte 2)

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Los tulipanes rojos son como pasiones ardientes que florecen en el fondo del corazón, iluminando la vida con su belleza y amor como una dulce fragancia del sol que acaricia cada rincón del alma.

Min-ho está convencido de que ha vivido una vida plena y feliz, una vida que sabe que ha estado llena de amor y amistad. Lo sabe, de verdad que sí, pero aun así tiene la sensación de estar renaciendo, como si esa vida fuese otra, como si todo comenzara a partir de esta noche. Sabe que después recobrará la cordura, recordará que tiene un trabajo que adora y unas amigas de ensueño. Pero ahora lo único que quiere es perderse en este momento, abrazar este nuevo comienzo y, por supuesto, dejar que Assane le haga el amor esta noche.

No ha contestado a su pregunta con palabras, eso sería imposible. Assane tiene el poder hacerle perder su capacidad de hablar, pero su cuerpo sí ha sabido qué responder. Y mientras su garganta soltaba un jadeo sin permiso, Min-ho se ha aferrado a él con brazos y piernas y le ha devuelto el beso con tanto ímpetu que ha hecho que el pobre Assane se tambalease.

Este, sintiendo que se le otorgaba el derecho de actuar a su antojo, ha recostado a su adorado Min-ho sobre la cama y le ha desvestido con cuidado, deleitándose. En su último encuentro las prisas y el anhelo de los años perdidos le hicieron perder la razón, y aunque sin duda disfrutó de aquello, esta noche necesita recrearse. Desea perderse de una manera distinta. Por eso no deja que Min-ho le desvista a él, sino que se deshace de su molesta ropa en un abrir y cerrar de ojos para poder tumbarse junto a un Min-ho que le acoge entre sus brazos.

Assane se acuerda, sí. Sabe perfectamente cuál es el sabor de su piel, el calor que desprende. Lo recuerda casi tan bien como recuerda la cadencia de sus jadeos o la entonación de sus suspiros. Está convencido de que nunca ha memorizado nada tan bien como todo lo que ocurrió entre ellos aquella noche. Puede que lo único que recuerde con la misma nitidez sea el primer y único beso que se dieron hace diez años.

Min-ho está por completo excitado, las mejillas encendidas y el corazón desbocado. Ver de nuevo el tatuaje de su dibujo sobre la piel de Assane le recuerda que esto que están viviendo es mucho más profundo de lo que puedan imaginar. Está tan deseoso de lo que va a ocurrir a continuación que siente que se le embota el cerebro, como si estuviese en un sueño vaporoso, febril. Tener a Assane desnudo junto a él, e igual de excitado, se le antoja como algo que sólo podría ocurrir en sus sueños. Quizá se trate de eso, puede que esté soñando. Lo único que le hace mantener la esperanza de que todo sea real es que está seguro de que, en su otra vida, en esa que parece haber olvidado, esto ya había ocurrido. Se aferra a esa idea mientras Assane, su bello chico francés con piel de ébano, se pone encima de él y comienza a besarle el cuello.

Assane no sabe si lo que hace es lo que piensa o si lo que piensa es lo que hace. No tiene ni idea de qué va primero, si sus pensamientos o sus besos. Sólo sabe que un deseo cegador lo envuelve todo y que necesita desesperadamente hacer que Min-ho se estremezca de placer. Es culpa suya, con esa expresión perdida (como si estuviera a punto de desmayarse) provoca que Assane pierda la cabeza. No soporta ver sus labios hinchados, sus ojos entrecerrados, sus mejillas encendidas y el deseo de sus ojos. No lo soporta porque le hace perder el control, y contra eso, Assane no puede hacer nada. Devora el cuerpo de Min-ho como un lobo que lleva meses sin comer. Desciende hacia su erección y la envuelve con sus labios con la firme intención de volverle loco como Min-ho le está volviendo loco a él.

Min-ho siente que se va, se pierde. Es cierto, está renaciendo, como los cuentos dicen que lo hacen los fénix. Esta explosión de placer que le recorre el cuerpo no puede ser de este mundo. Siente que el enorme cuerpo de Assane le envuelve por completo y mientras su dios de ébano le devora, Min-ho de verdad piensa que podría desintegrarse. Que, si Assane sigue así, él podría desaparecer, y lo haría con gusto.

Justo cuando Min-ho siente que no puede más, su dios se convierte en un demonio, que abandona con crueldad su entrepierna para besarle en los labios, y aunque lo desea, también siente que quiere más. Sus quejas silenciosas obtienen respuesta cuando Assane se aparta de él para llevarse la mano a la boca, cubrirla de saliva, y volver a bajarla para introducir un par de dedos en un Min-ho que no puede sino gemir como única súplica de piedad. Aunque una piedad que implora que no se detenga, porque morirá si lo hace.

Assane, que ya ha perdido la voluntad de luchar contra sí mismo (si es que hubo alguna posibilidad en algún momento), se entrega con esmero a la tarea de preparar a su amor, de abrirlo para él, porque, por encima de todas las cosas, y a pesar del deseo que le ciega, no quiere ser brusco, porque no soportaría lastimarle. Así que no se detiene hasta que siente que Min-ho está listo para recibirle. Y cuando eso ocurre, y antes de perderse por completo, anticipando cómo va a sentirse, Assane respira, coge aire, porque sabe que ahora sí que estará por completo perdido.

Cuando Assane entra en su interior, Min-ho no sabe ni cómo ha logrado ahogar el grito que luchaba por salir de su garganta. Quizá haya perdido de nuevo su voz, o puede que lo que está sintiendo sea demasiado complejo para poder expresarlo con sus cuerdas vocales. Por eso no dice nada y deja que sus jadeos hablen por él. Es consciente de que Assane se ha transformado, de que lo que está viviendo hoy, aunque se parece a lo que ya vivieron, no es lo mismo. Con cada embestida Assane pronuncia su nombre, cada vez más grave, cada vez con voz más ronca. Parece poseído por algo distinto, como si el permiso que Min-ho le ha dado hubiera destapado más capas de las que se veían a simple vista. Y Min-ho lo adora, ama toda esta entrega por su parte. Ama todo lo que está viendo de él esta noche. Y mientras el placer los devora a ambos, siente que el destino no podría haberle hecho un mejor regalo.

Mientras Assane suelta su último esfuerzo antes de que ambos se vayan al mismo tiempo, justo en la última embestida, el corazón le impulsa a decir:

—Estoy dispuesto a darte todo lo que me pidas.

EL JARDÍN QUE DIBUJAMOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora