El Eco Erudito de la Libertad

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¡Frágil! Como una manzana tallada que, cómodamente, sé pudre, así si es la vida en la ciudad. ¡Gris! Como el futuro desolador que espera en la urbanización, sosteniéndose así únicamente por los diferentes aparejos eléctricos, que, aparentemente, son penumbra constante en el alma, un abismo sin fondo que devora la luz de la esperanza y de la vida misma.
Semejando nítidamente un reflejo evidente de una vida que padece de desfallecimiento pavoroso e ininterrumpido.
¡Pero hay que ver, qué monótona es la existencia aquí! ¡Que vacía está mi vida! ¡Lo sencillo que es extraviarse en el pecado! ¡Hay que ver, cuanta falta de inmoralidad que posee el hombre! ¡Hay que ver! ¡Hay que ver! Que nos hemos quedado ciegos.
Desparejado ha sido del hombre y la mujer, el respeto, y la dignidad. De esta forma, absorbiendo como una esponja altos niveles de insensibilidad frente a otro ser que alienta, sin razón aparente, ni ninguna clase de reflexión anterior a una respuesta tanto motora como verbal.
Nos irritamos con extrema sensibilidad y mostramos odio y hostigamiento hacia quienes no comparten nuestras ideologías o expectativas. Refleja así un eco de la ley de la jungla, donde "solo importas tú mismo", pero el tapiz de la verdad se entreteje en complejidades más profundas. Fingimos empatía con los demás, mientras la indiferencia se erige como sombra mayoritaria. Si rezamos, es por nuestro propio eco en el universo, no por el anhelo de otros.

A lo largo de mi travesía por la semana, mi vivencia me llena de vacuidad recurrente. Cada día se abastece de experiencias de total absurdidad que a la mañana siguiente se desvanecen en el olvido. Nada cobra importancia durante los siete días de la semana, las cuatro semanas del mes, los doce meses del año y los diferentes años que he vivido desde que entré en el mundo real.

En épocas pasadas, mi esencia resplandecía con tonos distintos, un deleite pasmoso envolvía mi existencia. Rememoro con encanto aquellos días de niñez, cuando la vida se pintaba de verde y alegría. Moraba en las afueras de la ciudad, en una casa arropada por un prado, un rincón de hermosura. Pero ahora bajo el manto urbano, donde la ciudad se cierne, se despliegan sus tonalidades grises, tejiendo un tapiz de melancolía ineludible. El humo, fiel compañero, con la suciedad en un ritual de desolación, mientras el deambular zombi de multitudes añade una nota de desesperanza.
En el devenir de mi existencia, llegó el momento de transformación, de retornar al sendero iluminado por la aurora de la vida. En la vastedad del campo yace el refugio que anhelo, donde el alma halla reposo y el corazón halla consuelo. Solo una senda se vislumbra ante mí, la que se despliega a través de la gracia de Jesucristo, nuestro guía celestial y redentor supremo.
En la senda de la existencia, él es el susurro del viento,
No hay otro sendero, sino Jesucristo, divino aliento. 
No hay otra luz, sino Jesucristo, fulgor deslumbrante.
No hay otro canto, sino Jesucristo, armonía sempiterna.
No hay otra dirección, sino Jesucristo, guía sin igual.
No hay otro protagonista, sino Jesucristo, divino manantial.
No hay otro artista, sino Jesucristo, maestro genial.
No hay otro secreto, sino Jesucristo, luz que todo redime.
En la trama del universo, él es el hilo dorado,
No hay otra travesía, sino Jesucristo, camino sagrado.

He tomado la firme decisión: venderé mi morada y emprenderé el éxodo de la urbe para rendir mi existencia al altísimo, tejido en la creación de un hogar y una familia, entre los brazos acogedores de la naturaleza sublime. Porque soy Ángel Sierra y a mí nadie me hunde

Éxodo VerdeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora