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Si se usa una armadura que está sucia y dañada, significa algo muy importante: que se ha dado batalla y se ha triunfado, o, al menos, sobrevivido. Eso es lo que pensaba Minatozaki Sana mientras limpiaba una de las heridas sangrantes en su brazo, en busca de un consuelo y sin emitir sonido alguno mientras la toalla ya manchada volvía a hacer su trabajo. Había sentido y curado peores, cuando su amiga de la infancia, Meri, la había empujado desde un monte a su corta edad. Recuerda que una de las ramas se clavó en su rodilla y sentir un dolor punzante en su espalda baja. Sobrevivió, porque supo cubrir la parte más vulnerable de su cuerpo con sus pequeños brazos: su cabeza.

Poco tiempo después, su familia recibió el comunicado de que ese empujón no fue para nada inocente. La pobre niña había sido sobornada con 10 panes, 3 mermeladas y unas cuantas cabras por parte de los Woxa, aprovechándose de la sequía del pueblo que solo afectaba a los de clase baja, porque claro, si tenías el oro suficiente podías negociar con los mercantes de la aldea Marfaó y no sentir el constante rugido de tu panza pidiendo por comida. Y bueno, era injusto, pero no podían culparla. Sana simplemente dejó de juntarse con ella y se inclinó a solo mirarla con el ceño fruncido cada que se la encontraba en la calle, que no eran pocas veces.

A veces, aunque fuese incapaz de decirlo en voz alta, Sana desearía no estar tan sola. Cada viaje que emprendía a pueblos cercanos en busca de nuevas técnicas de agricultura, caza o formas de mejorar la vida de su pueblo, los hacía sola, con una simple e improvisada mochila que contenía el agua necesaria para una semana, un cuaderno, un lápiz, una pequeña pero afilada daga y pan; lo demás que necesitara, lo encontraría en el camino, o entraría en una taberna de mala muerte. Estaba acostumbrada a sanarse ella misma y no se quejaba del dolor, suponiendo que éste era pasajero. Las plantas eran su remedio.

No era la mujer más fuerte del mundo y estaba muy lejos de serlo. Comparada con los demás, llegaba hasta a ser una persona vulnerable y debilucha, por eso no podía darse el lujo de llorar por la más mínima herida en su cuerpo… no se atrevía a mostrarse más débil de lo que era, si lo hacía, la pisarían tan rápido como se pisa a una hormiga. El recuerdo de su primer corte con una espada estaba presente en su mente, al igual que el de su madre agachándose para limpiarlo y asegurarle que en unos días ya no dolería. “Está bien que llores, mas solo hazlo un ratito. Luego, lo intentas de nuevo hasta aprender”. Y así fue como entre lágrimas y dolores de mano, Sana logró dominar una espada ligera a los 12, pero jamás tuvo la oportunidad de poner en práctica lo aprendido. No lo encontraba necesario porque no quería una vida estresante.

Lamentablemente, la joven no era capaz de pasar desapercibida. No tenía unos grandes músculos ni las ropas más extravagantes. Pero su pelo rubio como la nieve y su expresión seria que no podía evitar tener, la hacían resaltar. Los rumores existían en el pueblo, sin importar lo perfil bajo que fueras, tal como ella. Decían que su cabello era de esa forma porque su madre había engañado a su padre con un brujo de las tinieblas. De hecho, Sana se lo preguntó a su padre una vez que uno de los vecinos la insultó llamándola “fruto de la infidelidad”. Como se podrá asumir, su padre muy confundido, mientras intentaba explicarle que no, que eso no era posible, iba molestándose cada segundo un poco más a la par que emanaba cada palabra. Al final, la mandó al bosque a recolectar frutos silvestres y le exigió que no volviera a preguntar cosas tan tontas e irrespetuosas. Entonces Sana nunca más lo hizo.

Otros decían que su cabello era una maldición enviada por los Woxa. Hasta existían otros pueblerinos más lógicos que asumían que su pelo era fruto de… la tintura. Sana sabía mucho de alquimismo y reacciones químicas, ¿no tendría sentido que supiera cómo cambiar el color de sus cabellos? Después de todo, la adolescencia es el momento del autodescubrimiento.

Mas ella solo recordaba que en su cumpleaños número 15, despertó distinta. Su pelo castaño había decidido volverse rubio. Fue al médico del pueblo en búsqueda de respuestas y salió con más preguntas. Según él, no era nada, no existía razón medica por la que tu pelo podía cambiar de color. Se resignó.

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⏰ Última actualización: Dec 13, 2023 ⏰

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