Capítulo III

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—Papel, unas astillas y cerillas—El papel encendió dentro de la cocina de hierro y Sergio sopló sobre las astillas para avivar el fuego—No hay que soplar mucho—Le dijo sintiéndose ridículo—Por que puede apagarlo.

Siempre había pensado que encender un fuego era como un baile de delicadeza y equilibrio, bastante parecido a la relación entre dos personas. Demasiado de un elemento introducido demasiado pronto y podía apagarlo.

No le gustagba nada tener aquellos pensamientos de una pareja bailando juntos con Charles Leclerc a su lado, con los brazos al rededor de su cuerpo tiritando.

Un hombre, hecho para estar en los brazos de otro. Tenía el color de ojos más intrigante que hubiera visto jamás. Eran verdese, pero eran como esmeraldes que se habían fundido con un opaló. El efecto era muy sensual.
Enfadado consigo mismo, se hecho para atrás y evito mirarlo.

—Inténtelo, no voy a estar aquí para ayudarlo con cosas así.
De eso nada, él era un hombre con un fuerte sentido de la supervivencia y cuando uno empezaba a pensar que un fuego le estaba dando mensajes sobre relaciones y uno intentaba mirar a los ojos de un hombre de soslayo, intentando buscar palabras para definir su color, entonces, esa era el momento de largarse.

Charle se puso de rodillas delante del fuego, se acomodo un mechon detras de las orejas y sopló con suavidad sobre la llama. Aquello era peor que cuando lo había estado mirando. Ahora estaba demasiado cerca.

Sergio podía ver la curva de sus hombros y podía ver su pecho. Y cuando Charles volvió a soplar, se dio cuenta de aque aquella postura de los labios era la misma que la que se utilizaba para besar.

Bueno, ya había tenido bastante por un día. Quería largarse a casa, meterse en la cama y ponerse la almohada sobre la cara para olvidar el aroma de aquel hombre que le llegaba inevitablemente, a pesar del aroma a madera quemada.
Olía a limón.

No era que los limones fueran sexys, de hecho su madre los utilizaba mucho, decía que tenían poderes curativos.
Pero ahí estaba él, de rodillas a su lado, pensando en su aroma embriagador, deseando acercarse más. Aquellol era suficiente para hacerle perder la cabeza a alguien.

Eso y, la manera en la que el pelo se le hacía hacía delante, su aspecto bajo la luz del fuego, volviendoló brillante como él oro.

—Parece que va bien—Dijo Sergio cuando no podía aguantar más el calor. Y el del fuego tampoco—Ahora podemos poner algo más grande.

En su desesperación, por irse de allí cuanto antes, eligió un tronco demasiado grande y apagó la llama con la misma precisión como si le hubiera hechado agua.
Entonce solto una maldición.

—Dejeme intentarlo esta vez—Pidió Charles.
—¿Ha hecho alguna vez fuego?
—Bueno de pequeño fui a campamentos—Dijo Charles un poco resentido por su falta de confianza.

Charles se concentro en lo que estaba haciendo y con precisión y paciencia logro avivar el fuego, un fuego perfecto.
El ambiente empezo a calentarse y Charles dejo de tiritar y la habitación tomo un tono acorde a todas las decoraciones.

Se volvió hacía Sergio con una sonrisa.
Si la sonrisa hubiera sido fea, le habría sido fácil detestarlo. Pero no era así, tenía una sonrisa perfecta de dientes blancos y uniforme que hacía que los ojos le brillaran a un más.

—¡Que divertido!—Dijo mientras se ponía de pie.
Sergio también se puso de pie.
"Divertido" Justo en lo que el había fallado "Ya no me divierto contigo" Le había dicho Lewis.

No era que él y Lewis hubieran encontrado divertido algo tan sencillo como encender un fuego. No, para ellos solo era divertidas las cosas más salvajes, como conducir muy rápido, estar de fiesta toda la noche, ir de rodeo en rodeo, la pasión desbordada, y el sexo salvaje.

Un amor por Navidad.  ❉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora