16 Matthew

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Desde la ventana veo que aquellos se van y, tal como había supuesto, tras montar en una moto azul el fotógrafo los persigue.

Estoy rabioso, furioso. Si salgo en la prensa del corazón mi padre nunca me lo va a perdonar, aunque jamás habría imaginado que la bonita noche que estaba teniendo con Jiwoong podría terminar así. Cierro los ojos. Inspiro. Respiro. Inspiro. Respiro.

«Joder..., joder...», me digo, y cuando me lo voy a repetir por tercera vez, sonrío. Me he dado cuenta de que a Jiwoong lo incomoda esta manera de hablar mía. Solo hay que ver cómo parpadea cada vez que digo esa palabra o le contesto de forma chulesca para saber que le duelen los oídos. Y, obviando la educación que mis padres me han dado, pues sé hablar sin soltar tantos exabruptos, me he pasado tres pueblos con él.

¿Por qué? Pues porque cuando me pongo nervioso me descontrolo.

¡Mierda!

Sin poder remediarlo me acuerdo de mi padre. De lo que él opina de la prensa del corazón, del faranduleo, y de lo mucho que siempre nos pide que nos alejemos de ese mundillo.

No obstante, miro mi teléfono pesaroso y pienso en Jiwoong. ¿Y si lo llamo? ¿Y si le pido disculpas por mi comportamiento?

Lo hago. He de hacerlo... Creo que se merece una explicación, Un timbrazo. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete, y se corta.

Lo vuelvo a intentar. Un timbrazo.... siete, y se corta. Está claro que no me lo quiere coger. Normal. ¡He sido un borde!

¿Estás bien? — me pregunta entonces Gloria acercandose a mi.

Si —digo mientras cojo mi bolso de la silla y, tras enseñarle mi móvil, indico—Llamaré un taxi.

No hay prisa, cielo —contesta ella—, Estaremos aqui al menos una hora más mientras recogemos.

Asiento desconcertado por lo ocurrido. Sé lo mucho que he metido la pata con Jiwoong. Y entonces oigo que Gloria pregunta:

¿Te apetece un chupito?

Lo pienso. ¿Por qué no? Consciente de que no tengo nada mejor que hacer, e imaginando que Jiwoong no me va a llamar porque pasa de mi, respondo en español:

Pues sí. La verdad es que si.

-¿Qué te apetece tomar?

Miro las botellas que hay tras la barra.

Crema de orujo —indico. Gloria sonríe.

Antonio, cariño —dice a continuación—, pon un chupito de crema de orujo para Matthew.

El asiente y yo, tras sentarme en un taburete, dejo mi bolso sobre la barra.

La prensa es un incordio para la gente como Jiwoong —comenta Gloria tomando asiento a mi lado—. Ese hombre es una excelente persona.

Me encojo de hombros. Algo me dice que la mujer tiene razón.

Mi marido, Antonio, lo conoce más que yo y siempre habla maravillas de él —añade.

De nuevo vuelvo a asentir. Oir todo eso me hace sentir peor aún e intentando desviar el tema, pregunto:

¿De qué parte de España sois?

De Salamanca, ¿lo conoces?

Afirmo gustoso con la cabeza y ella continúa:

Teníamos un restaurante, pero con la crisis se fue al garete.

-Vaya..., lo siento.

La mujer cabecea. Intuyo que ella lo siente más que yo.

Tuvimos un año complicado —me cuenta—, Las deudas nos comían. Vendimos la casa, el coche, nos fuimos a vivir con mis padres y, cuando nos salió trabajo de hostelería aquí, en Seúl, no lo pensamos. —Sonrío y ella prosigue —: ¿Sabes? Venirnos aquí ha sido la mejor decisión que hemos tomado. Volvimos a empezar. Ahorramos un poquito y abrimos de nuevo nuestro restaurante. Y, oye, de momento nos va muy bien.

Sonrío, me alegra oir eso, cuando oigo a Antonio gritar:

¡Mierdaaaa!

Gloria y yo nos levantamos con rapidez y él exclama tocándose un tobillo:

He dado un mal paso cambiando el barril de cerveza y me lo he torcido.

De inmediato la mujer y yo acudimos a auxiliarlo. Lo sentamos en una silla y oigo que Gloria dice:

Traeré hielo.

Acto seguido se va. Yo me apresuro a acercar otra silla y le pongo el pie sobre ella.

¿Mejor así? —pregunto.

Antonio asiente con gesto incómodo y, después de que Gloria le ponga un paño con hielo en el tobillo, la mujer indica:

Quédate aquí sentado, cariño. Yo terminaré.

Es una simple torcedura, cielo —gruñe él.

Pues si es una simple torcedura, quédate quieto con el hielo. Mañana te necesito al cien por cien —replica ella.

El hombre cabecea, pero insiste:

¿Cómo vas a mover tú sola los barriles de cerveza y las cajas?

Gloria lo mira y, cuando veo que él va a levantarse, intervengo:

Yo la ayudaré, Antonio —digo.

Pero...

Tranquilo —pido—. Tú quédate sentado.

El hombre finalmente asiente con resignación. Tras acercarme a Gloria, me pongo a ayudarla.

Por Dios, parezco un pato mareado con las botas brilli-brili. me están matando, y termino por quitármelas. Si continúo cargando cajas de bebida con las botas, el siguiente en estar lesionado seré yo.

Una hora después, cuando terminamos la faena y me calzo de nuevo, digo agarrando mi móvil:

-Llamaré un taxi.

Antonio y Gloria se miran y ella rápidamente dice:

¡Ni hablar! Te llevamos nosotros.

Nooooo.

Sí, hombre, sí, ¡faltaría más! —insiste Antonio, que, tras señalarme una caja, indica— Dejaremos ese encargo de camino y después te llevamos. ¡No se hable más! Es lo mínimo que podemos hacer por habernos ayudado.

Intento negarme, pero resulta imposible. Al final doy mi brazo a torcer para no quedar como un borde y, cuando salimos del restaurante, nos subimos a su coche, que conduce Gloria. Su marido no puede con el tobillo asi.

Durante el trayecto los tres charlamos. Antonio y Gloria son encantadores. De pronto paramos en una lujosa calle. Gloria me pide que coja la caja que antes ha puesto a mi lado en el asiento trasero. Yo lo hago y entonces veo que alguien abre la puerta de mi derecha desde fuera y me quedo a cuadros cuando descubro que se trata de... ¡¿ Jiwoong ?!

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¿Os esperabais este giro?

Como os dije, mañana os regalaré algunos capítulos para reyes, así que esperarlos con ansias 😜

Si hay que perder el miedo a algo, que sea al miedo. MATTWOONG Donde viven las historias. Descúbrelo ahora