36 Matthew

40 13 0
                                    


Cuando llego a destino y pongo un pie en suelo veneciano casi no me lo puedo creer. ¡Estoy en Venecia! Por fin puedo decir que estoy aquí.

Me da un poco de pena tener que dejar mi moto en un garaje a las afueras de la ciudad, pero no tengo elección, ya que no está permitido circular con ningún vehículo con ruedas por el centro de Venecia.

Me dirijo al parking que tengo reservado y, una vez aparco y aseguro mi moto, cojo mi equipaje y me dirijo al punto de encuentro en el que me espera el taxi acuático privado del hotel H10 Palazzo Canova. Mientras el taxista conduce por el Gran Canal, miro a mi alrededor y disfruto de ese sueño que se ha hecho realidad.

¡Joder, qué pasada!

El taxi me deja en el muelle que está justo enfrente del hotel. Tras hacer el check in, subo a la habitación, dejo mi equipaje y, sin dudarlo, me voy a comer algo a la trattoria que me recomienda el chico de la recepción, donde me pongo morado.

¡Mira que me gusta la cocina italiana!

Cuando regreso a mi precioso hotel, me paro en la puerta antes de entrar y miro hacia el Gran Canal. Madre mía..., madre mía, ¡que estoy en Venecia!

Frente a mí hay varias góndolas sujetas en los amarres. ¡Qué curioso es todo esto!

Tras saludar de nuevo al chico de la recepción, que es encantador, y contarle que he cenado estupendamente en el sitio que me ha recomendado, subo a mi habitación, que está en el segundo piso; me dejo caer en la cama individual, miro al techo y sonrío.

Mi viaje hasta aquí desde España con mi Bicho ha ido genial. No he tenido el más mínimo problema. Y ahora estoy en Venecia. Me siento feliz... ¿Qué más puedo pedir?

Pero sí, podría pedir algo más, y ese algo se llama Kim Jiwoong.

Por Dios, ¡que no consigo olvidarme de él!

He de hacerlo, primero, por mi salud y, segundo, por mi padre. Si se enterara de que he caído en la marmita del amor con una persona relacionada con el mundo del cine, creo que me lo cargaría del disgusto. Y no, eso sí que no lo voy a permitir.

Me levanto de la cama, me quito las botas, la ropa, y tras coger el teléfono móvil busco en mi Spotify y sonrio al oir mi lista de música.

Canturreando, me meto en la ducha. No es muy grande, pero, joder, qué placerrrrr. Mientras me ducho vuelvo a pensar en Jiwoong..., en su boca, en sus ojos, en sus manos..., hasta que finalmente me reprendo a mí mismo.

¿Por qué sigo martirizándome con él, si él pasa de mí? ¿Por qué he tenido que enamorarme de él?

Cuando salgo y me seco con la cálida toalla del hotel, sigo pensando en él. En mi bomboncito. No puedo quitármelo de la cabeza, y no lo entiendo. Lo que me pasa con él no me ha pasado nunca con nadie.

Pienso que lo que hay entre nosotros es una química sexual brutal. Es vernos y, ¡joder, nos venimos arriba! Pero también somos muy opuestos. Ambos procedemos de mundos totalmente distintos. Él, del mundo del cine, y yo, del mundo militar, que más diferente no puede ser, y, claro, tanto él como yo somos un fiel reflejo de nuestras vidas y vivencias.

Sigo pensando en él cuando recibo un mensaje. Cojo mi móvil, que está sobre la cama, y al mirar veo que se trata de Jiwoong. Sonrio y me pongo tonto. El también está pensando en mí. ¿Y si le gusto más de lo que creo?

Pero no..., pensar eso es absurdo. Aunque me jorobe sé que él es un tío claro, y si me dijo que no quiere nada conmigo, sin duda es porque no piensa en mí. No me voy a engañar.

Observo la pantalla sin abrir el mensaje. No le contesté al último que me envió hace dos días. Creo que seguir con este juego no me hace ningún bien, pero, deseoso de saber de él, tras cambiar de opinión dos mil veces en treinta segundos, al final mando a hacer puñetas lo que pienso y abro el mensaje.

Si hay que perder el miedo a algo, que sea al miedo. MATTWOONG Donde viven las historias. Descúbrelo ahora