Sergio metió el árbol en la casa. Era más grande de lo que parecía, también era el último toque de ambiente navideño.
La llegada del árbol hizo que la cabaña pareciera algo más que una simple cabaña; parecía un lugar mágico donde cualquier cosa podría suceder.
Eso lo podía ver hasta una persona que no creía en la navidad.
Incluso parecía un hogar.Aquel no era su hogar, se recordó a sí mismo, de hecho, no era el hogar de nadie; era su cabaña de caza. Esa era la realidad.
Pero la realidad del árbol hacía que todo se complicara.—¿Dónde quieres que lo ponga?
—¿Qué opinas mick? ¿En aquella esquina?
Sergio lo colocó allí y al hacerlo se dio con una rama en la cara. Por consideranción a sus acompañantes, se mordio la lengua para no soltar un improperio.
Mick miró el lugar con disgusto.—Ahí no—Decidió.
Ni allí, ni allí, ni allí. Después de mover el árbol por toda la habitación, Mick decidió que donde mejor estaba era delante de la ventana.Sergio miró el reloj. Ya había pasado otra media hora ¿Estaría el niño haciendo tiempo para que se quedara?
Mick lo miró con ojos inocentes muy abiertos, y Sergio se sintió culpable por sospechar de él.
Charles a diferencia de su sobrino, parecía que había olvidado de que Sergio todavía estaba sujetando el árbol. Estaba mirando el abeto intensamente, con las manos en la cadera, sacudiendo la cabeza.Sergio empezo a sentirse incómodo, parecía menos recatado con las mejillas sonrojadas por el aire frío. Tenía los ojos brillantes, como si colocar un árbol fuera de las cosas más interesantes que se podían hacer en el mundo.
—Un poco más a la izquierda-Dijo Charles, como si estuviera colgando un cuadro— Y ¿Puedes girarlo un poco? ese lado parece un poco desnudo.
Y entonces se puso colorado. Como si estuviera hablando de su propio cuerpo en lugar del árbol.
Sergio hizo lo que le pidio, pero el rubor de él hizo que su mente diera un giro de ciento ochenta grados.Se preguntó se sería virgen, ese pensamiento hizo que le diera mucha vergüenza y se escondió detrás de las ramas. Además así podría mirarlo, sin que él pudiera notar los pensamientos malvados quee cruzaban por su mente.
—Ahí-Decidió Mick por fin—Es el árbol más bonito del mundo ¿A que sí Sergio?
—Está bien—Dijo el hombre.
—Es perfecto—Insistió Charles-Vamos Mick—Le dijo a su sobrino, ofreciendole la mano—Vamos a hacer palomitas mientras Sergio coloca el árbol.—No—Dijo el niño con cabezonería, ignorando la mano-Nosotros los fuertes, vamos a colocar el árbol.
Sergio se dio cuenta de la expresión en la cara de Charles.
—Tres minutos le aseguró.Lo cual no parecía mucho tiempo para encariñarse.
Sergio, con la pequeña sombra detrás fue a buscar algunas herramientas que había detrás de la cabaña.—¡Diablos!—Exclamó—Parece que un puercoespín ha estado por aquí, casí se ha comido el mango del martillo.
Era sabido por todos que a los puercoespines les gustaba el sabor salado que dejaba el sudor de la mano en el mango de las herramientas.—¿Un puercoespín de verdad? ¿Dónde esta?—Preguntó Mick mirando alrededor con impaciencia.
—Pueden ser bastante peligrosos-Le advirtió al niño—Mira, te ha dejado una púa. Ten cuidado, no te pinches. Y si tú tío o tu ven a ese bicho, lo mejor es que no se acerque.
Mick tomó el consejo con seriedad.Cuando volvierono a la cabaña, Sergio se paro en la entrada y no solo para sacudirse la nieve de las botas. Toda la cabaña olía a árbol, y ahora además, el olor se había mezclado con el aroma de palomitas de maíz.