𝑴𝒂𝒅𝒅𝒐𝒙
Alcé la vista hacia el techo blanco y conté hasta cinco. Hasta diez. Hasta cien. Me contuve lo suficiente para reprimir el impulso de salir de la habitación pero mi curiosidad pudo más y abandoné la cama de Matthews para buscarlo.
Habíamos llegado a la madrugada a su piso, luego de darme una ducha caliente por fin la adrenalina comenzó a disiparse y mi mente rememoraba cada detalle de lo que ocurrió horas atrás. Intenté dormir pero no concilie el sueño, mientras yo ocupaba su cama pulcramente ordenada, Matthews se pasó la noche entera en su despacho. Una hora había pasado desde que el sol abandonó su escondite y comenzó a invadir el cielo, una hora desde el amanecer y el piso entero estaba sumido en un completo silencio que me ponía los nervios de punta.
Matthews no me habló en el camino hacia aquí, tampoco cuando llegamos. Lo único que dijo fue que pasaría la noche en su oficina y comprendí, por su expresión poco amigable, que lo último que quería era lidiar conmigo así que me duche y permanecí en la cama.
Hasta ahora, que ya no soporté un segundo más y me estaba dirigiendo a enfrentarlo.
Su piso era amplio, cada habitación era enorme y tenía una decoración minimalista básica muy propia de alguien como Matthews, la noche anterior al cruzar la puerta divisé un potus con sus ramas verdes brillantes colgando desde lo alto de un pequeño estante cerca al gran ventanal que daba a un balcón con una vista preciosa de la ciudad. Sonreí al recordar que era el potus que le regalé la navidad pasada como una broma porque no tenía nada con vida en su piso, y de hecho es la única planta que posee, me sorprendí un poco también al darme cuenta que estaba en excelentes condiciones.
Contrario a donde se encontraba mi casa, un barrio de grandes jardines y plazoletas bien cuidadas, ya que era uno de los barrios más costosos de la ciudad, Matthews vivía en el centro de Chicago, en uno de los edificios más lujosos y a dos calles de donde se encontraba la empresa de mi padre, suponía que no era ninguna casualidad. No era la primera vez que venía a su piso pero siempre lograba sorprenderme lo ordenado que era con su hogar, todo brillante, todo pulcro y en su lugar correspondiente. Incluso la mesada de mármol negra brillaba bajo la luz fluorescente de la cocina.
Avancé por el amplio pasillo hasta llegar al final, donde desembocaba en una puerta con una cerradura poco normal. Tenía una pequeña pantalla táctil donde se colocaba una contraseña numeral y, por precaución, Matthews había incluido reconocimiento de huellas. No sabía qué era lo que guardaba en su oficina pero al igual que mi padre, tenían el mismo programa de seguridad, por lo que no me costó saber qué clave numeral debía colocar y tras hacerlo, la puerta se abrió con un pequeño "clic".
Por dentro, la oficina era igual que el resto del lugar, todo en tonos neutros, con una pequeña ventana que supuse tenía cristal blindado y en lo único que se diferenciaba de la de mi padre era que esta no tenía alfombras.
Matthews se encontraba tras el escritorio con la vista fija en mí y una ceja alzada. Llevaba gafas para leer y tenía que admitir que lo hacían ver como un profesor universitario completamente sexy, eso y la ropa de vestir elegante que siempre usaba, todo lo opuesto a su hermano.
Pensar en Max hizo que algo se alojara en mi pecho y se clavara con fuerza.
—¿Cómo entraste?
Su voz seguía siendo un misterio para mí, porque era tan baja, profunda y cortante que no dejaba entrever que pensaba, que le ocurría o si estaba enojado, feliz o a punto de asesinar a alguien.
Aunque eso último era un estado habitual en él.
—Usas el mismo sistema de seguridad que Levi —comenté mientras me encogía de hombros, como si fuera algo obvio y sencillo— ¿Qué estás haciendo?
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Traición y Sangre ✔ [+18]
Romance𝑷𝒖𝒆𝒅𝒆𝒔 𝒏𝒆𝒈𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒂𝒍 𝒅𝒆𝒃𝒆𝒓, 𝒐 𝒅𝒆𝒋𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒔𝒆𝒅𝒖𝒄𝒊𝒓 𝒑𝒐𝒓 𝒆𝒍. -------------------------------------------------------------------------------- En la mafia 𝘋𝘳𝘢𝘨𝘩𝘪 hay muchas reglas, pero para la hija del Don, todo s...