CAPITULO 13.

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POCHÉ.

—Voy a matarte.

El murmuro de Daniela no me asusta. Al contrario. Volvemos a retomar la dinámica que hemos tenido en los últimos años, esa en la que ya nos sentimos cómodos porque llevarnos bien es imposible, pero que me ignore, como el día que montamos el árbol, es inconcebible.

La actividad de hoy ha resultado ser un pequeño concurso de galletas de jengibre. Es casi media noche, las galletas de Daniela son un puto desastre y, en la única que se salva, he escrito con glaseado «Daniela ama a Poché». De ahí la amenaza y su cara de odio profundo.

—¡No puedes tocar mis cosas!

—Y eso lo dice quien metió pimienta en mis esferas de chocolate.

—Oh, Dios, hace un siglo de eso, Poché, supéralo.

—Hace literalmente tres días.

—¡Tres días a tu lado parecen un siglo!

—Qué bonito.

—Ya basta, chicas. —Mi abuelo nos mira muy serio, pero lo conozco tan bien que sé que intenta reprimir una sonrisa, así que el efecto no es el que él espera—. Estoy cansado de repetir que esto tiene como fin precisamente mejorar este tipo de situaciones.

—Este tipo de situaciones antes no se daban —dice Daniela—. Poché iba por su lado, yo por el mío y todos tan contentos.

—Eso es lo más sorprendente de todo esto. —Mi abuela suspira con cierta incredulidad—. Vosotras de verdad creéis que antes de esto ibais por vuestro lado, ¿no?

—No lo creo, era así —dice Daniela.

—¿Poché? —Mi abuela me pregunta y Avery enfoca su teléfono hacia mí. Estoy empezando a entender a Daniela y su odio a que sus momentos más reprochables se emitan en directo. Frunzo el ceño y la miro mal.

—Adelante, Poch: nuestro público espera una respuesta.

—Creo que se nos da bastante bien ignorarnos mutuamente.

La risa es colectiva y, por si no fuera lo bastante irritante, Lucía hace señas hacia su teléfono.

—Aquí hay unos miles de personas conectadas que opinan distinto, y eso que no os veían antes. Lo cierto es que no dejáis de buscaros para haceros la vida imposible.

—Bah, poner un poco de glaseado en una galleta no es hacerle la vida imposible—me defiendo.

—¡Es que tú no tienes que tocar mis cosas!

—Y tú tampoco las mías, pero lo haces, ¿sí o no? —respondo—. Tocas todo lo mío sin pararte un maldito segundo a pensar que no va a gustarme.

—¿Que yo toco todo lo tuyo?

—¡Sí! —Reconozco que mi enfado es un poco exagerado, teniendo en cuenta que se supone que hoy la victoriosa era yo—. ¡Tú, joder! Tú lo tocas todo. Siempre metes en todo con permiso y sin él.

—¡Pero si yo paso de ti!

—Daniela, estás obsesionada conmigo.

—¡Ja! —Su indignación crece tan rápido que la imagino como esos monstruos gigantes de las películas que avasallan ciudades y arrancan rascacielos sin ningún esfuerzo—. María José Garzón, eres la ser más mentirosa, falsa y despreciable que he conocido en mi vida. ¡Y te odio!

Parece algo muy contundente, pero estoy acostumbrado a que me grite que me odia. No es la primera vez. Ni siquiera es la quinta o sexta. Daniela grita que me odia como mínimo una vez al mes desde hace años. Estoy lista para contestarle cuando Lucía se me adelanta.

—Pues la mayoría de nuestros seguidores piensan que estás enamorada de ella.

El silencio que se hace en la cocina es tan ensordecedor que hasta me siento un poco mareada. Miro a Daniela, que tiene los ojos como platos y mueve los labios, como intentando hablar, pero sin conseguirlo. De pronto, siento algo removerse en mi interior con una violencia que no entiendo.

—¿Enamorada? —Daniela echa el aire a trompicones, como si acabara de volverle después de haberse visto privada de él un tiempo, y suelta una carcajada que me hace fruncir el ceño—. ¡Enamorada!

Su risa aumenta no solo en volumen, sino en histerismo e incredulidad.

Algunos de los que nos rodean sonríen. Otros se ven visiblemente incómodos. Mis abuelos permanecen imperturbables, como si no quisieran mover ni un solo músculo de la cara para que nadie pueda acusarlos de haberse posicionado y yo... yo estoy enfadada. No sé por qué.

Bueno, sí, porque se ríe como una maldita gallina. ¡Y ya sé que las gallinas no se ríen, pero no me importa! Sé perfectamente lo que quiero decir y sé que... sé que... Dios, es tan frustrante, exasperante, irritante y un montón de cosas más acabadas en «ante» que solo puedo coger su galleta, esa en la que he escrito que me ama, y comérmela de un bocado. Luego me doy la vuelta y me voy, porque una parte de mí siente que esto es venganza suficiente y otra, aunque no quiera reconocerlo, tiene miedo de que me arranque la cabeza por haber osado comerme la galleta.

Lo peor de todo es que, al llegar a casa, no dejo de preguntarme quién se supone que ha ganado el concurso.









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A mi me encantaaaaa
Cookiechispitas
Xoxo

Imperfectas Navidades | CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora