Capítulo 10.

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Axel Stonem

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Axel Stonem.

Existían muchas palabras para describir la primera vez que vi a Michelle. Pero, definitivamente, la más acertada sería: Impactante.

Lo recordaba más claro que a cualquier otro suceso importante en mi larga existencia.

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Tiempo atrás...

Tamborileé mis dedos contra la ventana de la camioneta. Acababa de culminar la visita a un nuevo negocio, uno de mis vampiros me pidió financiación para abrir una boutique, con estilo muy asociado a nuestra naturaleza.

Mason no había estado muy convencido, pero igual decidí ir.

Para mi hermano, no era una buena idea. Pero a mí me gustaba apoyar a mi gente e impulsarlos a cumplir con sus deseos. Además, sus ganancias en parte iban para mí, pues tenían una deuda debido a mi inversión inicial. Era un ganar-ganar.

Mason pasó los últimos 50 años actuando como un completo desgraciado. Por supuesto, mantenerlo a raya debido a su falta de humanidad gracias a la desaparición de nuestra hermana pequeña había sido toda una odisea.

Por suerte, dada la personalidad de mi hermano, sin humanidad no era un vampiro muy peligroso. Sí, era despiadado, metódico, impaciente y demasiado paranoico. Pero no significaba una amenaza para los demás vampiros o nuestro aquelarre.

No podía decir lo mismo de los humanos, Mason era un vampiro adicto, aunque pocas veces se atrevía a reconocerlo abiertamente y el tratamiento que se usaba regularmente en ellos no funcionaba con él.

Por eso, yo intentaba mantenerlo bien alimentado y ocupado la mayoría del tiempo, así podía distraerlo de los instintos más oscuros que albergaba en su interior.

Solo rezaba por encontrar rápidamente a Evelyn, como su ancla, ella lo traería de vuelta y volveríamos a la normalidad.

El no saber el paradero de mi hermanita me estaba matando, daría lo que fuese a quien la encontrara.

No obstante, no me gustaba llevar a Mason a las negociaciones conmigo, estaba demasiado voluble y podría terminar masacrando a mis socios si amanecía de mal humor.

—Brock, espera —musité, levantando la palma de mi mano en dirección hacia él, quien veía mi reflejo por el retrovisor del auto. Mi olfato detectó un aroma particular de inmediato—, ¿Hueles eso?

Jamás había percibido algo igual. En parte, me recordaba al olor que desprendía la sangre Chervén, pero tenía un distintivo, que lo hacía único a su manera, más adictivo y letal.

Nos adentramos más en la carretera y le pedí al conductor que se detuviera en una curva, pues a la distancia observé a la persona que portaba esa sangre tan exquisita.

Corazón Resiliente #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora