Tras estar ambos listos, se dirigieron al aeropuerto, donde esperaba el jet, tal como había dicho Carlos. Ambos cargaron sus maletas y se subieron para ir directos a sentarse en el sofá. Eran los dos únicos pasajeros, y de no ser por el piloto, Carlos sabía que estaría abalanzándose sobre su niño para intentar follárselo. Aunque siempre quedaba el baño...
—¿Emocionado?
—Mucho—respondió el de ojos claros, acomodándose en el hombro del contrario y cerrando sus ojos. Tenía un poco de sueño después de... bueno, esa noche que habían tenido.
Sabía que en esa semana aprendería más cosas de Carlos y lo que gustaba. Estaba nervioso, pero le hacía ilusión. Si, había criticado a Vanessa y sus fetiches, pero siendo Carlos el que sería algo así como su "amo", no sonaba mal. Claro que eso lo había descubierto el día anterior, cuando Carlos dejó caer saliva en su boca.
Al principio pensó que escupirle a alguien era asqueroso, pero joder. ¡Qué excitante que Carlos lo hiciese con él!
—¿En qué piensas?
—E-en nada—respondió avergonzado.
—Vamos, puedes decírmelo—acarició suavemente su cabello, tratando de convencerlo.
—¿Podemos besarnos?—Carlos no dijo nada, simplemente volteó un poco y tomó la nuca de Lando para estrellar sus labios contra los ajenos. El beso fue lento, pero subido de tono. La pasión era desmesurada y sus lenguas se aprisionaban con tanta fuerza como podían, saboreándose—e-escúpeme.
—¿Hmm?—el español debió haber oído mal.
—Escúpeme en la boca—no, no había oído mal.
Volvió a besar a su ángel, esta vez más desesperado, disfrutando hasta que las manitas del contrario lo intentaron empujar. Se separó, notando la respiración agitada de Lando, que trataba de pillar oxígeno después de esos besos increíbles.
Se puso en pie y tomó su mentón con delicadeza, para luego darle un tirón hacia arriba de manera brusca. El británico lo miró, viendo como se movía la garganta de Carlos, sabía que estaba acumulando saliva, así que por acto reflejo, abrió su boca y sacó la lengua; unas vistas que hicieron a Carlos ponerse duro al momento y dejar caer su saliva dentro de la boca del más pequeño, quien la recibió gustoso y la tragó. Ambos podrían acostumbrarse a esas cosas prohibidas que estaban haciendo.
—Dios...
Fue lo único que pudo decir el español, intentando colocarse la polla bajo el pantalón, sin mucho éxito. Necesitaba tocarse. Y lo necesitaba hacer pensando en las vistas de segundos atrás. Lando había puesto una cara de puta increíble; sus ojitos verdes abiertos y mirándole; sus pestañas rizadas; esas pupilas dilatadas; sus labios en forma de corazón, carnosos y apetecibles... y la lengua. ¡La lengua! Cuando la sacó, deseando que le escupiese, fue su perdición.
A ese paso, dejaría de llamarlo diamante y empezaría a llamarlo puta. Deseaba que Lando fuese única y exclusivamente su zorrita. Era el indicado, sin duda alguna.
—Vengo ahora.
Habló el mayor, retirándose al baño. Necesitaba calmarse, pero no podía. Tampoco podía clavarse una paja, Lando lo sabría. Empezó a pensar en cosas desagradables una y otra vez, tratando de que su amiguito de abajo se durmiese, pero no lo hacía. ¿Y si le cantaba una nana? No, tampoco funcionaría, estaba demasiado despierto.
Se sentó en el inodoro y paseó sus dedos por su falo, apenas rozando las yemas de sus dedos contra este. Vale, necesitaba pensar en Lando para correrse rápido. En como sería su cara llena de leche, como se sentiría follárselo, como sería asfixiarlo o tirar de su pelo. Deseaba mucho a Lando, lo suficiente como para tener tantas fantasías sexuales desde hacía dos años y poder correrse en cinco minutos, que fue lo que duró la paja hasta correrse sobre el trozo de papel higiénico que había agarrado para no manchar nada.
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Hecho a medida 『Carlando』
Roman d'amourCarlos sabía que tenía un diamante en bruto. Un diamante que tenía que ser pulido. Un diamante que él se encargaría de hacer a medida. Lando era suyo.