Aitana.
—¿Quién rayos dejó este estúpido muérdago en mi santuario de paz? —bramo con furia mientras arranco el adorno del marco de la puerta, como si fuera mi enemigo número uno.
Observo con desdén mi oficina ahora plagada de estos adornos que desprecio. La irritación crece al detallar cada rincón. ¡Dos días fuera y mi adorada oficina se convierte en un caos festivo!
—¡Daniela, a mi oficina ya! —grito a mi secretaria.
En un abrir y cerrar de ojos, la tengo delante de mí, y con una mirada de molestia señalo el desastre en mi santuario. Ella examina el lugar y luego me mira con temor.
—Señora, disculpe, debió ser la empleada nueva, ella es la asistente de su nuevo socio y...
—Busca a alguien de limpieza para que elimine toda esta tonterias. Y que sea la última vez que veo esto, ¿entendido? O despediré a todos —sentencio cerrando la puerta en su cara.
Camino hasta mi escritorio maldiciendo y deshaciéndome de los adornos insoportable. Ya es suficiente con ver las calles invadidas y los lugares saturados de decoraciones. Mi empresa también está decorado con esta tontería, gracias a mis empleados amantes de lo navideño. Pero no necesito que invadan mi oficina, el segundo lugar que me da tranquilidad después de mi hogar, que carece de decoración y me da paz, especialmente cuando llego y la veo a ella, con esos grandes ojos azules que tanto me recuerdan a él. Los momentos con él fueron maravillosos, no puedo evitar que mi mente divague a esos recuerdos.
Aparto esos recuerdos cuando siento que las lágrimas amenazan con escaparse y doy un último vistazo a las decoraciones. Es tan navideño que me molesta: muñecos de Santa Claus, renos, esferas rojas y un árbol cubierto de nieve falsa con luces azules y rojas. Me genera ansiedad. No volveré a ausentarme otra vez. Si no fuera por la presentación de ese libro, nada de esto hubiera ocurrido. Para la próxima, mando a aun representante.
Me sumerjo en mi computadora revisando manuscritos, lo único que me distrae de tanta estupidez festiva. Las horas transcurren, y mi oficina ya no tiene los adornos, lo que me hace sentir mucho mejor. Estoy tan concentrada leyendo que no me percato de que mi secretaria me está hablando.
—Señora, la reunión con el nuevo socio inicia en unos minutos, ya todo está listo —me comunica.
—Bien, gracias por recordármelo, lo había olvidado —digo mientras agarro los documentos y unos manuscritos.
—Tranquila, es normal en esta época.
La miro, y ella trata de darme una sonrisa, pero se marcha antes de que le diga algo. Suspiro con pesar antes de salir. Mientras camino por los pasillos, mi cara muestra molestia. Ver todos los adornos me dan ganas de quitarlos y quemarlos hasta volverlos cenizas.
Entro al ascensor, presiono el quinto piso donde está la sala de juntas, ya que estoy en el segundo. Cada piso del edificio es de un departamento diferente y consta de ocho plantas. Mi editorial es la más grande de la ciudad. Antes de que las puertas se cierren, alguien grita: «¡Detengan ese ascensor!». Coloco mi mano en la puerta, evitando que se cierren, y en ese momento entra un hombre.
—Gracias, hermosa —me dice con una gran sonrisa.
Me pregunto ¿por qué tan alegre y quién le dio derecho de llamarme así?. Y ¿quien es el? no lo había visto antes. Además, obviamente, no es un empleado. Ninguno tendría el valor de llamarme de esa manera, aunque lo desearan.
—Podrías no llamarme hermosa —exijo con molestia sin verlo.
—Discúlpame, solo fui amable —responde, marcando el sexto piso también.
El ascensor avanza de una manera tan lenta que me desespera.
—Vaya, mira lo que tenemos aquí —la voz del hombre me hace voltear a verlo, y noto que está mirando arriba.
Sigo su mirada y me doy cuenta de que hay un estúpido muérdago en el techo. Lo que me faltaba.
—¿Sabías que si dos personas están bajo el muérdago deben besarse?
Miro al tipo con molestia, que, por cierto, es bastante guapo, con unos ojos hermosos. No, pero ¿en qué estoy pensando? El idiota tiene una sonrisa de oreja a oreja. Rayos, hasta su sonrisa es linda.
—Eso es una estupidez —digo, volviendo mi vista a las puertas que aún no se abren.
—Yo no lo creo así, pero sí estoy seguro de que esto es el destino y que ese muérdago es el encargado de que dos personas se reencuentren y se besen.
Este tipo esta completamente fuera de sus cabales. Antes de decirle unas cuantas verdades, su boca se estrella con la mía. Me quedo pasmada ante el atropello que estoy recibiendo, todo mi cuerpo está paralizado y se estremece, mientras siento sus labios moverse en mi boca. Estoy sorprendida ante lo que hace. Hace tiempo que nadie me besaba.
Sorprendentemente, mi boca se abre ante el beso, mi cuerpo reaccionando de una manera que no planeaba y que me deja paralizada.
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Bajo el Muérdago
RomanceUna mujer cuyo corazón parecía estar helado como las calles nevadas que adornaban la temporada navideña. A diferencia de muchos, ella no sentía la magia de la Navidad. Su desdén por las festividades tenía sus raíces en un pasado que prefería olvidar...