[ XXVI ]

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Ya no puedo recordar mi aspecto sin los lentes, aún al despertar, lo primero que hago es ponerérmelos; se puede decir que soy dependiente de ellos. Mi vista no ha empeorado como lo pronosticaba mi madre, pero si dejo de usarlos aunque sea por media hora, me siento desnudo.

Aunque al Charlie de ese entonces no le agradó nada la idea de ponerse los lentes por primera vez. Reservé tal suplicio para cuando me encontrase en clases y una vez fuera podría guardarlos para que nadie se acostumbrara a verme así. Sin embargo, lo juzgué impráctico al segundo día, pues eran más las ocasiones en que necesitaba traerlos puestos.

Por lo que hice acopio de toda mi valentía, dejé de lado mi vanidad y decidí que los usaría todo el tiempo, no sin una leve presión sobre el pecho que me quitó, de paso, las entrañas. Tomé mi respuesta interna como una niñería, pero tampoco pude restablecer la importancia que hubiera querido, porque el reflejo de aquella mañana después de salir de bañarme, dejaba de parecerse a la que me recibió el primer día en Bertholdt.

—Wow, te ves... ¿Cómo decirlo? —El primero en verme así fue Simon—. Intelectual, pareces todo un intelectual.

¿Me veo muy diferente? —Traté de que la pregunta quedará atrapada en mi garganta, pero no me pude resistir.

—Si te viera por la calle no te reconocería fácilmente.

Asentí y reflexioné un detalle lo que significaría no ser tan reconocible. Aunque mis cavilaciones se cortaron de golpe al caer en la cuenta de que Simon se había detenido y yo lo había imitado. Parpadeé para recomponerme y frente a mí, casi al final del corredor, Elliot me miraba fijamente.

—Hay que ir por el otro lado —murmuró Simon, quien tiró de mi manga para que lo siguiera.

Se formó un mohín de confusión en mi rostro.

—No le tengas miedo, sé que parece perro callejero, pero no muerde. —Logré sacarle una sonrisa a Simon que aligeró su tensión.

¿Qué creía Simón? ¿Que tendría una riña donde todos pudieran observar y de paso ganarme la expulsión?

Continuamos el camino, los ojos de Jones sobre los míos. Y este abrió la boca en el momento en que nuestros hombros rozaron.

—Tenemos que hablar.

Me extrañó su petición más que a Simon; no por el tono sereno sino por el descaro, como si en público no fuéramos dos personas cuyo espacio personal no debería ser rebasado y las palabras deberían limitarse a insultos. Pudo haberme pedido esa plática en la noche, donde nadie se enterara que tendríamos una plática que rozaba lo civilizado.

Después de comprender que hubiera sido mucho más íntima esa plástica en la habitación. Para Elliot o para mí, esas cosas estaban implícitamente prohibidas, porque podían dar pie a pensamientos erróneos como que la enemistad se había terminado o que había algo más entre nosotros que permitían confesiones a solas, sin ningún tipo de testigo.

Noté los nudillos de Simon volverse blancos mientras él apretaba el puño.

—Guardame un lugar en el comedor, por favor —le dije a mi amigo. Este se giró a mí, desconcertado.

—Charlie, si quieres...

Negué enseguida.

—Oh, no pasará nada, te puedo jurar que tu adorado amigo estará sano, al menos por ahora. —Se adelantó a respondedor Elliot, lo que me hizo apretar la mandíbula—. Andrews, no hagas un escándalo.

Simon titubeó, aunque al verme darle la razón a Jones, no tuvo más que suspirar y recordarme que Luke no me guardaría el desayuno, así que debía apresurarme. Lo que, en palabras de mi amigo, se traducía a un: "Por favor, no te pelees".

Hasta los Dioses se enamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora