El mundo es demasiado grande y su corazón inexperto

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El orfanato era una estructura gigante que se alzaba como una gran y aterradora bestia que prometía comer niños. Las paredes mostraban los bloques de piedra desnuda de tonalidades grises, haciéndolo lucir incluso más depresivo y aburrido de lo que debería ser en un principio. Contrastando con la sombría estructura, decenas de rosales y plantas estaban alrededor, aportando color al ambiente.

—Todos son iguales —murmuró con molestia el conductor de la carreta cuando vio a Atsushi romper en llanto—, deben tocar la puerta y les abrirán —Antes de que cualquiera de los chicos tuviera tiempo de hacerle alguna otra pregunta, se esfumó.

Kunikida intentaba tragar las lágrimas que amenazaban con caer de sus ojos mientras le daba suaves palmadas a la espalda del albino.

—D-debemos de entrar —dijo forzando una sonrisa, Kunikida limpió con su camisa el agua rebelde que descendía por sus mejillas.

Lucy los veía sin mostrar mayor expresión, en vez de eso, se limitó a etiquetarlos en su cabeza como hombres que no tenían la fuerza de aceptar que no importa cuánto se llore, los muertos no regresarán. Les dio una mirada juzgadora antes de aproximarse a la puerta, sin embargo, esta fue abierta antes de que tuviese la oportunidad de siquiera tocarla.

—Bienvenidos a Gou Jia —La pelirroja no pudo evitar dar un paso hacia atrás a causa de la impresión. El hombre que había abierto la puerta tenía una mirada serena, la lastima no era percibida en sus grises ojos, pero esto solo era gracias a los años de práctica que ser el director de un orfanato le había dado. La tristeza de los niños seguía removiendo incómodamente su corazón, sin embargo, sabía que entre menos tristeza mostrara, podría transmitir su tranquilidad a quienes la necesitaban—, mi nombre es Fukuzawa, y soy el director de este orfanato.

El hombre se dio media vuelta avanzando unos cuantos pasos antes de voltear su vista a esos flacuchos niños que solo lo veían sin haber movido un solo músculo, soltó un pequeño suspiro y dijo: —Tomen sus cosas y síganme, les mostraré el lugar y luego los ubicaré.

Atsushi abrazó las pocas pertenencias que había llevado y caminó detrás del hombre de kimono. A pesar de estar divagando, supo que el señor les estaba hablando porque escuchaba el murmullo de su voz, sin embargo, no está prestando atención a las cosas que le decía.

Cada tantos pasos un gran ventanal se alzaba con vidrios transparentes que dejaban entrar los cálidos rayos del sol, curiosamente no bastaban para iluminar por completo el lugar; los oscuros pasillos le daban la ilusión de que en cualquier momento podría ver aquellos ojos rojos de la única persona que todavía no había dejado atrás. Aunque la oscuridad solo era eso, oscuridad, entre sus sombras no se ocultaba nada más que viejas arañas en sus redes que esperaban por alguna presa inocente.

El albino caminaba, pero sentía como si estuviera flotando, a veces las paredes se cernían sobre él y volvían a su lugar original, pero nadie aparte de él parecía prestarle atención a esos detalles tan extravagantes; sentía como si estuviera viendo, pero al mismo tiempo no era capaz de poder darle nombre a los objetos que lo rodeaban.

—Las visitas de los padres adoptantes se dan casi siempre una vez cada tres meses, así que deben de intentar arreglarse para... —Fukuzawa dejó de hablar cuando observó al albino dar un traspié—, chico, ¿Cuál es tu nombre?

Atsushi quien acababa de regresar a la realidad de golpe se apresuró a responder: —Mi nombre es Atsushi, Nakajima Atsushi —Un ligero sonrojo a causa de la vergüenza escaló por su rostro.

—¿Te sientes bien? —El tono del adulto intentaba ser un poco más cálido, pero a pesar de todo, tratar con niños y poder expresar bien sus emociones le resultaba un tanto difícil, esa era la razón por la que él solo se dedicaba a darles la bienvenida, y dejarle el resto del trabajo a sus empleados.

El monstruo que se esconde bajo la cama -Shin SoukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora