Capítulo 16

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Cap. 16 *Narra Rocío*

Me lo estoy pasando genial aquí con Pablo, a pesar de... en fin... a pesar de todo. Hace tiempo que no tocaba la guitarra ni cantaba y ahora, cantar con él... con Pablo Alborán. Por millones y millones de veces que me diga que somos amigos, me cuesta imaginarmelo. Es un chico normal la verdad, es simpático y agradable, pero no me hago a la idea de ser precisamente yo amiga de una persona que no puede ni salir a la calle porque le acosan sus "alboranistas".

En cuanto a este momento, es todo tan agradable aquí... El mar es precioso en calma; entiendo que a Pablo le guste tanto este lugar.

Al acabar la canción, la cual me encanta y más si es con él, le miro a los ojos y él a los mios. Nunca he visto unos ojos marrones tan brillantes, profundos y a la vez transparentes que me permiten saber cómo se siente. Me gustan también sus rebeldes rizos que se vuelven rubios con el sol.

Unos ruidos entre las matas interrumpen nuestro juego de miradas. Él se vuelve hacia el lugar de donde proviene el sonido alterado. En su mirada se aprecia la incertidumbre, lo que hace que yo también me ponga nerviosa y la verdad, no sé ni por qué.

El sonido se va acercando entre las matas hasta que podemos ver al culpable de que nuestros corazones se hayan encogido del susto.

Al saber de qué se trata, su rostro y el mio vuelven a la calma y suavidad. Él incluso sonríe al ver a un hermoso y pequeño gatito de pelo blanco con alguna que otra gran mancha marrón y negra. La verdad es que es precioso, pero está un poco deshidratado y hambriento. Se va acercando a nosotros y acabamos a acariciandole.

Pablo y yo seguimos hablando con esta miniatura mirándonos. Me alegra que Pablo no me pregunte nada que no quiero responder; siento que yo soy la culpable.

He perdido la noción del tiempo hablando, pero desde luego que no quiero encontrarla. Nos quedamos callados sin nada que decir y a la vez gritándolo todo a los cuatro vientos sólo con el brillo de nuestros ojos. Mirando al infinito donde el cielo se funde con el mar en un maravilloso espectáculo de sombras y colores.

-Gracias.- Esas tres palabras salen de mí sin pedir permiso, pero se lo habría dado sin duda alguna.

Ahora nuestras miradas se vuelven a cruzar. Sus ojos son un bonito lugar en el que perderse y obviar el mundo y sus perversidades que te atormentan.

Él me mira extrañado pero sin perder esa sonrisa que podría provocar que se derrita el último glaciar del planeta; de hecho, creo que es esa sonrisa la que provocó el cambio climático.

-¿Por qué?- me pregunta.

Su mirada sigue fija en mí. Yo lo único que hago es retirar de mi vista esa sonrisa, no puedo dejarme caer en sus redes, volviendo a mirar al infinito, es una bella estampa.

Siento su mirada interrogante, pero sigo observando la Nada con Todo a mi lado. El horizonte y la delicada manera en que se unen el cielo y la Tierra me hacen sentir pequeña. El Sol está a punto de dejarse de ver y el cielo y el agua se van tiñendo de un tono rojizo.

¡Dios mio!, si el Sol está desapareciendo significa que... ¡es tarde!, ¡muy tarde!, y si Lucas ha vuelto y no estoy ¿qué pasará?

Me levanto rápidamente y miro a Pablo que se levanta tras de mi. Me mira interrogante por mi reacción y por dejar en el aire esa pregunta suya.

-Pablo, me tengo que ir.- le digo, como puedo.

Nada más expulsar esas palabras empiezo a pomerme nerviosa. Quién me iba a decir a mí que me iba a ver en una preciosa cala con Pablo Alborán y con miedo de llegar a casa después de Lucas.

Pablo acaba sonriendo de medio lado, con una sonrisa no muy sincera.

-Está bien.- dice. Recoge su guitarra y me ofrece su mano. -Vamos.

Yo dudo un segundo, pero acabo aceptándola. Su mano está caliente y la mía demasiado fría en comparación. Comenzamos a andar, pero le noto algo más serio de lo normal, aunque intente disimularlo. No me paro en ello y continuamos dirigiéndonos al coche como si nada.

Miro hacia atrás porque algo me llama especialmente la atención: el gatito de antes nos sigue por las matas, saltándolas y atravesándolas grácil y graciosamente. Pablo se da cuenta de ello y también se detiene. Ambos volvemos a acariciarle hasta que Pablo vuelve a su habitual sonrisa.

-Llévatelo- me dice.

Le miro extrañada pero me sonríe y me desarma; no le puedo rebatir nada.

Tomo al gato y me pongo en pie. Pablo sonríe, al igual que yo.

-Es precioso- le digo.

Me gustaría añadir que al igual que él pero, obviamente, no lo hago.

Ahora sí que nos dirijimos al coche y montamos con el gato-o más bien gata- en mis brazos.

Vamos en el coche camino a mi casa y en el trayecto no puedo dejar de mirar por la ventana, excepto cuando por el rabillo del ojo miro a Pablo concentrado en la carretera y que a veces me mira.

En mi interior siento que tengo a dos ejércitos enemigos luchando debido a los nervios de si estará o no estará Lucas en casa, pero miro a Pablo y siento como de dos ejércitos pasan a ser un rebaño de inocente ovejas.

Estamos llegando así que decido responderle a la pregunta que antes dejé en el aire:

-Gracias por todo, por ayudarme y por todo esto, por ser de confianza.- Él me mira, parece que sabe que lo que quería era responder a la pregunta de antes.

-Gracias a tí- responde.

-¿Por?- pregunto, ahora soy yo la que la que no sabe el por qué de esas tres sílabas.

¿Me lo dice él a mí?¿qué he hecho yo por él?

-Por hacerme sentir libre, una persona más de entre todos y no un famosillo, gracias por hacerme sentir yo mismo: Pablo Moreno, un chico normal y Málaga que le gusta la música y que es un romántico y pasional enamorado.- dice mirando a la carretera y al acabar, me mira.

Me quedo sin palabras, creo que por primera vez.

-Gracias- es lo único que puedo repetir.

Sigo mirando a la ventana, reflexionando esas palabras, no están dichas así porque así, eso está claro, llevan algo detrás de ellas y no me las puedo sacar de la cabezo.

Ahora las vistas han cambiado, ya no se ve el bello mar, sino edificios, casas, coches y carreteras.

Llegamos a mi piso y aparca.

Me dispongo a quitarme el cinturón de seguridad pero siento una cálida mano cogiendo mi brazo e impidiendolo. Le miro extrañada a la vez que la gatita -que durante todo el trayecto estaba dormida- se remueve sobre mis piernas. No entiendo por qué me detiene. Le miro a sus ojos marrones y no, otra vez perdida en esa intensa y a la vez dulce y adictiva mirada.

-Rocío- me mira suplicante -por favor no lo hagas, no te vayas, no quiero que te pase nada malo.-

Un beso, un te quiero y una canción.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora