VI

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—¿El mejor de los guerreros? —el hombre se baja del caballo blanco en el que va y saca un lazo de su casaca azul que lleva puesta para atarlo a la pequeña valla de la casa.

Nick se mantiene sobre sus pies y Owen se para frente a él en un intento absurdo por cubrirlo.

—¿Quién eres tú, jovencito?

Por su complexión alta y visiblemente fuerte, Nick sabe que es un alfa y que por el color de su piel no es de Aipabuwyth. Los habitantes del reino no podían tener la piel oscura o quemada por el sol por mucho que estuvieran expuestos al exterior, porque el sol no quemaba, era casi tan blanco como la Luna. Una ventaja de vivir inmersos en eclipses. Y las omegas tenían prohibido meterse con alfas que no fueran del reino. No había linaje más puro en todos los reinos como en Aipabuwyth.

Los Aipabuwythtianos tenían la piel igual de blanca que el mármol del castillo, igual que la leche que extraían de los animales de la granja, igual que la nieve y la Luna, lo único distintivo en ellos era el color de sus ojos y cabello, su complexión física e inteligencia. Tampoco era un guerrero de su padre, pues ellos eran los únicos que tenían la piel diferente debió a los viajes y las guerras. Su color de piel era diferente.

—No es un buen recibimiento cuestionar el nombre de alguien sin antes decir el suyo, ¿No lo cree?

—No. —el omega elevó la voz. —En Aipabuwyth los extranjeros tienen la obligación de hablar primero para tener derecho a pedir clemencia por sus vidas.

—He oído sobre eso... —atraviesa la valla. —¿Un poco cruel enviar cuervos para avisar una muerte, no?

—¿A quién sino? —sin darse cuenta su mano ya está sujetando la empuñadura de la espada.

—Lo ideal sería que una persona le dijera que va a morir. Es cruel avisar y no permitirles hablar con nadie.

—Los cuervos son emisarios del castillo y los Reyes castigan con muerte, en su castigo va privado cualquier privilegio o necesidad básica.

El alfa le hace una seña a Owen para que se aleje y Nick le da dos toques sobre la espalda para que lo haga. Era más bajo que ellos y lo menos que quería era que mataran al amigo que su padre llevaba años cuidando.

—Sabes mucho del castillo para ser un simple guerrero.

—Y tú hablas mucho de cosas que no conoces. —Nick desenvaina la espada y la punta de la espada queda sobre la garganta del alfa.

Owen le había enseñado que no necesitaba de toda la fuerza del 100mil hombres para ser un guerrero, sino habilidad. Sus lecciones eran similares a las que Clariant le daba. Postura, destreza, habilidad... Incluso llegó a comprender que la espada era casi tan similar como las agujas para tejer que usaba con la Reina.

Comenzó a moverse alrededor del alfa, despacio, primero con el talón y después con la punta, hasta que el filo de la espada quedó en el lugar perfecto para degollar. El pecho del alfa subía y bajaba, sus manos estaban a un costado, sin la mínima intención de tomar su propia espada y defenderse. Nick se detuvo cuando sus ojos estuvieron puestos sobre la espalda del hombre y le dio una patada en las corbas dejándolo de rodillas.

—¿Quién eres? —la espada tomo lugar sobre el hombro derecho del alfa. —Sabías qué... —hace una pausa y ejerce más presión sobre el pomo. —, en Aipabuwyth si un extranjero irrumpe en la casa de alguien sin ser invitado, su muerte no puede ser reclamada por ningún familiar.

—No tenía idea. —el alfa eleva su vista al cielo y ve dos cuervos volando sobre ellos. Entrecierra los ojos, ¿Qué hacían?

—¿Quién eres? —la zuela de las botas de Nick se estampa contra la espalda del alfa, tirándolo al suelo, este cae sin gracia, un meter las manos y suelta un quejido.

𝖀𝖓𝖆 𝕮𝖔𝖗𝖔𝖓𝖆 𝖉𝖊 𝕸𝖊𝖓𝖙𝖎𝖗𝖆𝖘 •Taynic Galikhar•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora