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—¡Enzo! —Oriana se exalta cuando, después del tercer tono, su amigo atiende. —Enzo, la puta madre, ¿dónde está Candela? 

Del otro lado el desconcierto del morocho aumenta, hace varias horas Candela había salido de su casa enojada. No tenía idea de su paradero y aunque intentó contactarla para explicarle las cosas, ella no lo atendió.

—Ni idea, se fue hace un par porque nos peleamos —le responde intentando no pensar en la situación que vivió con la morocha hace un rato. —¿Por qué? ¿te dijo algo?

Oriana intenta calmarse para hablar, hace unas horas había recibido una llamada de su amiga y en el correo de voz se escuchaba un sonido estruendoso. Era imposible que no pensara en el peor escenario posible, más después de que no había vuelto a dar señales de estar bien.

—No, si me llamó hace un rato y no pude atender y no sé, como que se escuchó un ruido y desde ahí no me atiende —le cuenta nerviosa, titubeando por los nervios. —¿La podés ir a buscar a su casa? Necesito saber si está bien.

Enzo del otro lado parece escéptico, en su interior todo parece derrumbarse, pero en un mecanismo de defensa se niega a suponer que a la mujer que tanto ama le haya pasado algo. Prefiere creer que Candela está bien, enojada, negada a hablar con ellos, pero bien.

—Uh, capaz en una de esas es porque le conté del collar —le comenta medio distraído, bajando su celular de su oreja para revisar si tiene algún mensaje proveniente de Candela.

Oriana deja de caminar de un lado a otro para ver si escuchó bien. Sabe puntualmente de qué le habla Enzo porque, meses atrás, ella había decidido interferir entre ellos creyendo que sin entregarle el regalo a su amiga, ella estaría mejor. Después de haberla visto hecha mierda por Enzo sabía que Lisandro, al menos, cuidaba de ella en todos los sentidos. Para ella, su amiga no necesitaba volver a pasarla mal por alguien de su pasado.

—¿Le contaste del collar? —le pregunta nerviosa. —¿Y qué te dijo? ¿se enojó conmigo?

El jugador del Chelsea no está escuchando a su amiga, una llamada perdida y un mensaje robaron su atención. Atinó a abrirlo con cuidado, pensando en que si su número se había filtrado lo primero que le mandarían era algún virus.

+44 8957 235 750

Buenas tardes, sr. Le escribo desde el hospital de Londres para informarle que se ingresó como paciente a Candela Fiorella Bianchi, quién fue víctima de un choque. La paciente lo tiene a usted como contacto de emergencias en su teléfono. Si tiene contacto con la paciente, por favor confirme si se puede acercar o, de lo contrario, si puede mandar a algún familiar para cuidar de ella.

Apenas terminar de leer dicho mensaje, sintió como su estómago se cerraba y un dolor agudo se hacía presente en su pecho. Ni se paró a pensar en lo increíble que le parecía que, años después, Candela no modificó el contacto de emergencia de su correo electrónico. Se acordaba perfectamente de la tarde en la que la ayudó a ponerlo de esa manera porque ella no paraba de llorar, tenía miedo de que algún día le falte el paf para el asma y él prometió estar primero ahí si pasaba algo.

—Tuvo un accidente —piensa en voz alta, Oriana del otro lado del teléfono se altera apenas escucharlo, pidiéndole explicaciones. —Tuvo un accidente, me acaban de mandar un mensaje del hospital. La voy a ver, después te llamo —le corta la llamada casi fuera de sí mismo.

Lo siguiente que hace parecen escenas borradas, se maneja en piloto automático hasta estar frente a la recepción del hospital. Se presenta con su mala pronunciación y tardan en entender lo que quiere decir, pero para su suerte lo dejan pasar a verla antes de hablar con el médico.

Lado a Lado | Enzo FernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora