Dieciocho

182 24 4
                                    

Esa noche, Erwin les prepara pollo, arroz y verduras. Tararea una melodía en voz baja y Levi le observa moverse con fluidez por la cocina. Erwin es un buen cocinero, y eso es agradable. Levi nunca ha sido un buen cocinero y no quiere empezar a aprender ahora en la casa tan bonita, tan cara y tan inflamable de Erwin.

Erwin le da un plato de comida humeante que le hace la boca agua -se le ha vuelto a abrir el apetito- y comen con bastante música que sale de sus altavoces, y es agradable. Cuando acaban, Levi ayuda a limpiar y luego habla.

"¿Tienes internet en tu televisor?". Pregunta, y Erwin levanta una ceja. "Quiero enseñarte algo".

Erwin asiente, porque por supuesto su televisor tiene google, y le muestra cómo configurarlo y conectarlo a su teléfono para que pueda buscar en la web más fácil y rápidamente que usando el mando a distancia del televisor. Abre una página web francesa, se desplaza por ella y encuentra el vídeo.

Delante de los chicos, Levi consigue interponer una barrera entre él y el vídeo. Podía fingir que no era él mismo, que no sentía las cuerdas bajo sus dedos, que no veía a la multitud observándole. Podía fingir que no le importaba y que sólo era un vídeo de un chico cualquiera de diecisiete años tocando el violín. Pero delante de Erwin, Levi puede mostrarse vulnerable.

"Graban sus actuaciones", dice, y duda antes de darle al play. La calidad de la cámara es mala, pero enfoca a un hombre pálido, de pelo negro, con un caro violín profesional en las manos. No tiene tatuajes ni piercings -de hecho, llevaba las orejas perforadas, pero tuvo que quitárselas para actuar- y empieza despacio, con el arco arrastrándose por las cuerdas, los dedos presionando, moviéndose, y los sonidos llenan la sala de la orquesta. Hay alguien al piano detrás de Levi, acompañándole, y la pieza que toca en este vídeo dura algo menos de treinta y cinco minutos. Lo ven entero y ninguno de los dos dice nada.

Si Levi cierra los ojos, puede ver a la gente del público del vídeo mirándole fijamente. Siente que le duelen los pies de tanto tiempo en el escenario: su actuación duró dos horas y pico, y The Kreutzer, la pieza del vídeo, fue la última canción que interpretó. Tuvo descansos entre canción y canción, y algún otro pianista actuó durante diez minutos más o menos, antes de volver a salir. Al día siguiente tenía ampollas en los pies, pero no se arrepintió. Si se concentra, nota cómo la piel de los dedos se desgarra y sangra un poco por el roce con las fuertes cuerdas, siente la ampolla en la mano derecha por sujetar el arco con fuerza y maniobrarlo con movimientos de la muñeca y el antebrazo. Si lo piensa lo suficiente, puede sentir el calor de las luces golpeándole, recordar cómo se le acelera el corazón con los ojos de los profesionales puestos en él, esperando a que cometa un error, y a las ancianas estrellas de la ópera observándole con expresión inexpresiva, viendo si realmente prometía. Si se concentraba lo suficiente, podía ver a su madre entre la multitud, mirándole con ojos grandes y cariñosos.

Levi tenía los ojos cerrados mientras tocaba, las finas cejas fruncidas en señal de concentración, y su cuerpo se balanceaba de vez en cuando mientras tocaba. Levi ahora estaba sentado con la mano cerrada en un puño apretado, los dientes mordiéndole dolorosamente el nudillo mientras parpadeaba para contener las lágrimas.

Había sido tan prometedor. A estas alturas, probablemente habría sido famoso en el mundo de la música clásica, le habrían llevado en avión a distintos países para actuar ante cientos y miles de personas, le habrían hecho entrevistas por ser uno de los músicos más jóvenes y con más éxito que podía tocar Beethoven con los ojos cerrados y sólo con escucharlo una o dos veces.

No podía poner una barrera entre él y el chico de la tele. Era él, y podía recordar cada segundo de esas dos horas en el escenario, podía recordar las noches en vela en las que estudiaba las partituras hasta que podía tocarlas medio delirante y con los ojos cerrados. Podía sentir cómo sus manos se movían al compás de cada nota, podía oír cómo su propia música nadaba en sus oídos. Levi cierra los ojos y siente que algo gotea sobre su puño tembloroso. Un talento natural, excelente, con un futuro prometedor, se le escurrió de entre los dedos y se le escapó de las manos como arena. Hasta hoy no había tocado un violín en meses.

Las Cosas Que Perdí - EruriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora