¿Dónde estoy?

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—¡No! —Grita con intensidad, sobresaltándose abruptamente y abriendo los ojos de golpe.

Su mirada errática escudriña el entorno en busca de comprensión, pero todo está sumido en la oscuridad, impidiéndole ver algo. Su corazón late desbocado, como si intentara liberarse de su propio pecho. Su cuerpo está empapado en sudor, que intenta limpiar mientras procesa todo lo sucedido y trata de identificar su ubicación.

Experimenta un profundo dolor de cabeza, sintiendo cómo martillea incansablemente su cerebro. En la penumbra, no distingue nada, pero reconoce la sensación de estar recostado en una cama, cómoda y mullida.

—¿Ho-hola? —pronuncia con cautela, buscando alguna respuesta, pero solo obtiene un silencio profundo.

Su voz apenas se escucha, temblorosa y ronca, resultado del grito anterior que seguramente le habría desgarrado la garganta, sin mencionar lo seca que la tiene.

Palpa la cama con cuidado, como lo hizo en el coche, para evitar perder el equilibrio en la oscuridad. Se desplaza gateando hasta llegar al borde, estira sus manos temblorosas hasta topar con una mesita de noche y, de ella, con algo que parece ser una lámpara.

Busca el interruptor, con la esperanza de que haya luz; afortunadamente, así es. La bombilla parpadea, luchando por disipar las sombras que se ciernen sobre la habitación.

Karina examinó la habitación ahora iluminada, quedando perpleja al contemplar la lujosa y moderna decoración. Comenzando por una cama de matrimonio en la que yacía, con sábanas de seda y edredones de la más alta calidad.

A los lados descansaban dos mesitas de noche de madera y dos lámparas de un tono gris. El suelo, de un color grisáceo, estaba cubierto por una alfombra del mismo tono.

Frente a ella, unos reposapiés de color negro y muebles de colores grises elegantemente dispuestos, con la televisión de pantalla plana empotrada.

A su izquierda, unas cortinas grandes e imponentes, que dedujo serían las ventanas y no dejaban pasar ni un ápice de luz. El techo, de un blanco impoluto, estaba decorado con una gran lámpara de araña y pequeñas bombillas a los lados.

A su derecha, un tocador moderno con tonos oscuros se hacía presente. También distinguió una puerta que dedujo sería el baño, pero la habitación tenía una esquina que no lograba ver, aunque tampoco le interesaba. Sin duda, era una habitación de ensueño.

"Lo habría sido, si no estuviera secuestrada". Aquel pensamiento la devolvió a la realidad de inmediato.

—¡Maldita sea, fui secuestrada!—gritó comprendiendo la situación una vez más, levantandose de la cama como si estuviera quemada.

Se incorporó rápidamente y se apresuró hacia la puerta, pero antes de alcanzarla, sintió una fuerza que la detenía bruscamente. El impacto la hizo perder el equilibrio, y terminó en el suelo con dolor en las rodillas, piernas y el trasero.

Observó perpleja a su alrededor, incapaz de comprender qué la detuvo, hasta que se percató de la cadena que aprisionaba su tobillo.

—¿Qué es esto? —exclamó con horror al ver su pierna encadenada.

Intentó liberarse de la cadena, aplicando fuerza o buscando alguna manera de aflojarla, pero resultó inútil. Las cadenas parecían ser de acero inoxidable.

"Tal vez pueda liberarme desde otro ángulo," reflexionó sin rendirse y siguió el recorrido de la cadena hasta llegar a la cama, más precisamente, a una de las patas. La desolación la invadió al percatarse de que la cama estaba firmemente atornillada al suelo.

—No puede ser, tiene que haber otra solución —murmuró, rechazando la idea de que este podría ser su final.

—¿Hay alguien allí? ¡Por favor, sáquenme de aquí! —Gritó con desesperación.

Hasta Que Seas Mía Donde viven las historias. Descúbrelo ahora