Un ruido, un suave murmullo, despertó a Sergio.
No recordaba haberse quedado dormido la noche anterior, ni que Charles lo hubiera dejado.
Aunque sus sentidos le dijieron que ya no estaba allí, faltaba su peso al otro lado de la cama y ya no olía a él.Sin embargo, lo que perduraba en su memoria, con la misma fuerza como si aún estuviera allí, era la suavidad de sus dedos sobre la herida.
Volvió a escuchar el murmullo y una suave risa.
Abrió un ojo con cuidado.
Y se encontro de frente con el ojo de cristal del peluche.—Hola—Dijo, ya era por la mañana, pero aún era muy temprano y seguía nevando.
—Mañana es Nochebuena—Dijo el oso con felicidad.
—¡Ah!—Dijo sin ocultar su falta de entusiasmo.Cerró los ojos y se tocó la cicatriz del cuello; casi lo sorprendío que aún estuviera allí.
El oso salto delante de su cara y Sergio tuvo que recordarse que el oso no era real, estaba unido a un brazo y el brazo, a su vez, a algo que no podía ver y que no dejaba de reirse.—Los osos duermen durante el invierno—Dijo Sergio.
Mick tardo unos minutos en contestar.
—Pero se despiertan para Navidad—Después repitió con la voz del oso—Sí, nos despertamos en Navidad.Por supuesto, Navidad, a los niños les encantaba la Navidad. Sergio se movió y miró a Mick, que estaba tumbado en el piso con una pijama de franela lleno de osos. Le encantó que lo descubriera.
El niño le dedico una sonrisa genuinamente feliz. Era como si encontrarse un vaquero por la mañana fuera como un sueño hecho realidad.
Sergio sintió que la emoción le atenazaba la garganta. Era abrumador que el niño siguiera dandole oportunidades.Se preguntó, por que Mick estaba tan dispuesto a darle a la vida oportunidades cuando ya había tenido un momento tan díficil. Solo tenía cinco años y ya había perdido a su madre, una pérdida que la mayoría de la gente con diez veces su edad aun no había experimentado.
De repente, se le ocurrio, mirando a aquella cara llena de inocencia, que quiza, tenía mucho que aprender de Mick Leclerc.
Había sufrido mucho, pero aún parecía dispuesto a pensar que la vida era buena. Su sentimiento hacia la Navidad, un tiempo de milagros y esperanzas y amor, significaba que no había renunciado a nada.
Él nunca había pensado en sus sentimientos con respecto a a vida. Pero la verdad era que había renunciado a muchas cosas. La vida le había hecho daño y él le había dado la espalda.
Una nochebuena, hacía seis años, había aprendido, de la manera más dura, que él no tenía control de nada. Que había cosas que toda su fuerza, toda su voluntad y toda su cabezonería no podían evitar.
Si hubieran sido cosas pequeñas, quizá habría tenido una oportunidad. Pero se había tratado de algo importante, algo relacionado con la vida y la muerte.¿Qué era lo que había hecho entonces? Hacer su mundo cada vez más pequeño para poder contarlo.
Ahora lo veía con total claridad: la disminución de su mundo solo le había proporcionado una quimera de control. Un espejismo tonto hecho pedazos por un hombr ey un niño del otro lado del mundo.
Un espejismo que ni siquiera pasaba la prueba de una nevada.De nuevo, volvía a aprender de las lecciones más humillantes: los hombres no tenían el control del mundo.
Ni siquiera tenía el control de su propio corazón.Por que a parte de reducir su mundo, había intentado convertir su corazón en piedra. Obviamente, tampoco lo había conseguido.
Mick parecía saber que el mundo era un lugar impredicible. Parecía disfrutar del hecho de no saber lo que era lo que iba a pasar a continuación. De hecho, iba de frente contra lo que más daño le había hecho: el amor.