Capítulo tres

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Walker por fin llegaba a su departamento en Brooklyn, específicamente cerca del puente de Williamsburg, tan cerca de su departamento que podía verlo al salir del edificio. Estaba exhausto con todo el tema de Itzi y el contrato. Caminó casi arrastrando los pies por todo el pasillo del edificio hasta llegar a la puerta de su departamento. Lo único que quería al abrir esa puerta era ver a su hijo, ver a su esposa y que la sopa instantánea que dejó en el refrigerador en la mañana siga ahí. Dio un largo suspiro y abrió la puerta de su hogar.

—¡Ya llegué, Rosa!

—¡Me estoy cambiando! ¡Tú sopa instantánea está en el refrigerador! —dijo su esposa desde su habitación.

Walker colgó su saco en el perchero junto a él y movió sus hombros para deshacerse de tanta tensión. El departamento de Walker era un poco pequeño, era cocina y sala-comedor en ese respectivo orden a lo largo del espacio de la habitación. Más dos habitaciones en cada extremo.

—Hola, jefe.

—Hola Sebastián.

Apenas se había percatado de que su segundo al mano, Sebastián, estaba en su sillón...usando una toalla en la cabeza y una camiseta suya —notándose que era de él por lo holgada que le quedaba de los hombros—, y viendo un partido de béisbol. Lentamente Walker se acercó hacia él, Sebastián al sentir una mirada por detrás, volteó y miró a su jefe perplejo.

—¿Quiere ver el partido, jefe? —dijo con mucha calma y con un ligero acento italiano.

—¡¿Por qué estás en mi casa?! —reclamó a su segundo al mando.

Al oír a su jefe gritándole se levantó del sillón de inmediato para ponerse firme como un soldado y también se quitó la toalla de la cabeza dejando ver su cabello rubio y ondulado que le llegaba a los hombros.

—¡¿Y por qué llevas mi ropa y mi toalla?!

—Jefe, no es lo que parece, se lo juro—se excusó nervioso.

—¿Qué es todo este alboroto? —preguntó Rosa exclamando desde su habitación.

—Rosa, ¿por qué Sebastián está en nuestra casa?

—¡Entra y cálmate! Te lo explico.

—Tú no te muevas, Sebastián—ordenó Walker antes de dirigirse a la habitación.

—S-sí, sí, señor—dijo Sebastián aguantando los nervios.

Walker entró a su habitación sin apartar la mirada de Sebastián. Cerró la puerta y vio a su esposa, una mujer hermosa de tez o piel morena clara, de cabello marrón ondulado llegando al cuello. De ojos verdes, con unas gafas redondas con un armazón de metal negro. Vestía con un blusa azul, de olanes y con un estampado de puntos blancos, y con una falda negra que le llegaba a las rodillas.

—¿Ya estás más calmado? —preguntó su esposa一. Sebastián pensó que ya habías llegado, y cuando trató de levantar a Joel le vomitó la leche en el cabello y en la ropa. No tengo una aventura con nadie, tontito.

—No estaba pensando que tenías una aventura, se supone que él debería estar trabajando. ¿No vino el casero? ¿Y Joel?

—No, hoy te salvaste. Y tu hijo está en la otra habitación.

Lentamente, su esposa se acercó para darle un beso en la mejilla y quitarle la corbata.

—¿Y cómo te fue con el señor Voyage? ¿Cuántos millones tenemos en la cuenta de banco?

—Dije que voy a considerar su oferta.

—¿Considerar? Esa oferta nos puede sacar de este departamento—respondió Rosa molesta.

Historia PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora