VIII. Lo amo, lo amo

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—Un momento, ¿no es ese, mi mojigato compañero de clases? —La familiar voz nasal de Octavian, llevaba un rastro de alborozo, y la suficiente cantidad de perversidad para hacerle entender que, estaba a punto de ser sacrificado, como aquel adorable y esponjoso conejo al que Octavian había abierto en canal en tercer grado, con un cuchillo de cocina que había escondido dentro de su mochila—. ¡Oye!, ¿eres Thompson, verdad? Hey, ven aquí. ¡Hey, no huyas, solo muéstrame tu rostro!

Por supuesto que Dylan se negó a tal amable solicitud, y no lo pensó dos veces antes de darse la vuelta, con el corazón latiéndole locamente como el de una monja escondiendo revistas de John Travolta dentro de su túnica. Además, no sólo se trataba del intolerable Octavian aquí presente. También lo acompañaban un par de chicos que, en la escuela, no eran particularmente conocidos por sus buenos modales, y que carecían de la habilidad de conversar sin influir un maltrato de por medio.

—¿Eh?, ¿es ese Dylan? ¿Dylan Thompson, el hijo del pastor? —escuchó que decía uno de ellos, y le aterrorizó notar que parecía peligrosamente cerca—. ¡No, jodas, no jodas...!

Antes de que enunciara su tercer entusiasmado "No jodas", Dylan ya había escapado, saltando hacia el mar de personas como un pingüino eludiendo orcas asesinas.

"¿Thompson? ¿Qué Thompson? ¡No lo soy! ¡Estás alucinando porque no dejas de aspirar el humo de mariguana condensada en el aire!" —Dylan hubiese querido dejar de huir para gritarle eso, pero dejar de correr significaba que Octavian podría alcanzarlo, y utilizar su voz, aún agudizada por el miedo, lo dejaría completamente en tal evidencia que luego no le quedaría de otra que sufrir el infortunio de un chisme que pronto llegaría hasta los oídos de su santo padre.

¡Dios mío! ¿Acaso este era el castigo del cielo después de haber oído un montón de obscenidades disfrazadas de canciones? ¡No era su culpa! ¡Él fue obligado a venir, fue embaucado para ver a un rarito ladrar cual Cerberus en el tártaro!

Con dificultad, Dylan se abrió paso entre la multitud que lo maldecía en cuanto empujaba o apartaba a alguien sin el más mínimo acto de caballerosidad. Si ciertos fornidos motociclistas, con brazos del tamaño de dos Cecils no lo habían atrapado ya, para hacer de él, pulpa de Thompson, era solo porque se movía tan ágil y velozmente como una resbalosa anguila que podía escurrirse entre los minúsculos huecos que el tumulto de cuerpos sudorosos y apestosos le permitía. Ni siquiera sabía hacía dónde se estaba dirigiendo, simplemente corrió en zigzag hasta que, de improviso, patinó para detenerse, delante de una puerta tan simple que no debería de constar ningún peligro.

¿Era este, la mano extendida de un ángel piadoso?

Dylan se aferró al picaporte como si estrechara una mano cálida, y luego cruzó el umbral, que lo llevó a examinar un nuevo horizonte.

Delante de él se extendía un largo pasillo, con múltiples puertas de las que por los huecos, salía un conjunto de murmullos inentendibles, y carcajadas jocosas, que le dieron la premisa de que, quienes estuvieran dentro de esas habitaciones, estaban pasando por uno de esos momentos cariñosos que el padre de Dylan siempre evitaba que viera en la televisión. Inseguro, Dylan comenzó a caminar, sonrojándose y escandalizándose cuando atrapaba fugazmente ciertos sonidos y frases entrecortadas, que le sorprendía, pudieran ser evocadas por una dama.

Simplemente estaba desesperado por hallar al grupo que lo había traicionado trayéndolo aquí. Pero no sabía si estaba más decepcionado por no oír a ninguno de ellos, o aliviado, por la misma razón. Las paredes lacadas estaban cayéndose a pedazos, había moho sobre moho, y el techo estaba tan cerca que daba la sensación de estar atrapado en una lata de sardina. Dylan explotó sus neuronas, analizando si debería ir tocando cada puerta hasta encontrar a sus amigos, bajo el riesgo de presenciar lo indecible, cuando de pronto, la puerta de entrada, de la que ya se había distanciado por varios metros, fue abierta bruscamente, y de ella ingresaron, Octavian y sus esbirros, quienes lucían más que mosqueados.

¿Cómo cortejar a un Chico en los 80?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora