UN PACTO BAJO LA NIEVE

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UN PACTO BAJO LA NIEVE

Resúmen: Cada navidad se reunía con los suyos para divertirse y recordar la buena vida que tenía, en especial, recordar a quien le hizo tan feliz.
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Nueva York —1983.
El invierno había llegado a la ciudad, pintando todo de blanco y con él, la magia de la Navidad, en Broadway las personas se apresuraban con sus compras para llegar a casa para reunirse en familia, y el actor Terrence Graham, a sus ochenta y cuatro años caminaba de la mano de uno de sus nietos y su mascota, que lo arrasaban por doquier, su rostro sonriente reflejaba las arrugas del tiempo y los recuerdos de una vida llena de experiencias.

—¡Candy, detente! —dijo el anciano cansado al tiempo que uno de los perros se le arrojo encima para lamerle el rostro —Deja que tú abuelo descanse su espina un poco.

—Es que quiero que lleguemos rápido a casa. Papá ya debe tener el pavo en el horno.

—No creo que Romeo sea tan despiadado como para no esperarnos —Bromeo el actor admirando a su pequeña nieta de catorce años, con ojos que semejaban al océano y hacían contraste con la nieve.

—Claro que no.

—Además, hoy pondremos velas para la abuela ¿cierto?

—De eso no hay duda alguna, mi pequeña Candy —dijo el anciano pellizcando una de las regordetas mejillas de su nieta, las cuales eran bañadas por centenares de encantadoras pecas, esa niña le recordaba tanto a su Candy, a su pecosa... había sido en honor a su esposa que le pusieron a su pequeña nieta ese nombre. Era tan parecido a ella en todo sentido.

Nuevamente, el travieso perro se le arrojo encima a Terry para lamerle el rostro, ese condenado animal parecía no querer soltarlo por nada del mundo. Candy se acercó para tomarlo de la correa y hacerle un llamado de atención.

—¡Pecoso! ¿Cuántas veces te he dicho que no te le lances de esa forma a las personas?

—Lo mínimo que se ganará el pulgoso hoy, es que Santa le traiga un trozo de carbón o que Krampus lo meta en su saco.

—¡Ay, no digas eso, abuelo! Sabes lo mucho que me aterra ese cuento, a la abuela Candy le encantaba contarlo para estos días cuando era pequeña.

—Lo se... Solo que no pude evitarlo —dijo el anciano sin dejar de sonreír. Incluso esos tontos cuentos de terror navideños le recordaban a su amada y a esos días tan bellos.

—Abuelo... no estés triste. A ella no le gustaría verte así.

—Lo se, cariño. Pero no puedo evitarlo, estos días me dan nostalgia.

Terry trato de tragarse las lágrimas, esas lágrimas eran por su adorada Candy, el amor de su vida, esa pecosa que se hizo de su alma y su corazón por el resto de su existencia, y que ahora no podía sacarse del corazón, solían pasar sus días sentado en su viejo sillón, junto a la chimenea esperando a que ella bajará y le diera todo ese amor y esa fuerza que ella tenía en su interior.

La pequeña Candy se acercó a él y le dió un beso en la frente acompañado de un fuerte abrazo, ella era tan cálida y dulce como ella, casi como si una parte de ella hubiera renacido en la chica, olía a fresas, era de las pocas cosas que se diferenciaba de su abuela.

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