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En medio de las malditas reuniones navideñas, que para Luzu resultaban completamente desinteresantes, el castaño se sumergía en la lectura de una revista abandonada por tercera vez. Sumido en el aburrimiento y privado de su teléfono, consecuencia de su complejo de salvador, recordaba la pelea en la que se involucró para proteger a un chico. Ahora, castigado por esa razón, su madre lo obligaba a asistir a una cena navideña de la empresa, la cual, según su perspectiva, estaba plagada de puros viejitos.

De repente, irrumpió en la monotonía al ser rodeado por un grupo de señoras amigas de su madre, todas ansiosas por elogiarlo y presentarle a sus nietas. —¡Luzu, muchacho, cuánto has crecido!— exclamaban, mientras doña Rosario, una de las señoras, le decía: —Tiene poco tiempo desde la última vez que te vimos y has crecido mucho— Luzu sonreía incómodo, ya que no recordaba con claridad a aquellas señoras, pero aceptaba las palabras elogiosas con cortesía.

Regina, la madre de Luzu, intervino con un tono decidido, poniendo fin al asedio de las señoras: —Ya, ya señoras, que están incomodando a mi muchacho—. Se colocó a un lado de él, procurando tranquilizarlo, ya que sabía que a Luzu no le agradaba la atención no deseada. Él solo pudo ver a su mamá, quien le acarició la espalda en un gesto de consuelo.

Entre las presentes, Doña Elena, la amiga más cercana de la madre de Luzu, se sumó a la conversación: —Qué bonito que acompañes a tu mamá, Luzu—. Elena, a quien consideraba como una tía, compartía su entusiasmo por la presencia del joven en el evento navideño.

Sintiéndose desplazado por la charla de las señoras, Luzu optó por alejarse discretamente. Vagó nuevamente por el lugar de la fiesta, llevando consigo un peluche de un pequeño dragón negro. Su mente divagaba, pensando en entregárselo al chico que le gustaba y que lo había invitado a una fiesta. A pesar de su castigo, Luzu mantenía la esperanza de que, de alguna manera, su madre se apiadara y le permitiera asistir.

Después de deambular por un tiempo, el hambre llamó a la puerta de Luzu. Aunque a regañadientes, se dispuso a servirse un plato de comida, dejando su lindo peluche sobre la mesa a un lado de él. En un descuido de un minuto, mientras decidía entre una ensalada de manzana o no, aquel pequeño dragón negro desapareció. Luzu, en total pánico, comenzó a buscarlo y se dio cuenta de que un niño de no más de 6 años lo tenía en sus manos. Tratando de parecer lo más calmado posible, se acercó al niño y a la que parecía ser su madre, sintiéndose nervioso y sin saber qué decir.

Luzu, tomando un respiro, se dirigió con nerviosismo a la madre del niño que sostenía su peluche.

—Hola, buenas tardes. ¿Es su hijo? —preguntó con cierto temor.

La señora examinó a Luzu de arriba a abajo, respondiendo con un tono molesto —Sí, ¿por qué?—

Decidiendo mantener la calma, Luzu expresó —Bueno, su hijo tomó mi peluche y me gustaría mucho que me lo devolviera, gracias—. Hubo un tenso silencio mientras ambos se miraban, sintiendo Luzu que el tiempo se estiraba más de lo normal.

—¿Disculpa, cuántos años tienes? —preguntó la mujer molesta.

Luzu, molesto, le respondió a la mujer —Señora, ¿qué tiene que ver eso? Solo devuélvame el maldito dragón.

La mujer replicó —¿No crees que estás muy grande para andar cargando un peluche por todos lados? Déjamelo y cuando se aburra, te lo devuelvo.

Enfurecido, Luzu le arrebató el peluche al niño, quien comenzó a llorar de inmediato. La mujer agarró bruscamente a Luzu por el hombro.

—¡¿Qué te pasa?! ¿Eres un mal educado? ¿Cómo le haces eso a mi niño? —gritaba histéricamente mientras sacudía violentamente a Luzu.

—El mal educado es su hijo por tomar cosas que no le pertenecen —gritó Luzu mientras forcejeaba para soltarse del agarre.

Por debajo de la mesa ♡Luckity One Shot♡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora