Prólogo

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Desde que tenía 6 años he leído muchas historias sobre chicas que encuentran el amor.

Obviamente, solía soñar con una historia así. ¿A quién no le gustaría conocer a un maravilloso chico que te apoya mientras cumples tus sueños? Esa persona que, aunque tiene defectos como todo ser humano, está dispuesta a acompañarte mientras ambos se convierten en mejores versiones de si mismos.

Con el tiempo, no solo soñaba con esas historias, sino que comencé a escribirlas. Una serie de intentos fallidos vinieron con esto, pues transmitir ideas puede convertirse en todo un reto si careces de apoyo. Aún así, seguí escribiendo y mientras lo hacía, comprendí la importancia de un pequeñísimo detalle.

Para que puedas entenderme, permíteme ponerte en contexto. Imagina una chica, nuestra figura central. Si te fijas bien, en cada historia es importante que la protagonista tenga al menos una amiga. La personalidad de esta amiga en cuestión puede variar, pero lo importante es que se supone que acompañe a nuestra figura principal  durante su historia.

Algunos autores te contarán lo que pasa con esta aliada, fiel compañera o como quieran llamarla; pero otros simplemente la dejarán como eso, "la chica que contribuyó al desarrollo de nuestra protagonista". ¿Por qué?

No estoy segura de eso; solo sé que un triste día descubrí que mi destino era el de esa chica.

Todo comenzó mientras escribía un libro cuyo personaje principal estaba inspirado en una persona a la que aprecio mucho. Como toda buena protagonista, tenía un grupo de amigas, entre las cuales estaba yo, o al menos una chica inspirada en mí.

Por razones que no explicaré ahora, ese libro nunca fue terminado. Aún así me resulta curioso que, a pesar de haber cuatro chicos y cuatro chicas en mi historia, en cada final que imaginaba mi personaje nunca se quedaba con el chico.

¿Suena triste? Para mí no. Una vez le dije a alguien: "A veces suelo ser muy realista". Pues bien, mientras escribía esa historia, mi realidad era que yo nunca me quedaba con el chico, y jamás lo haría. Pero que sea yo quien cuente esta historia no significa que deban creerme; después de todo, un personaje cualquiera podría ser el verdadero protagonista.

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