CAPITULO 4: Viejas Cicatrices

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-Deja que el odio sin fin llene tu corazón, está bien no perdonar y nunca olvides lo que te hicieron- Beatriz odiaba despertarse luego de tener esos sueños, solo hacían que el resto del día tenga ganas de llorar. Aunque, hacía mucho que no soñaba con su familia. Ya conocía el origen de sus pesadillas, todavía no procesaba la noticia, eldars, los xenos que le habían quitado todo en un primer lugar, ahora salían de sus madrigueras como una plaga de langostas ante los destrozos de la guerra.

En cuanto su vista se acostumbró a la oscuridad, pudo divisar a sus compañeras descansando. Supuso que ninguna estaba de humor para quedarse la noche en vela, luego de lo que vieron al volver. Eso sin contar la horrible noticia que recibieron, un tiranido acabo con la vida del eclesiarca en medio de un sermón privado para los líderes del gremio de comerciantes de la ciudad. Le erizaba la piel pensar en la terrible infección Tiranida que tenía la ciudad. Estaba segura de una cosa, luego de ver tantas fuerzas chocando en poco tiempo, la ciudad, y su gente están perdidos.

Noto que se había confundido, entre la tenue cacofonía de respiraciones y ronquidos débiles había dos camas vacías. Una era la de Leire, no le extraño, la conocía, no era la persona con mejores hábitos de sueño del imperio. Hasta le parecería realista creer que existe una competencia secreta con los marines espaciales ver quien puede estar más tiempo sin descansar. No estaba muy segura de quien más estaría despierto, supuso que era la cama de Elena, a ella le gusta descansar en la enfermería, una vez le conto lo mucho que le relajaba descansar rodeada por el olor a antisépticos.

Beatriz incapaz de divisar algún reloj que ilumine la oscuridad de las barracas, se vistió al tanteo, se puso sus botas y salió. Podría haberse quedado a dormir un rato más, pero deseaba conversar con Leire a solas, sentía que había algo raro en su semblante desde anoche.

Al Salir, volvió a cerrar la cortina metálica para evitar despertar a sus compañeras. Sintió ruidos en la sala de entrenamiento, al caminar pudo verla, estaba usando el pesado mandoble que recibió ayer de un pretoriano de Terra, se veía llena de energía usando la espada como si fuera una extensión de su cuerpo. Ese es el dominio de la espada de uno de los mejores esgrimistas del monasterio. Noto como su ropa estaba empapada de sudor mientras les sacaba el relleno a los servidores de entrenamiento que luchaban para sobrevivir de sus pesados ataques.

Ya esa espada era como una garra que se extendía de su mano y con una velocidad increíble arrancaba fragmentos de metal de los servidores de entrenamiento de robusta envergadura y armados con pesados garrotes del tamaño de un pilar. Era hipnótico, tres servidores al mismo tiempo y ni así podían tocarla. Era un baile, una balada de la muerte.

Sintió pasos detrás de ella y pudo distinguir el semblante de Elena, iba a saludarla cuando fue apartada de un empujón de la entrada.

-Desactiva los servidores- le ordeno Elena corriendo hacia Leire como si fuera una emergencia.

Todas las piezas cayeron en su lugar al escucharla, sus piernas saltaron hacia el controlador de los servidores presionando el enorme botón rojo de apagado de emergencia de un golpe. Elena le propicio un golpe en la cara a Leire con la fuerza suficiente como para sacarla de combate. Aquella espada de semblante orgulloso se deslizo de su mano hasta caer con el seco sonido del metal golpeando cemento.

-Estuvo entrenando sin parar desde ayer- Elena la tomo en brazos y la llevo hasta la enfermería.

Beatriz miro el reloj de la zona de entrenamiento - ¡estuvo desde la noche anterior con ese ritmo! - no era posible que un humano pudiera aguantar tanto tiempo de combate sin estar hasta arriba de drogas.

Elena dejo a Leire en la camilla y coloco una intravenosa con suero antes de empezar su examen. No era necesario un estudio riguroso, ambas podían ver el problema, fatiga extrema.

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⏰ Última actualización: Dec 27, 2023 ⏰

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