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Y me pregunto si alguna de las caras de estos extraños que lucen solo como bobos adolescentes o como borrachos, caras que mañana habré olvidado y en las que nunca más pensaré, oculta tras de sí una historia similar a la mía. A veces me asusta tanto pensar en lo compleja que es la gente y lo fácil que resulta olvidarla. Como si nuestros cerebros y corazones estuviesen diseñados para dejar el dolor atrás, remando insensiblemente en un mar de sufrimiento tan profundo que no hay tiempo para detenerse y admirar unas cuantas gotas.
Niego, queriendo expulsar estas ideas tan desesperantes de mi cabeza y miro a Ángel. Mi luz, mi faro, que me trae de vuelta a donde estamos aquí y ahora: no en un mar de sufrimiento, o de extraños que ocultan tristeza tras sus rostros, sino en una discoteca rebosante de música y cuerpos jóvenes estremeciéndose al ritmo de esta, alcohol derramado, vasos con azúcar en los bordes y mejillas rubicundas, bocas que conocen el sabor de un beso por primera vez y baños donde las puertas se golpean desde dentro con júbilo.
Hoy es una noche de fiesta, no de llantos, ni melancolía. Hemos venido a pasarlo bien.
Y poco a poco, esa idea va calando en mí y me siento menos distante. Mi corazón parece latir al ritmo de la música y Ángel tira de mi brazo, haciéndome pasar entre los mares de gente agitada que salta y danza. Aparto a las personas a mi paso mientras mi novio tira de mí como si fuese un chucho con correa, intento disculparme por los pisotones y empujones y para cuando he llegado a la barra tengo el pelo hecho un desastre y la frente empapada en sudor. Ángel me mira aguantándose una risa y me revuelve el cabello aún más, a lo que ambos explotamos en carcajadas.
Salto a uno de los taburetes de la barra, justo a su lado, y me apoyo en la madera húmeda mientras lo miro. Hemos perdido de vista la entrada y por alguna razón eso me tranquiliza.
—¡Dos Bloody Marys! —ordena Ángel inclinándose sobre la barra.
—Es lo que siempre me pedía... —murmuro con asombro mientras miro a Ángel, que analiza imperturbablemente como el mesero empieza con la mezcla.
Me pregunto si es mera coincidencia o si esto es otro de mis secretos que Ángel conoce. Se voltea hacia mí, sonriendo de forma tenue.
—¿Estás emocionado? —me pregunta, apoyándose en sus nudillos y mirándome de arriba abajo con esa expresión indescifrable, pero que me hiela los huesos. Expresión de cazador.
Yo asiento sin ganas de chillar sobre el estruendo de la música y luego me acerco a él, arrastrando un poco el taburete. Me inclino, cierro los ojos y mi corazón escapa un latido mientras dejo un pequeño beso en su mejilla.
No es mucho, él puede tomar de mí mucho, muchísimo más que eso, pero es mi forma de agradecer, porque no conozco nada más valioso que un tacto gentil o un beso inocente.
El mesero deja nuestras dos bebidas frente a Ángel, que a su vez le tiende unos billetes y le dice que conserve el cambio. Toma una de las copas y la desliza sobre la mesa hasta que toca mi mano. Da un sorbo a su bebida y la mantiene unos segundos en su boca, saboreándola como si la probase por primera vez. Luego se inclina y me devuelve el beso que le he dado.
En la boca.
Cierro los ojos mientras noto el agradable alcohol pasar de sus labios a los míos, manando frío y ácido, pero también suave; su lengua acaricia cuando la mía tiembla, sus labios chupan mis suspiros.
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El niñero (Yaoi) [EN AMAZON]
RomanceTyler tiene una vida tranquila, no hay grandes preocupaciones que lo mantengan en vilo por las noches, ni siquiera le da gran importancia a tener una laguna en su memoria que le ha hecho olvidar su adolescencia. Un día descubre que durante esos años...