Capítulo 72

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Quiero apartarlo, pero mis manos están tan torpes que bien podrían ser de trapo, así que lo único que logro es caerme del taburete y que los brazos del tipo me recojan.

—Con cuidado, con cuidado ¿Qué pasa? —me pregunta de nuevo, ayudándome a levantarme.

Yo quiero apartarlo, sus manos no me gustan por el simple hecho de que no son las de Ángel. Quiero las de Ángel. Lloro más fuerte aún, como una llamada, pero solo siento tirones. Y no son de las manos de Ángel.

—Iremos al baño a lavarte la cara ¿De acuerdo? Te sentirás mejor con un poco de agua fría. Ven, no llores.

No quiero ir al baño, ni agua fría, no quiero ir con este tipo a ningún lado. Quiero Ángel apretándome tan fuerte que tenga la certeza de que no me dejará. Quiero ir a casa.

Pero él tira y mis tontos pies se tropiezan entre ellos hasta que tiene que ponerme un brazo alrededor de la cintura y prácticamente arrastrarme. Cuando llegamos al baño él me apoya en una pica y cierra la puerta, no me gusta, porque todo el blanco y el sonido de la música está como amordazado. Aquí no hay alcohol, ni bailar, ni Ángel. Aquí solo hay manchas feas y baldosas blancas rotas.

Él se acerca a mí, me aparta las manos de la cara mientras intento limpiarme las lágrimas y el moqueo y me inclina un poco hacia el grifo abierto.

—Así, así —dice, echándome agua en los ojos y la nariz. Berreo, porque está fría y es desagradable y me recuerda a cuando Ángel me quiso ahogar en un cubo. —no puedes beber tanto. —continúa, pero yo no escucho, solo pienso en el cubo, en la mano en mi nuca y la quemazón en mis pulmones.

No quiero morir.

No quiero.

Lo pateo tan fuerte como puedo, pero pronto me quedo sin fuerzas, inerte sobre la pica mientras el hombre me sostiene y me lava la cara. Me siento tan patético, tan solo ¿Qué será de mí ahora? ¿Ángel me ha abandonado y este hombre desconocido e idiota me adoptará como si fuese un cachorrillo? Quizá me quede en la calle y tenga que volver a casa de mamá, ahora que recuerdo como ir.

La idea me voltea el estómago y no puedo evitarlo: me vuelco hacia la pica limpia y vomito hasta sentirme vacío.

El hombre grita algo al inicio y dejo de sentir sus manos, pero luego vuelven y me sostiene el pelo mientras se queja.

Entonces la puerta se abre y pasos pesados y decididos se dirigen hacia nosotros. Pasos toscos que reconozco. Me levanto, agradeciendo un poco el agua fría que me ayuda a limpiar los restos de vómito de mi cara, y mis ojos se abren llenos de ilusión.

Es él. Es Ángel. Ha vuelto a por mí.

—Ángel... —murmuro llorando, lanzándome hacia sus brazos.

El hombre que me sostiene me suelta, un poco sorprendido. Ángel me besa la frente y me ayuda a sentarme en el suelo cómodamente, recogido en una esquina.

—Espera aquí, mi amor, ¿si? —asiento, riendo un poco ¿Cómo no voy a esperar si apenas puedo tenerme en pie?

Observo la escena un poco somnoliento: cómo Ángel se levanta, como su espalda ancha y bonita se mueve mientras se dirige al hombre ¿irá a darle las gracias por cuidarme? Y entonces la verdad me golpea demasiado duro.

Un salpicón de sangre me cruza la cara y observo con horror a Ángel golpeando la cabeza del tipo contra el lavamanos en el que me ha limpiado el rostro. Un golpe y luego otro y otro y otro. El hombre no es débil, tiene un cuerpo atlético, pero no puede hacer nada contra Ángel. Se revuelve e intenta manotearlo, pero poco a poco sus brazos quedan colgando y los zapatos, antes firmemente clavados, se escurren por el suelo.

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