Capítulo 74

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Ángel ríe sarcásticamente, me da una palmada en la espalda y baja para andar en círculos alrededor de la mujer encadenada y amordazada. De mi madre.

Quiero pensar que solo estoy confundido y viendo cosas que no son por culpa de la resaca, el estrés y la pobre iluminación. Pero esos ojos... esos ojos que veo solo en mis peores pesadillas los podría reconocer en cualquier lado: pequeños, dulces, de pestañas largas, porque toda gran ficción, toda gran mentira, necesita un gran telón.

—La muy asquerosa estaba jodiendo con el timbre esta mañana, estaba hecha una furia, berreando que le devolviese a su niño, que qué te había hecho. Amenazó con llamar a la policía incluso ¡A la jodida policía! pero pensé en dejarla ir, para evitarme líos, de todos modos, si la policía viniese tú dirías que simplemente estás aquí con tu novio, pasando una feliz vida ¿Cierto?

Tardo unos segundos en salir de mi shock y darme cuenta de que Ángel me habla a mí a lo que doy un repullo y respondo con la garganta seca.

—C-cierto, pero ¿Cómo ha enc-

—Pero entonces ella dijo que le mostrase el sótano —interrumpe él, su tono endureciendo y sus mandíbulas apretándose tanto que puedo ver los tendones en su quijada — que tú estabas ahí, que se lo habías dicho. Dijo que le diría a la policía que registrase aquí ¡En tu jodida habitación especial! No hay nada incriminatorio en esta casa, más que esta habitación ¿Qué crees que pensaría policía si viese una habitación que no sale en los planos llena de sangre y cadenas y...? —Ángel se lleva una mano al rostro y chasquea la lengua —Tenía que hacer algo y era o dejarla ir, matarte y esconder todas las pruebas de que nos conocemos —y se me eriza la piel al oírlo, porque sé que no es una mera posibilidad, sé que lo ha pensado con detalle, que lo ha planeado, que ha sopesado sus opciones y que esa era mucho más que una mera idea en su cabeza —o mantenerla callada. Espero que aprecies que te haya escogido a ti. No he hecho esto por gusto ¿Sabes? Quiero una vida feliz y tranquila, Ty, pero tú sigues poniendo trabas. Tú la llamaste, tú las has traído hasta aquí. Deberías hacerte cargo. Ahora, soluciona tu estúpido error.

La habitación se queja en un profundo silencio. No sé que quiere Ángel que haga, no sé cuanto tiempo tengo para pensar. Ella no ha llamado a la policía, así que supongo que puedo permitirme unos instantes de calma, unos pequeños momentos para que todo este jodido lío tenga sentido.

—¿Cómo... cómo ha llegado hasta aquí? La llamé, pero colgué antes de darle ninguna dirección. —pregunto, mirando a Ángel fijamente.

Ella me mira a mí, únicamente a mí. Me mira con esos ojos abiertos y claritos, tan grandes y brillantes como los de un cervatillo despampanado por las luces de un camión en medio de la carretera. Me mira con urgencia, como preguntándome con su mirada acusadora por qué coño no estoy ayudándola.

Ángel me lanza un objeto oscuro y pequeño y yo lo atrapo a duras penas, se me escurre de las manos y logro que no se me caiga al suelo apretándolo contra mi pecho. Lo examino, un pequeño rectángulo de madera caoba con un filo escondido a un lado. Miro a mamá de nuevo y grita desde su mordaza, logrando que solo salgan de ella sonidos amortiguados e incoherentes.

Me acerco, despacio, desenvainando la navaja y dirigiéndola al trozo de tela que le tapa la boca.

—No te recomendaría eso, hay un trabajo que debes hacer y es más fácil cuando no hablan —dice Ángel, dejándome desconcertado ¿Para qué me ha dado esto sino?

—Quiero preguntarle algo. —explico, él solo se encoge de hombros y se apoya en la pared de la esquina, observando la escena.

Mamá grita y grita contra la mordaza, hilos de saliva, lágrimas y mocos empapándole la cara y haciendo que el pelo se le quede pegado, junto al polvo del suelo. Es la primera vez que luce tan repugnante, tan real.

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