Aitana
Una semana despues....
—¿No piensas desayunar? —pregunta Jos cuando me ve llegar a la cocina.
Yo solo agarro la taza con café.
—Llegaré tarde y sabes lo puntual que soy. —respondo mientras tomo un sorbo del café con leche.
—Pero eres la jefa, puedes llegar a la hora que quieras. Además, nunca has llegado tarde; un día que lo hagas no afectará en nada. —dice mientras remueve los huevos y voltea el tocino.
—Lo sé, pero...
—Pero nada, relájate. Estamos en época festiva y hay que estar relajados. En dos semanas es Navidad, mi sobrina cumple años y debemos... —ella detiene lo que hace y me mira con preocupación. —Perdón, no quería...
—Tranquila, es algo que no puedo evitar. —susurro con pesar. Tomo otro sorbo de café y me quedo mirando en un punto fijo.
—Amiga, entiendo muy bien tu pérdida y es algo difícil de superar. Sé que lo que te diga no hará que cambies de opinión, pero ¿por qué no te das la oportunidad con alguien? Mereces ser feliz, y sé que a mi pequeña sobrina le gustaría tener un padre.
Vuelvo mi vista a ella, que me mira con tristeza y espera una respuesta.
—Créeme, en estos seis años, he llevado bien sus muertes. El problema es cuando llega esta época. No soporto la Navidad y nadie me hará cambiar de opinión. —digo enojada. —Y eso de buscar a alguien no me interesa. Nadie llama mi atención, y mi niña puede vivir conmigo muy bien.
—Entiendo que nadie llame tu atención, pero, aunque no lo quieras aceptar, Aury desea tener un padre. —su voz sale con autoridad.
La miro molesta, pero trato de controlar la rabia para no gritarle. Ella y mi familia son las únicas a las que aguanto que digan algo, pero ellos saben sus límites.
—No me mires así. Todo lo que te digo es porque deseo lo mejor para ambas. Eres como mi hermana, siempre te apoyaré en todo, pero...
—Joselyn, por favor, ya no sigas, ya escuché suficiente. —digo caminando hacia la puerta.
—¿Y qué tal de Jimmy? ¿No crees que es el destino? Él podría ser el indicado.
Detengo mis pasos al escucharla. Volteo para verla, y me mira con una media sonrisa. Creo que se volvió loca.
—Ese tonto me tiene cansada. Lo he tolerado demasiado. Tenerlo una semana ha sido como una tortura. Su espíritu navideño me estresa. Y no me interesa. —digo más enojada.
—¿No te interesa? ¿Estás segura? Si no mal recuerdo, te beso, lo aceptaste, y tienes una semana que has venido últimamente más alegre. Y no me digas que es por Aury. Te conozco, puedo ver ese brillo en tus ojos. Todo eso que él está haciendo te está llegando al corazón. Cuando me cuentas lo que él hace, veo cómo tu rostro cambia, se ilumina, aunque trates de ocultarlo. Pero bueno, ya vete. Llegarás tarde. Solo piénsalo. —culmina guiñándome un ojo y vuelve a lo suyo.
Por segunda vez, me quedo sin palabras. No puedo creer que ella haya notado algo así, cuando ni yo mismo me he percatado. Y obviamente, las cosas no son así. Solo le he contado las cosas que deja en mi oficina, algunos detalles, a veces deja notas diciendo lo bonita que soy, o que el vestido de ese día me hace ver más alta, o a veces solo dice; ten un lindo día, o, hoy amaneciste más hermosa que ayer. En una dijo que su casa estaba llena de luces navideñas y que estoy invitada a verla. Esas tonterías son las que deja, nada del otro mundo, y no puedo negar que son detalles bonitos, pero nada más. Y por lo menos ha respetado eso de que no quiero que se me acerque.
Al llegar a la empresa estoy ansiosa, mi corazón está acelerado y no entiendo por qué. Saludo a todo aquel que me encuentre, los cuales me miran con cara de confusión. Ignoro eso y subo a mi piso.
—Buenos días, Daniela, ¿qué tenemos para hoy? —hablo mientras camino hacia mi oficina.
—Señora, ¿se encuentra bien? —me detengo al escucharla y volteo a verla. —Disculpe que pregunte, pero hoy la veo más alegre que de costumbre. —dice dándome una sonrisa.
Una sonrisa que no sabía que tenía se desvanece de mi rostro. Creo que por eso mis empleados me miraron extraños cuando los saludé, y es que ellos saben que en esta época mi humor es horrible y nunca me ven con una sonrisa a diferencia de los demás meses. Y la verdad no sé en qué momento empecé a sonreír.
—Sí, estoy bien. Necesito que me leas lo que tenemos para hoy. —digo volviendo a caminar y no espero a que diga algo.
Entro a la oficina y lo primero que miro es hacia mi escritorio, en busca de otra nota. Al acercarme, no hay nada. ¿Por qué no hay otra nota? Suspiro con pesar y el humor alegre que tenía se va. No sé qué me pasa, ¿por qué tengo que esperar algo de él? ¿Qué me está pasando?
Me quito las prendas que tengo en mi cuerpo que uso para cubrirme del frío infernal que hace fuera. Daniela entra y me lee lo que tengo en el día, al terminar se va. Me quedo mirando por donde ha salido. Un adorno colgando en la puerta llama mi atención. ¿Qué hace ese muérdago ahí? Seguro fue él que lo puso. Me levanto de la silla maldiciendo. Cuando voy a cogerlo, tocan la puerta. Y entra Jimmy, evitando que quite el adorno.
Ambos nos vemos a los ojos, sus ojos brillan y no puedo evitar que mi tonto corazón se acelere.
—Buen día, hermosa, sé que me pediste que no me acercara más a ti, pero te seré sincero, necesitaba verte, y...
No comprendo qué me pasó, pero no dejo que termine de hablar y lo beso. Tarda unos segundos en reaccionar al beso, y cuando lo hace, me rodea con sus brazos, y yo llevo mi brazo a su cuello profundizando más el beso. No sé cuánto tiempo pasa, pero aún nos estamos besando. Debo admitir que sus besos provocan emociones en mi interior, esas emociones que había tenido olvidadas.
Al separarnos, veo una gran sonrisa en su rostro, y en ese momento reacciono a lo que acabo de hacer. ¿Por qué lo besé?
—Wow, esto no lo esperaba. Solo pedí verte. —dice sin dejar de sonreír. —No sé si es cosa mía, pero tus besos son cada vez mejores.
—No digas tonterías, ese beso no fue nada, solo lo hice por el tonto muérdago. —digo señalando el adorno y quitándolo de paso.
—¿Dices que crees que donde hay un muérdago las personas deben besarse? —me agarra de la cintura, niego con la cabeza a lo que dice, pero no hago nada para quitarme su agarre. —Qué bueno que puse este. Creo que pondré muérdago por todo el edificio, así donde nos encontremos tendríamos que besarnos. ¡Qué idea tan maravillosa me has dado! Eso haré.
—Yo no he dicho eso, es que... —él no deja que continúe hablando y pone su dedo índice en mis labios.
—Shhh, no digas nada. Iré a comprar muchos muérdagos. Nos vemos, hermosa. —me guiña un ojo y sale.
¿Que hice? ¿Por qué me pasa estas cosas a mí?
ESTÁS LEYENDO
Bajo el Muérdago
RomanceUna mujer cuyo corazón parecía estar helado como las calles nevadas que adornaban la temporada navideña. A diferencia de muchos, ella no sentía la magia de la Navidad. Su desdén por las festividades tenía sus raíces en un pasado que prefería olvidar...