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ADVERTENCIAS: CONTENIDO EXPLÍCITO EN TODO EL LIBRO, se recomienda discreción.
—besos, maii.
—Basta, Y/N. —Seishiro te advirtió sin levantar la vista de la pantalla de su teléfono por un momento, sus dedos todavía bailando sobre el cristal con habilidad experta.
Estabas acostada a su lado en el sofá, con tu pie descalzo sobre su bíceps, empujándolo suavemente para sacarlo de su juego.
No pudiste evitarlo, querías su atención, pero en lugar de eso, eligió jugar algún tonto juego móvil. Entonces, decidiste encargarte de llamar su atención, pateándolo ligeramente hasta que te prestó atención.
—Y/N. —su tono típicamente suave se volvió un poco firme, con el más mínimo indicio de frustración haciéndose sentir para ti.
Te reíste para tus adentros, en parte divertida y en parte con incredulidad, mientras te sorprendías al escuchar la más mínima irritación en tu típicamente relajado e impasible novio, quien, en sus propias palabras, "no se enoja".
¿Eso estaba a punto de cambiar? ¿Finalmente estabas a punto de hacer enojar a Seishiro?
Solo había una manera de averiguarlo, ¿verdad?
Le diste unos momentos de respiro, permitiéndole volver a su juego y olvidarse de tu pequeño yo travieso, a pesar de que los dedos de tus pies ansiosos moviéndose contra su deltoides te delataban.
Parecía estar funcionando porque los ojos de Seishiro estaban muy abiertos y no parpadeaban mientras se enfocaban con láser en su pantalla, incluso acercando el dispositivo a su cara justo cuando sus golpecitos se volvieron casi maníacos cuando de repente sacudiste tu pie hacia adelante e incluso logró hacer a un lado a Seishiro por un segundo.
—¡Y/N!-...
"¡JUEGO TERMINADO, PIERDES!"
Estabas tan sorprendido que ni siquiera pudiste contener la risa. Te reíste maniáticamente mientras te apretabas el estómago por el hecho de que Seishiro perdió y, además, te frustraste.
—¡No puedo creerlo! Ves, ¿Sei? Esto es lo que sucede cuando eliges ignorarme.
Aunque rápidamente dejaste de reír cuando los penetrantes ojos grises de tu novio se encontraron con los tuyos, su mirada era lechuza e inquebrantable, taladrando ferozmente la tuya.
Lo que empeoró las cosas fue que ni siquiera parecía enojado, pero podías sentirlo irradiando de él en duras ondas que casi te asfixiaban y te inmovilizaban donde te acostaste. Se te quedó el aliento en la garganta cuando el miedo repentinamente heló tus venas, tu boca se abrió mientras intentabas pensar en algo más que decir en tu defensa, pero fue inútil.
