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Matías Soulé x Enzo Barrenechea

Era sábado por la noche y cómo ya era costumbre para el pelinegro, se estaba preparando para salir.
Su teléfono no paraba de sonar y sabía muy bien el motivo, estaba llegando tarde para previar en la casa de Juan, uno de sus amigos. Terminó de arreglarse  a la velocidad de la luz y se subió al uber que lo esperaba en la puerta del edificio.

La música se escuchaba desde afuera del departamento de su amigo, lo primero que vio al abrir la puerta fue a Luka, el cual le tendía un gran vaso con vodka, su trago favorito.

-Eee al fin llegaste, toma para que te pongas a tono - las palabras salían resbaladas de la boca del pelilargo.

Matías soltó una carcajada y agarró el vaso, dando un trago. Ya dentro de la casa, empezó a saludar a sus amigos, dejó para lo último a su chamuyo del momento, Agustín.
Ya se conocían desde antes, eran amigos, pero en alguna noche de sábado y con unas copas de más, sucedió algo más entre los dos chicos. Los besos y las caricias no habían cambiado la relación, todo seguía como antes.

Entre tragos, música y besos, llegó la hora de partir hacia el boliche.

Cuando llegaron, la fila para ingresar era inmensa, pero gracias a Juan, que tenía un primo que era amigo de anda a saber quién, entraban sin hacer fila y además tenían un lugar vip. El platinado tenía relaciones raras pero por lo menos servían de algo.
Una vez dentro, siguieron tomando y bailando.
El cuerpo de Matías se movía al compás de la música y Agustín le seguía el ritmo. Pero está vez el pelinegro no estaba muy a gusto con el chico a sus espaldas, tal vez era el efecto del alcohol o el calor que hacía en el lugar.

Se safo del ojiclaro y se sentó en uno de los sillones que había en ese sector. Su excusa fue que se sentía mal, lo cual no era del todo mentira, estaba abombado.
Sin decir nada, se levantó y se dirigió al patio del boliche, se acercó a la puerta y a lo lejos pudo visibilizar el puesto de panchos al otro lado de la calle.

Aunque Matías disfrutaba de ese ambiente, le gustaba bailar, tomar, estar rodeado de gente y en ocasiones ser el centro de atención. Había algo que disfrutaba mucho más, salir del boliche y comerse un pancho. Entonces sin pensarlo, habló con los de seguridad, que se encontraban en la puerta y salió.

En menos de un minuto se encontraba frente al puesto de panchos, con una sonrisa de oreja a oreja. Consideraba especial ese lugar, porque no solo iba solo los sábados por la madrugada, sino que también lo hacía cuando salía a caminar por las costanera.

-¿Lo mismo de siempre? - le preguntó el chico detrás de la mesada, también con una gran sonrisa.

- Si, por favor y si puede ser con muchas papitas - pidió sin pudor.

- Lo que sea para mi cliente favorito - respondió.

Matías levantó la mirada al escuchar eso y se encontró con los ojos verdes, de ese viejo conocido.

Tal vez Matías no conocía tanto a ese chico, pero él sí lo hacía.

Casi todas las veces que había ido por un pancho estaba el mismo chico, pero nunca le había prestado suficiente atención, no como para darse cuenta del hermoso color de ojos o su sonrisa.
Tal vez le sostuvo la mirada por un segundo pero para él fueron horas, en las cuales se perdió en esos ojos, tratando de  encontrar el color exacto de ellos.

- Saliste temprano hoy, qué pasó? - la voz del morocho lo sacó de su ensoñación.

- Si, hacia mucho calor ahí adentro y me escapé - le explicó.

- ¿Te escapaste de alguna minusa? - inquirió, tratando de sacar información.

- ¿Qué? No, de mis amigos - hizo una pausa para pensar - Estaban un poco pesados. 

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⏰ Última actualización: Dec 28, 2023 ⏰

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