Capítulo cuatro

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Ocho de la noche. Prospect Park Sur en el pequeño vecindario cerca de Flatbush, Brooklyn.

Marvin estaba llegando a la fiesta privada por la entrada trasera. Vio que la camioneta que usaban para el material de cocina ya estaba estacionada frente a la casa. La fiesta privada se estaba celebrando en el jardín trasero de una casa blanca de aspecto lujoso. Marvin ahora iba vestido con su uniforme de cocinero en negro. Vio de reojo la casa de tres pisos, el enorme porche y que en el segundo piso tenían dos balcones en las habitaciones principales y con un jardín trasero donde se estaba haciendo la fiesta.

Marvin fue hacia la parte trasera de la casa. La puerta —una muy pequeña puerta del jardín que le llegaba a la cintura—, ya estaba abierta y con una fiesta celebrándose con el volumen de la música al máximo, con mucha gente celebrando y disfrutando de la comida. Incluso tenían jacuzzi, mesas con aperitivos y los meseros tratando de pasar entre la gente con las bandejas.

Marvin esquivó a sus compañeros y a varias personas hasta llegar a abrir la puerta corrediza que era la entrada trasera de la casa y la entrada trasera a la cocina. La cocina era lo único pequeño de la casa, solo era un pequeño espacio rectangular, con una mesa de plástico en el centro, con estufa, un pequeño fregadero y dos encimeras para poner platos y demás.

—¡Ya llegué, chef Isabel! —exclamó Marvin

La chef y un solo un cocinero estaba cocinando con la única estufa que había en la cocina. Había tres cocineros en la mesa preparando brochetas de fruta para los aperitivos. La chef estaba terminando de lavar algunas verduras. Isabel volteó de reojo a ver a Marvin. Sacó de la tarja una tabla de madera para cortar, un cuchillo y algunas zanahorias.

—Que bien que llegas, rápido, corta las zanahorias y directo a la olla—ordenó la chef dejando todo en la mesa.

Un mesero entró por la puerta delantera y dejó sobre la mesa una pila de platos llenos de manchas de salsa de tomate y restos de jamón.

—¡No, no, no! —exclamó la chef—. Me llenas la mesa de grasa.

—Lo siento chef, pero ya no queda lugar.

La chef vio que se estaban acumulando varias pilas de platos sobre el poco espacio de las encimeras.

—Bien, déjalos aquí. ¿Dónde está la chica que lava los platos?

—Parece que no ha llegado—respondió Marvin—, puedo hacerlo yo si gusta, chef.

—Bien, bien, pero rápido. Sin grasa y sin manchas—respondió cargando con mucho estrés—. ¡Dense prisa con traer ese hielo!

Marvin fue de inmediato a lavar platos. Tenía la chef a sus espaldas mientras ella cortaba rápido las zanahorias. Marvin trató de despejar sus nervios lavando platos, pero los nervios se apoderaron completamente de él, empezó a lavarlos y secarlos lo más rápido que podía. No podía sacar de su cabeza que entre más tarde en tomar el número, más tiempo iba a tener esta sensación que esos tipos iban a hacerle daño en cualquier momento. Marvin dio un largo suspiró para calmarse y se armó de valor.

—Y-ya recordé, que tenía que recordarle.

—Dímelo, pero no dejes de lavar esos platos, que necesito una pila menos de esos platos para los que vienen en camino—regañó la chef.

—Bueno, la chica que ayudamos hace unas horas por lo del maletín, me pidió que le dijera que le llamara. Que-que no, no borre el número.

—Ah, ya veo. Ya borré el número—respondió despreocupada.

Con esas simples cuatro palabras, Marvin sintió como su corazón se detuvo, se puso pálido y el cuerpo queriendo tambalearse hasta desmayarse.

—E-es que dijo que era urgente—respondió tratando de controlar sus nervios.

Historia PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora