Capítulo cinco

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Ocho de la mañana. Departamento de Mariet. Domingo.

Mariet cerraba la puerta de su departamento para salir a trabajar. Vestía con mandil negro bajo una blusa blanca, una falda negra de tubo, zapatos negros y cargaba en su espalda una mochila negra con el maletín dentro. Mariet sabía de lo que su padre era capaz de hacerle cuando se diera cuenta que le había robado, con esa inquietud sentía que el maletín estaba a salvo con ella en vez que se quedara todo el día en el departamento. Sintió un escalofrío recorriendo su espalda que la hizo sacudir sus hombros del susto al oír la puerta de Sebastián abrirse. Suspiró de alivio y bajó la guardia al ver a su vecino salir.

—Ah, hola Sebastián—dijo Mariet más tranquila.

—Hey, hola Mariet. ¿Vas de salida? —preguntó Sebastián.

—Sí, salgo al trabajo. ¿También vas de salida?

—Sí, ¿bajamos juntos?

—Claro, bajemos.

Ambos fueron bajando las escaleras, con el ruido de las escaleras de hierro por cada escalón que iban bajando.

—Por cierto, ¿en qué trabajas, Sebastián? —preguntó Mariet.

—Administro junto a mi mejor amigo algo como un almacén y venta de ropa, cerca de la avenida Kent, está cerca de un campo de béisbol. Él es mi jefe, yo administro el almacén y hago el inventario. Se me da bien las computadoras y la administración de empresas, y mi amigo estudió para los negocios.

—Sí, sé un poco al respecto.

— ¿En qué trabajas?

—Es solo un pequeño restaurante, Good Luck, solo soy una mesera a unas cuadras de aquí. Antes trabajaba en una concesionaria de motos, pero renuncié.

—De adolescente yo iba entregando pizzas con una motoneta, pero después tuve que vender mi motoneta.

«Renuncié... más bien dejé encargada la concesionaria de motos», pensó Mariet girando la mirada. La vibración del teléfono interrumpió sus pensamientos. Lo sacó del bolsillo de la mochila y no reconoció el número.

—¿Sucede algo? —preguntó Sebastián.

—Número desconocido—respondió Mariet cancelando la llamada.

—Eso puede ser una llamada automatizada de estafadores. Me sucede a menudo cuando trabajo.

Ambos llegan hasta la recepción. Solo era un pasillo hacia la salida, y al lado de las escaleras estaba la recepción del administrador.

—Sí, qué mala suerte cuando te toca ser el número al azar. Bueno, tengo que irme, nos vemos en la noche Sebastián—respondió Mariet yendo hacia la puerta.

—Nos vemos, Mariet. Yo tengo que esperar a la administradora para la renta.

Y nuevamente, el teléfono de Mariet volvió a vibrar. Mariet vio que era otro número desconocido.

—Oye, M-Mariet—interrumpió Sebastián antes de que saliera.

—Eh, ¿sí? —preguntó dándose la vuelta. Con un pie fuera del edificio.

—Cuando recibo esas llamadas, yo contesto, pero me quedo callado hasta que se cansan y cuelguen para ir con otro. Normalmente se cansan en uno o dos minutos—aconsejó tratando sacar más conversación.

—Oh...—respondió tentada viendo su teléfono—. Sí, gracias por el consejo.

Mariet salió del edificio y contestó la llamada mientras esperaba caminaba hacia el trabajo. Caminó durante un rato, se quedó callada viendo como los segundos en la llamada pasaban hasta casi llegar al minuto y medio, ni siquiera había una música de ambiente, una respiración, solo algo de estática. «Bueno...No, esto me da mala espina...», pensó Mariet, de inmediato terminó la llamada y apagó el teléfono. Para ser más precavida, le quitó la batería y la tarjeta SIM. Lo guardó dentro de la mochila y siguió caminando hacia el trabajo.

Historia PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora