Parte 2 - Confesiones

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Brínea se hallaba consternada. Sabía que no debía estar escuchando la conversación, sintiendo que no era algo que le incumbiera. Además, la situación la entristecía profundamente, evocándole recuerdos dolorosos de cuando fue vendida. Aun así, se encontraba incapaz de hacer algo; la mano de Pipi seguía aferrada a la suya. Hizo un esfuerzo por mantener la calma y evitar secretar veneno, permaneciendo allí mientras escuchaba junto a las demás.

Sus hermanas, como Brínea se refería a las demás criadas de la mansión, se encontraban sentadas en los largos sillones de la gran sala de estar. Brínea estaba junto a Pipi, la más juguetona e irresponsable de todas. A su lado estaba María, a quien ella consideraba la hermana más seria, y junto a María estaba Amelie, la más entrometida y parlanchina de todas, cuya apariencia, durante los primeros días, Brínea confundía con la de un joven.

La criada lagartija dirigió la mirada hacia los rostros de sus hermanas, reflexionando sobre sus defectos y virtudes para distraerse de la conversación que seguramente la entristecería. Sus ojos se posaron en Narcisa, la más solitaria de todas, que estaba sentada en el sillón frente al suyo. Narcisa no era muy dada a la conversación y parecía aislarse, siendo todo lo contrario a la hermana Amelie. Sin embargo, Brínea notaba que Narcisa se mostraba más abierta y sonriente cuando estaba cerca de Henry, lo que la llevaba a pensar que quizás solo era tímida con sus hermanas.

Junto a Narcisa se encontraba Cristina, la hermana más presuntuosa de todas. No dejaba de afirmar que era ella quien pasaba más tiempo junto a Henry, algo que molestaba a las demás. Sin embargo, nunca se había mostrado así con ella, por lo que Brínea solo la veía como alguien que deseaba evitar la soledad y llamar la atención de las demás.

Al lado de Cristina se encontraba Sara, quien tapaba sus ojos con ambas manos. La chica lagartija la consideraba la hermana más romántica de todas, siempre compartiendo sus ilusiones sobre Henry y fantaseando con ser su princesa mientras él era su príncipe. Brínea sentía lástima por ella; las demás hermanas, especialmente Amelie y Cristina, solían burlarse mucho de sus sueños. Dado que Sara era más joven que ellas, le resultaba difícil defenderse. A pesar de esto, Sara mantenía un vínculo especial con Brínea y Pipi; las tres solían pasar tiempo juntas, charlando y jugando juegos de mesa. Siendo las más jóvenes de la mansión, Brínea se preguntaba si esa era la razón por la que se llevaban tan bien.

A su lado se encontraba Dalia, la más inteligente de todas las hermanas, fácilmente identificable por el traje de criada de un color distinto. Mientras las demás llevaban trajes negros con delantales y dobladillos blancos, el de ella destacaba con una tela rosada y un delantal blanco, además de mangas cortas que contrastaban con las mangas largas que usaban las otras hermanas. Dalia también actuaba como su maestra personal.

Después de pasar una semana en la mansión, Henry se dio cuenta de que ella no sabía leer, por lo que le pidió a Dalia que la instruyera en todo lo necesario. Aunque en las primeras lecciones solía quedarse dormida en la biblioteca debido al aburrimiento que le causaban las letras y las matemáticas, Dalia nunca la regañaba. En cambio, cada día se esforzaba por hacer las clases más divertidas, algo que Brínea apreciaba enormemente. A veces, incluso ansiaba que llegara la tarde para disfrutar de sus lecciones.

Echó un vistazo hacia la octava hermana, sentada en el sillón adyacente al suyo, al notar una pequeña lágrima deslizándose por el rostro de su maestra. Se trataba de Pando, reconocida por ser la más ruda y fuerte entre todas. Cuando algo necesitaba ser levantado, como cajas o muebles, y ninguna podía hacerlo, siempre la llamaban. Poseía una fuerza descomunal, su aspecto varonil y su manera de comportarse la asemejaban más a un hombre que a una mujer. A pesar de ello, Brínea había sido testigo de cómo Pando sonreía y adoptaba actitudes más femeninas cuando hablaba con Henry. Aun así, sentía un cierto temor hacia ella, a pesar de que Pando nunca le hubiera hecho daño. Había algo en su imponente apariencia que la intimidaba.

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