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Aunque por fuera se veía deteriorado por los nakere, aquello solo era una apariencia, pues su interior estaba equipado con lujosos muebles de tierras lejanas. Greena despreciaba todo lo que le pertenecía a su amo, incluyendo aquel lugar, de modo que dejó a propósito sus marcas de tierra sobre los suelos alfombrados del pasillo principal. Las cortinas a sus costados explicaban historias antiguas en sus bordados, así que eran intocables, a menos que estuviera dispuesta a recibir un severo castigo; sin embargo, una rabia incontenible se encendió en su pecho. Odiaba ver la historia que relataban, la historia de los vencedores. Para ella representaba la desgracia y el sufrimiento de las categorías vencidas.

Respiró hondo, recordando que tenía que guardar la compostura y se concentró en mirar al frente hasta que por fin tomó unas anchas escaleras que subían en forma de caracol a los siguientes dos pisos. Su destino estaba en el primero, así que no demoró en subir los peldaños y abrir una puerta de madera que le dio paso a un pasillo cuyo techo se sostenía por gruesos arcos de piedra. A su lado derecho había una impresionante vista al acantilado, mientras que a su lado izquierdo había una serie de puertas de madera que ella no tenía permiso de abrir. Su destino estaba más bien al final del pasillo, tras dos altísimos portones de madera tallada.

Se detuvo frente a ellos y vaciló.

—¿Trajo mi medicina? —preguntó su amo con voz gutural en el momento que los portones se abrieron de par en par.

Ella asintió con la cabeza, bajando la mano que había alzado para llamar a los portones. Caminó sobre el suelo acolchado y colorido tratando de determinar con la vista el paradero de su amo. Sin embargo, solamente se encontró con los barandales de piedra y la preciosa vista a la cascada del acantilado que poseía aquella habitación. En realidad, era la única habitación de todo el templo que poseía esa vista tan privilegiada.

—¿Y bien? —insistió su amo con impaciencia, delatando su paradero junto a una columna. Greena miró en su dirección, encontrándose con sus gigantescas alas doradas; tan grandes, que se arrastraban por el suelo.

¿Cómo algo tan bello e impresionante podía ser tan destructivo? Se preguntaba Greena conteniendo la rabia cada vez que las veía.

Entonces su amo se volvió hacia ella escrutándola con sus profundos ojos color esmeralda. Los ojos de ella viajaron de su rostro a su esculpido abdomen, reparando especialmente en la sangre dorada que manaba de su pecho desnudo.

Él gruñó al notar la excesiva atención que prestaba la joven a los detalles y se aproximó a ella sin darle tiempo a moverse.

Greena trató de retroceder, pero su muñeca quedó apresada por su mano. Los ojos de él centellaron furibundos; la presencia y la torpeza de la chica lo irritaban sobremanera.

—¿Y bien? —repitió con aire amenazador.

La joven de plata olía el peligro y temblaba, porque sabía que, si él decidía responder de una manera más violenta, ella no tendría la mínima oportunidad contra él. Su instinto la obligó a deslizar su mano hacia su morral y extraer la medicina.

Él le arrebató el frasco de la mano y voló a su paradero original, regresando su atención a unos papeles que había estado revisando antes de la irrupción de la joven de plata.

Los ojos de Greena viajaron por la habitación tratando de explicar la sangre blanca en el suelo hasta que por fin encontró el cuerpo inerte de una joven de cabellos cenizos y vestida de negro.

Tragó saliva al observar la sangre blanca que teñía la tela del vestido, retrocediendo automáticamente unos pasos. Su amo no perdió detalle del percance y nuevamente se acercó a ella con aire amenazador.

Lazos de Oro y Plata: Leyenda De Oro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora