CAPÍTULO 20

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Como era de esperarse, la música del lugar estaba altísima y ya le estaban molestando los oídos. Creía que había altas posibilidades de que después de volver a la Universidad, escuchara muchísimo menos de lo que normalmente lo hacía pero el alcohol que recorría su cuerpo, estaba provocando que todo se sintiera un poco menos importante, incluyendo su discusión con Lautaro.

Revolviendo todo el armario con Alejo, había encontrado un top de lentejuelas negras que se ataba por atrás, dejando toda la espalda descubierta y un short también negro, de cuero sintético que por delante simulaba ser una pollera. Las sandalias que se había puesto no tenían demasiada altura pero ya estaban empezando a serle incómodas.

Estaba bailando una canción de la cual no podía entender la letra porque definitivamente no era en español y su mente no podía terminar de procesar lo que decía la persona que cantaba por los altavoces. Su mejor amigo siempre estaba cerca de ella, no queriendo dejar de prestarle atención pero en esos momentos, estaba muy ocupado besando a una chica de pelo oscuro a un par de metros suyo. No le molestaba porque sabía que él también tenía que divertirse pero ya no sabía qué hacer. Sus pies le dolían y había evadido a cada chico que se le había acercado para bailar con ella porque simplemente, nada de todo eso le interesaba.

Se imaginaba en esa misma situación pero con el número veintidós agarrándola de la cintura, pegando sus cuerpos como si la cercanía nunca fuera suficiente y susurrándole algo que la hacía sonrojarse en el oído. Pensamiento estúpido teniendo en cuenta que estaba enojado con ella y que era imposible que pudiesen estar rodeados de tanta gente, como si fueran dos adultos normales divirtiéndose. Nadie afuera de la Universidad sabía lo que pasaba entre el jugador y ella y aunque nunca se había frenado a pensarlo, el tiempo que compartían juntos era un secreto que guardaban para sí porque él era demasiado conocido como para permitirse que lo vieran al lado suyo cuando todavía no eran nada oficial. Puertas adentro, Alma había vivido en una burbuja, relacionándose con el plantel como si solo fueran hombres que amaban jugar a la pelota y nada más. A veces era difícil dimensionar el reconocimiento que tenían cuando habían estado tanto tiempo sin salir a la calle y tenía claro que en Argentina sería peor, más si ganaban el mundial.

Así que, aunque deseara con todas sus fuerzas poder estar ahí con Lautaro, nunca iba a ser posible.

Ese pensamiento la golpeó tan fuerte que sintió como se quedaba sin aire. Estar rodeada de tantas personas, pegadas entre sí y transpiradas, no ayudaba a su ahogo repentino. Tocó el hombro de su mejor amigo, que para su suerte ya había separado sus labios de la chica castaña y con una seña le indicó que se iba a comprar algo a la barra. No era la mejor decisión del mundo teniendo en cuenta que ya podía sentir los efectos del alcohol en ella pero no lo pensó mucho y se pidió otro trago.

Miró la hora en su teléfono y suspiró. Aunque sabían que no era necesario, le habían avisado al cuerpo técnico sobre su salida a este boliche que Paulo les recomendó. No tenía idea de dónde sacaba la información el número veintiuno pero ciertamente era un lugar bastante lindo y si no fuese porque ella estaba mal, sabía que hubiera querido quedarse muchísimo tiempo más pero el trago que se había pedido ya estaba vacío y siendo las dos de la mañana, no le interesaba seguir estando ahí.

—¿Todo bien? —Escuchó la voz de su mejor amigo con eco y con un poco de esfuerzo por el mareo, miró hacia su izquierda para encontrárselo parado al lado suyo con cara de preocupación.

—¿Y la piba? —le preguntó. Una sonrisa se escapó de sus labios sin su permiso—. ¿Por qué no estás con ella? Andá a bailar.

—Porque vos me necesitás, Alma. —Se sentó al lado de ella y miró el vaso con el trago, vacío—. Ya tomaste un montón, después te sentís mal.

Un mundial diferente | Lautaro MartínezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora