Litost

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Me llamo Park Jimin y para cuando ustedes lean esto yo ya estaré muerto.

Tengo veintitrés años y mi padre era el jefe de la mafia más poderosa de Corea del Sur. Desde pequeño mi progenitor me educó en el arte del asesinato; Park Seokjin, mi padre, fue el más temido, poderoso y respetado mafioso que alguna vez existió en este mi país, y yo como su único hijo estaba destinado a ser la cabeza del negocio familiar en cuanto él muriese.

Luego de mi cumpleaños número siete, mi padre contrajo cáncer de pulmón y meses después, murió. Por supuesto que a nadie le importó que tan solo fuera un niño y comenzaron a entrenarme. Día y noche, gritos, muerte, tortura; año tras año a medida que yo crecía, aprendía nuevas formas de torturar y asesinar a mis víctimas.

Me entrenaron para no fallar nunca, para hacer crecer el negocio familiar y así honrar la memoria de mi difunto padre. El perdón, la duda y el afecto eran cosas desconocidas y prohibidas para mí. Durante años cumplí con las pautas que me fue imponiendo la gente que trabajaba con mi padre , pero al cumplir veintiuno decidí estudiar para ser empresario. Gran error...

En la Universidad conocí a Park Jungkook, un estudiante de segundo año, muy amable y con una mirada y una sonrisa tan tiernas como las de un pequeño conejo; nos hicimos amigos enseguida y así comencé a romper todas esas barreras que mi profesión me había obligado a construir. Risas, anécdotas, fiestas, paseos y salidas tranformaron nuestra amistad en algo mucho más peligroso, cayendo ambos en esa trampa llamada amor. Cuando cumplí los veintidós años, Jungkook se me declaró y me propuso noviazgo, acepté sin pensarlo. Creí que podría seguir viviendo esa doble vida que llevaba hasta entonces, en la que durante el día asistía a la universidad como cualquier chico de mi edad y salía con el chico que amaba, mientras que por la noche era cabeza de un grupo de mafiosos y un asesino de renombre.

Jungkook siempre fue un chico bueno y amable con todo el mundo, sin un enemigo. Pero ayer se presentó en mi casa un señor que rondaría los cincuenta años, canoso y bien vestido, me ofreció una gran cantidad de dinero a cambio de que me hiciera cargo de un pequeño problema que tenía. Desde luego acepté y sellamos el trato.

Aquel señor me entregó un sobre con algunos detalles de mi futura víctima, pero no me dio su nombre o una foto...

Hace tan solo unas horas, descubrí que la persona que debía matar era Jungkook, el amor de mi vida, solo porque no tuve la valentía de enfrentarme a mis socios lo hice.

Había llegado como siempre a mi casa, casa que compartía con Jungkook desde hacía unos meses, cuando le propuse que se mudara conmigo. Nos llevábamos bien, durante el tiempo que vivimos juntos nuestra relación solo mejoró, era demasiado perfecto para ser real... Quizás por eso la realidad decidió golpearme ese día, destrozarme, bajarme de un solo golpe a la tierra. Porque yo había comenzado nuestra historia de amor y yo debía terminarla.

Me sentía fatal. Mientras dejaba mis zapatos en el mueble de la entrada rogaba que Jungkook por alguna misteriosa razón no llegara esa tarde a la casa. Deseaba que algo le pasara, lo que fuese, pero que no cruzara esa puerta ni hoy ni nunca.

Sentía que mi cuerpo pesaba toneladas, incluso al respirar mi pecho pesaba y mi corazón dolía. Me dejé caer en el sofá de la sala, mis codos sobre mis rodillas y mis manos cubriendo mi rostro. Debía estar soñando, todo debía ser una maldita pesadilla. ¿Por qué alguien querría matar a Jungkook? Estaba convencido de que no podía existir en el mundo un ser tan bondadoso y dulce como él. Pero no podía siquiera intentar buscar una respuesta a esa estúpida pregunta, porque mi trabajo no es averiguar por qué la gente que solicita mis servicios, los solicita. No. Mi trabajo es aceptar, recolectar los datos, idear la mejor manera de eliminar a quien me piden y dar aviso una vez que el trabajo estuviera hecho.

Litost #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora