Prólogo: El sendero de los angeles

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"Que el sonido de sus risas sea constante. Que el estridente llanto mengüe. Que su silencio no sea eterno"



    El autobús escolar se dirigía al punto de partida. Dentro, era un caos de infantiles voces que entonaban al unisono una canción con tanta emoción que era contagioso.

– Muy bien niños.– La maestra Sue, quién se encontraba de pie, llamó su atención con un par de palmadas firmes. El silencio se hizo en el lugar de inmediato.– Pronto llegaremos. Es importante que repasemos las normas de esta actividad. Recuerden, no deben soltar la mano de su compañero, no deben alejarse del grupo, siempre sigan a las maestras, no corran y lo más importante, no lastimen a los animalitos que vean.

– ¡Sí maestra Sue!.– Coreaban los niños aún más emocionados. El preescolar Sonrisas de Ángeles se caracterizaba por hacer de forma anual una muy meticulosa y organizada expedición con los pequeños alumnos de último año. Ésta actividad había sido propuesta hacía muchísimos años por quién era en ese entonces su director, todo con el objetivo de conectar a los pequeños con la naturaleza, mostrarles el respeto y la importancia de ésta. El colegio era conocido por ser ecologista. Participaban en foros y campañas, organizaban charlas para otros recintos educativos incluso; todo con el objetivo de poder enseñar a los niños desde una edad temprana.

El viejo autobús frenó suavemente en la ladera de una montaña y sus puertas se abrieron. Las maestras comenzaron a dirigir a los pequeños fuera de éste, mientras les entregaban algunos instrumentos.

– Muy bien pequeños, les presento la montaña El Águila.– frente a ellos se erguía orgullosa una montaña colosal. Poblada de muchísima vegetación, se cubría de neblina cerca de la cima y era tan enigmática como atrayente. El sol sobre ella la hacía ver majestuosa.

– Maestra Lori. ¿Tenemos que ir hasta allá arriba?.– preguntó Annie, una pequeña de seis años.– Es muy lejos, mis pies van a doler.

– Yo si puedo subir.– Contraatacó el pequeño Miles.– Se ve grande pero seguro se sube muy rápido. Debe tener un pasadizo secreto como en las películas.

El pequeño había bajado la voz como si estuviera contando un importante secreto, lo que causó las carcajadas divertidas de las maestras presentes.

– Temo decepcionarte, Miles. Pero no iremos hasta la cima.– La maestra Sue respondió mientras acomodaba la chaqueta del pequeño.– Solo subiremos hasta un pequeño Arroyo que hay cerca, tendremos un rápido almuerzo y vamos a tomar fotos de las cosas interesantes que veamos antes de bajar de vuelta.

– Ya es tiempo de ir subiendo, por favor tomen a sus compañeros de la mano y sigan a la maestra Sue. Ella guiará el camino.– La maestra Lori comenzó a arrear a los pequeños curiosos mientras Sue se interna a en un pequeño sendero marcado entre la maleza.

Ciertamente la experiencia juega a favor, cómo estaban todos debidamente abrigados el frío clima montañoso no supuso un problema para los pequeños. Si bien el sol era radiante esa mañana, la montaña era conocida particularmente por ser gélida. La expedición avanzaba sin contratiempos, caminaban ciertos metros y luego tomaban un pequeño descanso.

Los niños coreaban una canción en conjunto y siempre que se toparon con algún turista desprevenido de bajada hacían su respectivo saludo al unisono guiados por sus maestras, lo que enternecía en demasía a quienes se topaban con ellos.

Cuando llegaron al arroyo que la maestra Sue mencionó los niños estaban increíblemente asombrados. El lugar parecía mágico, se escuchaban las aves aunque no se podía verlas y los árboles se mecían con la gélida brisa. Pronto, las maestras se dispusieron a repartir los refrigerios que habían llevado a los pequeños para tener su almuerzo, casi habían terminado cuando algo llamó la atención de la maestra Sue.

–¿Qué es eso?.– preguntó a los demás. Todos dirigieron su mirada a ella, quién observaba hacia la pequeña cascada al fondo del lugar.– Creo que hay alguien ahí.

Con cautela, se acercó a la fuente cuidando no resbalar y caer ya que el suelo no era uniforme, entonces pudo verlo. Un hombre mayor, de unos sesenta tal vez, yacía sobre el suelo tras la caída de agua. El mismo se quejaba de dolor mientras se sostenía la pierna izquierda, aparentemente fracturada.

La maestra Sue al verlo se acercó enseguida. El hombre clamaba ayuda, al parecer trató de escalar la ladera de la cascada y cayó estrepitosamente.

La maestra Lori por su parte, escuchaba voces a lo lejos. Mientras Sue ayudaba al hombre a ponerse de pie, Lori se alejaba del sendero del arroyo ya que escuchaba y podría jurar que alguien los estaba llamando.

Una se las maestras, Susan. Comenzó a llamar desde su celular a las autoridades para poder ayudar al caballero y darle atención médica, mientras trataba de mantener el orden entre los niños que si bien no entendían lo que sucedía comenzaron a asustarse.

– Maestra Susan.– le llamó la pequeña Annie.– Quiero irme a mi casa, ya no me gusta ésta montaña.

– Tranquila cielo, ya nos iremos. Primero debemos ayudar a ese hombre.– probaba sin éxito conectar llamada pero al parecer la zona anulaba cualquier señal telefónica.– No te asustes y si tienes preguntas puedes hacerlas a la maestra Lori mientras yo trato de conseguir señal.

La maestra Susan se alejaba hacia los árboles tratando de obtener al menos una barra. Era extraño que ésto sucediera, durante los años anteriores no habían tenido problemas con las llamadas desde el lugar, ciertamente era algo nuevo.

La pequeña Annie busco con la vista a la maestra Lori y no la encontró. El pánico se instaló en ella de inmediato. Comenzó a gritar a la Maestra Susan pero ésta tampoco se veía a la vista. Es entonces que la maestra Sue se percata de que los niños están solos.

Estos lloran y se abrazan, Sue deja al hombre sentado en una roca mientras se acerca a los niños, quienes le dicen enseguida que Susan y Lori ya no están. Los niños le manifestaban que querían irse, que tenían frío y miedo.

Pero la mirada de terror en ellos se acentuó mientras miraban tras Sue. Ésta al voltear se topa con el hombre tras ella de pie, erguido en su totalidad, este mismo hombre quién se sabía herido la miraba con locura. La tomó del cabello mientras la arrastraba hacia la caída de agua.

Sue forcejeaba, intentaba golpearlo o patearlo pero el hombre era enorme, repentinamente robusto como un roble. Sue que no lograba escapar de su agarré, le grita a los niños que corran y pidan ayuda.

Los pequeños, muertos de miedo, comienzan a correr por el mismo sendero que habían subido. El sol radiante que los acompaño en su subida los había abandonado, en su lugar una torrencial lluvia los desorientaba, perdieron el rastro a seguir y algunos comenzaron a separarse.

En el inicio del camino. El señor Román, silencioso chófer del colegio, esperaba tranquilo y paciente la hora de retorno del grupo. Pero en su lugar cuatro niños gritando y llorando bajaron del sendero. Estaban llenos de barro y hojas. Despavoridos se abrazaron a sus piernas mientras todos hablaban a la vez.

El señor Román entendió entonces que algo había pasado, faltaban al menos ocho niños más y ¿Dónde se habían metido las maestras? La alarma a las autoridades del lugar no tardó en llegar, la búsqueda dio inicio en cuanto la lluvia se detuvo, a la espera de que algunos pudieran llegar abajo. Sin embargo, la lluvia alteró el rastro que pudieran seguir, por más que buscaron el resto de la tarde no lograron dar con el paradero de ellos.

La montaña simplemente se los tragó.


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Por favor apoyen mucho ésta obra. Es mi forma de volver a la escritura. Espero les haya gustado.

Ésta idea surgió de un sueño que tuve, así que espero de corazón que les agrade.

Besos.~

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⏰ Última actualización: Mar 07 ⏰

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El Norte: El Señor de la montañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora